Ríos chilenos, quebradas, valles, en dirección a Arica
El río ‘Loa’ es el único que brota en la cordillera de los Andes chilenos y alcanza el anhelado mar. Desde esa parte hasta Conchi –donde lo atraviesa por vez primera el tren internacional (Puente del Añil)– innumerables afluentes le otorgan sus aguas en alguna época del año. Sólo el Chela, con su corte, no falta jamás a la llamada. El río San Pedro asimismo se encuentra con ellos. Así, desde el Puente del Añil, el río ‘Loa’ prosigue su periplo hacia el sur, abandonando las serranías de Huataconda, donde mezcla sus aguas con el río Salado. Los postreros contrafuertes de los cerros de Tuina lo impelen en dirección a Calama. Desde Conchi a Chiu-Chiu el río alimenta bellísimas “fajas” de vegetación, o sencillas “vegas”, equivalentes del oasis africano. La diferencia es que en estas regiones no se ven palmeras ni camellos, esto es, llamas, vicuñas, alpacas y guanacos, que son “camélidos”.
¡Hermosas arboledas de durazneros y damascos que sustituyen al árbol del dátil! Al norte de Calama nace el modesto río San Salvador. En Calate –“calate”, en lengua nortina, significa “desnudo”– el río ‘Loa’ avanza rectamente hacia la costa, a unos treinta quilómetros de ese lugar. Arriba el océano, tras un recorrido de 300 quilómetros a través del desierto. Ahora estamos en las “quebradas”. Sencillos valles que, con un riachuelo, en ciertas épocas del año, conduce agua; en otras, empero, no, presentando una lujuriosa vegetación y rendimiento agrícola semejante al “delta” egipcio. ¿Huellas del ser humano? En la “quebrada” de Camarones y en la de Tarapacá, se almacena el agua, permitiendo regar hasta 24.000 hectáreas de tierras cultivables, incluyendo la región de Azapa, como nos describe el gran geógrafo e historiador Benjamín Subercaseaux en su ineludible obra Chile o una loca geografía, Editorial Sudamericana, Santiago de Chile, abril de 1988.
“No conozco un punto de transición –afirma el geógrafo chileno– entre las costas del Perú y las de Chile; es un recorrido que siempre he tenido que hacer de noche”. Desde los lomajes peruanos que suavemente expiran en las arenosas y desiertas playas, al despertar, he ahí… Arica, bandera chilena flameando al tope, además de un cerro rocoso cortado a pique: el “Morro”. Ahora, las costas se alivian de tanta sequedad. Arica es una ciudad muy vieja, pues ya existía como “caserío” desde remota edad. La población, sonriente, en el extremo norte de Chile. Desiertos al norte y al sur, no es posible llegar a este puerto sin haber pasado días de tedio y soledad. Una placita de flores, limpias sus calles, y su iglesia de “juguete” al estilo de Eiffel. He aquí el hotel ‘Pacífico’. ¿Ferrocarriles? Dos. Uno que se dirige a Tacna, que nos brinda su canción: “Tacna, la bella./ Ríos sin agua./ Montes sin leña”. Y otro que va a La Paz, con un ramal a Tacora.
La alfalfa, el maíz, las habas, las papas, amorosamente nos saludan. El tren internacional se aleja ansiando las tierras de Bolivia. Entre las pilas de mercaderías deambulan los muchachos, en tanto que, al horizonte, los rieles deslumbran de pesadumbre. El mar, en calma; el cielo, diáfano, sin vientos ni neblinas.