“La moderna expedición francesa de ‘La Romanche’, efectuada en 1882 y 1883, salpicó de nuevos nombres al canal de Beagle: islas Becasse, Bridges, Becassine, Martillo, Yunque, Gemelos del Norte y del Sud, Chata, Cigüeña, Petrel, Les Ecláireurs y Mosqueteros y la rada de los Cazadores, cabo Lajarte y bahía D’Arquistade, los montes Martial, Cornú y tal vez el Hyades”, leemos en las páginas del admirable libro Romancero del topónimo fueguino. Discusión histórica de su origen y fortuna, cuyo autor es el célebre historiador de raigambre vasca Juan E. Belza, publicado por el Instituto de Investigaciones Históricas, Tierra del Fuego, Argentina, 1978.
Heme aquí y ahora ante El Cavallero de Bouzas. Un héroe, olvidado, en la Ruta del Apóstol a Galicia, cuyo autor es Paulino Freire Gestoso, con portada de Miguel Ruiz Márquez y maquetación a cargo de ‘Devalocor’, e impreso en ‘Gráficas Planeta’, Vigo, 2006. “A mi padre, Paulino Freire Costas, otro de los grandes Cavalleros de Bouzas en el olvido”, leemos en la dedicatoria de esta obra. “Este libro no pretende ser un trabajo exquisito y de complejas deducciones. Dejaré hablar al corazón con razonamientos simples y honestos –escribe su autor–. Cuando en 1986 José María Pérez me mostró, con gran misterio y picardía, la obra de Carré Albarellos ‘Colección de 120 leyendas gallegas’, supe, antes de leerlo, que algo interesante tenía en sus manos. Cuando lo ojeé, me pareció, más que interesante: increíble. ¡El Apóstol, antes de llegar a su destino definitivo, ya martirizado, había decidido pasar por Bouzas!”.
“Cuando los términos extremos de un país se hallan separados de la metrópoli y ciudad más cercana, por tres mil quilómetros de mar, la Armada se convierte necesariamente en el largo brazo de la Patria, protector de la soberanía, vidas y propiedades. Si a la estimación de la distancia arrimamos los impedimentos del mar patagónico, sus vientos huracanados y constantes, lo ríspido de costas y puertos y el crecimiento enorme de sus mareas, el abrazo materno y el valor de los hombres que lo encarnan adquiere dimensiones heroicas, difíciles de evaluar”, considera el notorio historiador de prosapia vasca Juan E. Belza en su esencial obra Romancero del topónimo fueguino, Instituto de Investigaciones Históricas, Tierra del Fuego, Argentina, 1978.
Fueron los romanos –muy conocedores y con gran querencia hacia los vinos– quienes trajeron las viñas a la comarca de Valdeorras en la provincia gallega de Ourense. Extensos viñedos que, a través de los siglos, fueron adquiriendo un significativo sello para todos sus habitantes. Durante la Edad Media estas tierras valdeorresas pertenecieron, en su mayoría, a los Condes de Lemos. Los Reyes Católicos en el siglo XV le otorgaron al Conde de Ribadavia la jurisdicción de esta comarca. A lo largo del tiempo el vino –pues hay que recordarlo– constituyó un bien muy preciado, moneda de cambio, incluso de pago de impuestos así como de milagros ante los santos de todas estas fértiles tierras.
Mi primera experiencia con el llanto de las tipas, real, fue en la acera del restaurante Morriña, sobre el boulevard Olleros, en el barrio de Belgrano de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires hace una década. Sucedió en una noche de verano, sentado en una de las mesas al aire libre acompañando a un amigo que me visitaba antes del despacho nocturno.
“Las noticias del viaje subantártico del capitán Cook desataron una invasión de balleneros y cazadores de focas en las aguas sureñas. Predominaron ingleses y norteamericanos. Se calcula que un centenar de barcos rondaron por las ‘Georgias del Sur’ en la última década del siglo XIX.
Hace unos años recibí una llamada telefónica desde Madrid, pidiéndome información sobre temas de inmigración. La persona que hablaba conmigo me dijo que era hijo de gallegos. Que residía en Madrid, desde hace más de quince años, que tenía la nacionalidad española y que su hija había llegado desde Buenos Aires ‘escapando’ del gobierno de De la Rúa. En Madrid hacerle la documentación era casi imposible. Hablamos de los pasos a dar, de los documentos que necesitaba.
“Podían ser más o menos preguntas. Si bien es verdad que sería mejor que fueran muchas más aún, pese a que este número es puramente simbólico. Y es que la capacidad de preguntar le confiere al ser humano una parte importante de su propia y específica definición de persona”, leemos en el ‘introito’ del libro titulado 999 preguntas y respuestas… sobre el ‘Camino de Santiago’, cuyos autores son los periodistas José María Íñigo y Antonio Aradillas, director y subdirector, respectivamente, de la revista internacional de turismo ‘Viajes y vacaciones’. La presente obra corresponde a la editorial ‘Viajes y vacaciones’, Madrid, 1992. Una dimensión ‘xacobea’, pues, que se transformó en la raíz y justificación de los Años Santos, una de los cuales tuvo trascendencia durante 1993.
“La más completa expedición naval española realizada hasta la fecha, 1791, cubrió de topónimos las costas del Este y del Sur de la isla Grande, pero pocos sobrevivieron. Entre los supérstites sobresalen ‘cabo San Pablo’, ‘cabo del Medio’, ‘Mesa de Orozco’, ‘caleta Policarpo’, ‘caleta Arredondo o Falsa’, ‘bahía Aguirre’ e ‘isla Margarita’, más el de ‘Elizalde’ para una ‘isla de Año Nuevo”, leemos en la obra escrita por el insigne historiador de origen vasco Juan E. Belza, la titulada Romancero del topónimo fueguino. Discusión histórica de su origen y fortuna, Instituto de Investigaciones Históricas, Tierra del Fuego, Argentina, 1798.
Nos trasladamos al año 1324. El que había sido ‘caballero hospitalario’ de nombre Galcerán de Born –protagonista de la novela histórica Iacobus–, con gran preocupación por las noticias acerca de la relajada vida de su hijo Jonás en la corte de Barcelona, le envía una carta plena de órdenes muy estrictas. El joven Jonás deberá prestar el solemne juramento de la ‘caballería’ y transformarse así en ‘gentilhombre’ y adalid de la antigua Sabiduría y el Conocimiento.