El puerto chileno de Iquique, antes de avistar la pampa
La mayoría de ciudades ‘nortinas’ se encuentran situadas en la costa; Calama y el pueblecito de San Pedro, en el interior. Sencillos oasis. Muy cerca, el mineral de Chuquicamata, que tiene viviendas para sus trabajadores y un buen hospital. Desde luego que en la costa se hallan las mejores ciudades. Antofagasta y también Iquique son las principales. Otras poblaciones han quedado al modo de ‘simples salidas del salitre’, tales como Junín y Caleta Buena. Iquique es venerable cuyo origen fueron las prósperas minas de plata de Huantajaya, en la época de la ‘Colonia’. A mediados del siglo XIX surgieron los paseos y las refinerías de azúcar, sus fábricas de licores y manufacturas de tejidos, sus 40.000 habitantes, sus fideos y su Corte de Apelaciones.
“Los primeros recuerdos los tengo de un americano muy bebido que cantaba una estúpida canción, mientras paseaba por la cubierta del barco”, comenta el historiador y geógrafo chileno Benjamín Subercaseaux en su clásica obra Chile o una loca geografía, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1988. Escuchémosla: “Iquiquicuique, / Antofagasta, / Santi-ago, / Val-paraíso, / Viña del Mar. / Cuando la luna / sale de noche, / estaremos todos / en el Cambio-Bar”. He ahí el lugar en que fue hundida la nave ‘Esmeralda’. Fatigado de tanto llamar, el campanario de Iquique. Telón de fondo: la muralla de la planicie y el espíritu de los trenes ascendiendo en zigzag.
El puerto de Iquique ostenta sus casas de madera, pues no es el fruto de una compañía norteamericana, al igual que Calama, sino con una solera anterior a la denominada ‘Guerra del Pacífico’. Y más lejos, la pampa y el salitre de Valparaíso, donde las botellas de ‘pisco’ que se escalonaba en capas de diferentes colores: rojizas y azules, ocres como la tierra o amarillas como el oro; algunas de una impoluta blancura. Reducidos y apretados ‘brillantes’ que parecieran proteicos dibujos de finísimas líneas, onduladas y paralelas. La botella sudaba el agua de sus sales cristalinas, empañando el vidrio con un vaho de ‘camanchaca’.
Henos ahora ante las tierras inhóspitas. Desiertos que alcanzan a ser, con tesón, poblados con vistas a alguna riqueza oculta. “En la pampa, como en la montaña –asevera el geógrafo Subercaseaux–, los nombres geográficos señalan el pensamiento y las etapas del esfuerzo en la lucha por la vida. Hay nombres regionales: Palestina, y no lejos de ahí, su complemento: el salar Mar Muerto. El sirio melancólico, con su piel lunarienta y su mirada odalisca, debió pasar por la región”. Una ojeada a los nombres se nos ofrecen ‘Pampa Miraje’, Llano de la Paciencia’, ‘Pampa Engañadora’, ‘Cordón Desamparado’, ‘Estación Soledad’ … Asimismo, a su lado, los recuerdos: ‘Las Dos Hermanas’ o ‘Los Tres Amigos’. Y a su alrededor, incluso la muerte: ‘Sierra Negra, ‘Sierra del Buitre’ o ‘Sierra del Muerto’.
Sin solución de continuidad, más nombres. Algún ‘guaso’ sureño apuntó su ‘Sierra de las Vaquillas Altas’. Pensando en el dinero, no faltan ‘Sierra Gorda’, ‘El Tesoro’ o ‘Rica Aventura’. Y, ¿cómo no?, el agua anhelada por aquellas gargantas enronquecidas: ‘Refresco Seco’, ‘Aguas Blancas’, ‘Aguas Calientes’, ‘Agua Buena’ y ‘Aguas Dulces’.