Opinión

‘La era indígena’ de la historia de la Argentina

“Esta breve historia de la Argentina ha sido pensada y escrita en tiempos de mucho desconcierto. Mi propósito ha sido lograr la mayor objetividad, pero temo que aquella circunstancia haya forzado mis escrúpulos y me haya empujado a formular algunos juicios que pueden parecer muy personales”, escribe José Luis Romero en su admirable libro Breve historia de la Argentina, Fondo de Cultura Económica, 1ª edición, EUDEBA, 1963, novena reimpresión, Colección ‘Tierra Firme’, Buenos Aires, 2004 y 2009.

‘La era indígena’ de la historia de la Argentina

El historiador José Luis Romero confiesa que el lector podrá hacerse su propia composición de lugar, ya que, pese a la brevedad del texto, cree que ha conseguido ofrecer los datos necesarios para ello. ¿Cuál era la finalidad de esta obra? “Suscitar la reflexión sobre el presente y futuro del país”, asegura. Su lectura, por ende, puede ser emprendida con espíritu crítico, incluso polémico. “El texto ha sido apretado desesperadamente –continúa– y creo que el libro dice más de lo que parece a primera vista”.

En la primera parte –titulada ‘La era indígena’– comienza con una interrogación: “¿Cuántos siglos hace que está habitada esta vasta extensión de casi tres millones de quilómetros cuadrados que hoy llamamos Argentina?”. El historiador Romero no duda en citar a Florentino Ameghino –un infatigable historiador del remoto pasado–, quien creyó que había sido precisamente en estas tierras donde había aparecido la especie humana. Huellas de muchos siglos entroncan con regiones como la Polinesia. Sobre estas poblaciones autóctonas no poseemos noticias históricas. Aquellos que habitaron el noroeste del país manifiestan una evolución más intensa; aprendieron con ásperas experiencias el transcurso del tiempo así como la sucesión de las mutaciones propias de la historia de la Humanidad. En todo caso, la Argentina es un país de muy variopinto paisaje. Una extensísima llanura –la originaria ‘pampa’– constituye su núcleo interior. Ahora bien, en la planicie continua se diferencian nítidamente las zonas fértiles regadas por los grandes ríos y las zonas que no reciben más que leves lluvias y están pobladas por escasos arbustos.

¡Feraces tierras con praderas, bosques y selvas, mientras otras son estériles, algunas desérticas! La llanura, empero, es continua, igual que un mar, hasta que se confunde con la meseta patagónica del Sur, o hasta que se estrella contra las sierras o las altas montañas de los Andes, hacia el Oeste. Vetustos y misteriosos pueblos que oscuramente desplegaron su vida en ellos. Vinculados a la naturaleza, pues de ella dependían sus recursos, y según los cuales se modificaban sus hábitos. Al iniciarse la conquista española, las poblaciones autóctonas fueron, desde luego, sometidas a las formas de vida que introdujeron los conquistadores. “Algunos grupos conservaron su libertad replegándose hacia regiones no frecuentadas por los españoles”, afirma el historiador argentino.

¿Su último refugio? A no dudar, la ‘pampa’ y la Patagonia. ¿Un último despertar? Así constituyeron un imperio de las llanuras, cuando la desunión de las provincias argentinas les dio licencia para ventajosamente enfrentarlas. Al cabo, sabemos que “la lanza se mostró inferior al fusil”, de modo que fueron incorporados a las nuevas e impuestas formas de vida.