Merced a la reconstrucción del ‘Coro Pétreo’ del Maestro Mateo de la Catedral de Santiago de Compostela, la Fundación ‘Pedro Barrié de la Maza’ llevó a cabo una empresa de sobresaliente calado artístico e histórico. Necesario es recordar que el ‘Coro’ fue construido alrededor del año 1.200 y demolido en 1603. Una gran parte de sus piezas sirvieron para diversas obras de la misma Catedral. Fuera de ella, algunas como simple material de construcción; otras, con carácter ornamental, entre las que descuellan las figuras que decoran la fachada de la ‘Puerta Santa’ o bien las que albergan el Museo Catedralicio y el Museo Arqueológico Nacional. Empero, muchas esculturas y fragmentos escultóricos que formaron parte del ‘Coro’ se han ido rehabilitando paulatinamente. Sus sucesivos hallazgos, además, impulsaron el anhelo –ya expresado por señeros investigadores y académicos– de reconstruir, en la medida de lo posible, el ‘Coro’, a fin de impedir la definitiva pérdida de una obra de singular trascendencia para el Patrimonio artístico internacional.
La alta planicie del Norte de Chile acrecienta su altura a medida que se expande hacia el Sur. La cordillera de la costa por una parte se nos presenta por el Oeste, mientras que por otra la cordillera andina ofrece ‘cordones’ paralelos a su masa. Elevación e interrupción que paulatinamente se vuelven oblicuos, y después perpendiculares a la costa. Entonces, la llanura se detiene y empiezan a propagarse los cerros al modo de ilimitados brazos que engarzan la cordillera con el mar.
Nos saluda el ‘Pazo de Muíños de Antero’. Construido entre las postrimerías del siglo XVIII y comienzos del XIX, desde entonces siempre perduró en manos de la misma familia. ¿Su fundador? Manuel Antero Yánez Rivadeneira, quien provenía de uno de los linajes más sobresalientes de Monforte de Lemos. Luego, nos trasladamos al ‘Pazo de Tor’, que es una de las mejores residencias señoriales del sur de la provincia de Lugo. Situado en un reducido alto desde donde se divisa casi todo el ‘Val de Lemos’, su origen data del siglo XIV; no obstante, la edificación que hasta nuestros días ha llegado, procede en su mayor parte del siglo XVIII.
Estamos delante del ‘Colexio da Nosa Señora da Antiga”. La iglesia se inspira en la de ‘Gesú’ de Roma, iglesia-madre de la Orden Jesuita. Su cúpula nos ofrece diez metros de diámetro y se halla sostenida por cuatro arcos sobre los cuales se sitúan cuatro ángeles que sostienen los ‘emblemas’ de Jesús y del Cardenal. He aquí la Capilla del Santo Cristo donde vemos un ‘Crucificado’, obra de Valerio Cioli, artista de esculturas para la tumba de Miguel Ángel. Un patio abrazado por soportales hermosea su claustro. Como era de esperar, en el centro de cada una de las fachadas luce un escudo, correspondiente al Cardenal, a la casa de Lemos, a la Casa de Alba y a las ‘Escolas Pías’.
La mayoría de ciudades ‘nortinas’ se encuentran situadas en la costa; Calama y el pueblecito de San Pedro, en el interior. Sencillos oasis. Muy cerca, el mineral de Chuquicamata, que tiene viviendas para sus trabajadores y un buen hospital. Desde luego que en la costa se hallan las mejores ciudades. Antofagasta y también Iquique son las principales. Otras poblaciones han quedado al modo de ‘simples salidas del salitre’, tales como Junín y Caleta Buena. Iquique es venerable cuyo origen fueron las prósperas minas de plata de Huantajaya, en la época de la ‘Colonia’. A mediados del siglo XIX surgieron los paseos y las refinerías de azúcar, sus fábricas de licores y manufacturas de tejidos, sus 40.000 habitantes, sus fideos y su Corte de Apelaciones.
Si observamos las laderas de la “puna”, veremos que algunos de los indígenas “quéchuas” y “aimaraes” han labrado sus terrazas de cultivos, captando algunos riachuelos. Ellos han construido toscas viviendas que configuran pequeños lugares suspendidos sobre los abismos. Alejados del mundo, viven ahí, apartados de la influencia de la civilización: sosegados y hieráticos, su mirada alargada de los ojos incaicos, cara enjuta y cierta fraternidad que mantienen desde la época de Atahualpa.
Nos hallamos en Monforte de Lemos, la capital de la denominada “Ribeira Sacra”, donde el poder del Condado de Lemos, desde la Edad Media hasta el siglo XVIII, legó numerosas huellas en la fisonomía de la ciudad, muchas de ellas pueden ser todavía visibles. He aquí las murallas, pazos y conventos. Sus museos y puentes. Sus plazas y el nombre de sus calles. Excelencia de sus mágicos viñedos y selectos brindis gastronómicos. Anocheceres de ocio en la “rúa Cardeal” y su entorno. Ese tramo del río Cabe que fluye entre “a Ponte Medieval” y “a Ponte Nova”, además de “o Campo da Compañía”.
“Visto en el mapa de América, Chile aparece como un largo ribete amarillo que bordea a la Argentina por el oeste. Se diría una simple coquetería cartográfica para que las fronteras de aquel país no mojen en las aguas heladas del Pacífico. Mirado en un mapa regional, Chile aparece un poco más ancho y dividido en provincias de diferentes colores. Es lo que llaman un mapa político. Su aspecto es deplorable y confuso. Su estudio también”, escribe el geógrafo e historiador chileno Benjamín Subercaseaux en las páginas de su clásica obra Chile o una loca geografía, Editorial Sudamérica, Santiago de Chile, 6ª edición, abril de 1988.
“Despóis unha cidade foi fundada por Breoghan na España: Brigantia o seu nome; no frente dela, que é chamada Torre de Breoghan: unha placente e deleitosa morada, e un lugar pra velar e vixiar: era aquelo. Naceron fillos e este Breoghan despóis en España; éstes son os seus nomes: Bregh, Cuala, Cualinge, Blad, Muirthemme, Eble, Nar, Ith e Bile”, leemos a través de las páginas de los Libros das Conquistas que constituyeron el manantial de donde bebió Eduardo Pondal, el bardo gallego de Ponteceso, glorificando al divino Breogán.
El “roto” norteño de Chile –tan superior al sureño– es posible que sea una huella mezclada con la vieja civilización de Atacama y de los pescadores neolíticos del litoral. Pues, en efecto, en los salares atacameños se hallan, incluso en nuestros días, algunos islotes puros, si bien degenerados, de estos antiguos pobladores. Si nos remontamos al año 1200 después de Cristo, constataremos las invasiones parciales. Una de ellas, los “chinchas”, asimismo descendió de los Andes a la altura de Atacama y Coquimbo, venidas de las “pampas” del este: los “diaguitas”.
Además de Florián de Ocampo –Cronista de Carlos V, de linaje gallego– y sus conocimientos historiográficos acerca del dios Breogán, junto con las “glosas” de Joan Anio o Joan de Viterbo, existe otra fuente de propagación de tales tradiciones. Pues, en efecto, el hecho de que España intentara ayudar a Irlanda, sin comprenderla, a juicio de Mathew, manifiesta unas estrechas relaciones de nacionalidad. A este propósito dedicó un libro el notorio historiador Emilio González López, quien tantísimos datos compilara sobre este tema. Hagámonos ahora la siguiente pregunta: ¿cuáles fueron los más significativos episodios de estas relaciones, en Galicia? La estancia de Stukeley en Viveiro en 1570 o la formación del Cuerpo de Voluntarios para la expedición Fitzmaurice en 1579.
“Tal é o trazado do ‘Himno’ en que o cantor dos ‘Rumores’ e dos ‘Queixumes’ espallou pra os galegos a verba dos arbres benqueridos da súa terra, aqueles mesmos do ‘pinal de Tella espeso’ que invocaba o cativo bergantiñán de ‘A Campana de Anllóns”, recapitula el admirado escritor y profesor, siempre en nuestra memoria, Don Xosé Fernando Filgueira Valverde en su estudio monográfico O Himno Galego: Da “Marcha do Reino de Galicia” a “Os Pinos” de Veiga e Pondal, Caixa de Pontevedra, Pontevedra, 1991.
“He leído cientos de libros que me mostraban las necesidades de Chile, la importancia de Chile, el orgullo de ser chilenos: ninguno de ellos me hizo sentir el placer de ser chileno. Por lo menos, yo no supe gustarlo hasta que escribí el mío”, asevera, ni corto ni perezoso, Benjamín Subercaseaux en el ‘Prólogo’ de su libro Chile o una loca geografía, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, abril de 1988, cuya primera edición corresponde a la ‘Empresa Arcilla, S.A.’, año de 1940. Esta sexta edición de ‘Editorial Universitararia’ corresponde a la décimonovena edición de la misma obra.