Hacia la tierra chilena que mana leche y miel
El obrero de la mina chilena vive en el “Pueblo Hundido”. Hay nombres ya engastados en el coruscante metal que brota de la montaña. “Catemu”, junto al Aconcagua, próspera fuente de cobre, al igual que antaño lo fue “Tamaya”. El negro y pesado fierro en “Algarrobo” y “El Tofo”. Y la plata…, una arcaica memoria de antiguas fortunas que se denominaron “Agua Amarga”, “Arqueros”, “Chañarcillo” y “Tres Puntas”. “Antes de que el salitre fuera chileno, ya lo explotaban ellos. Y no contentos con esto, penetraron en el corazón metálico del Altiplano y lo sacaron a relucir en ‘Llallagua’, ‘Caracoles’ y ‘Huanchaca’, tres nombres que son una gloria para el esfuerzo nacional y, a la vez, tres vergüenzas que despertaron el vicio de la especulación en nuestra Bolsa de Comercio”, puntualiza el geógrafo e historiador chileno Benjamín Subercaseaux en su documentada obra Chile o una loca geografía, Editorial Universitaria, calle San Francisco, número 454, Santiago de Chile, abril de 1988.
“El País de la Senda Interrumpida”, así calificada por el sabio Subercaseaux, claro es que bien podría ser, asimismo, “El País de la Lógica Interrumpida”. Porque, ciertamente, el talaje no es generoso, mas nunca falta un valle o serranía que lo produce en algún período del año. Y por ello mismo no es extraño hallar ilimitadas caravanas de vacunos desplazándose en demanda del alimento y del agua. Árida es la tierra; no obstante, hay ardientes y húmedos valles, favorecidos por una fecunda vegetación, donde las frutas tropicales crecen y crecen como por piadoso ensalmo.
“El valle de Elqui es una axila”, afirmó la célebre poetisa y premio Nobel (1945) chilena Gabriela Mistral, brindándonos con esta imagen tan osada una perfecta visión de su suavidad mojada y musgosa. Nos encontramos bajo un sol inexorable, mas dulce como una lluvia de miel. Ahora… ¡sí que esta tierra mana leche y miel! Dulce tierra de papayos, chirimoyos y lúcumas: desde las afamadas pasas del Huasco –que conducen contenidas la savia del suelo y el azúcar del sol– hasta los asoleados vinos de Elqui, que parecieran iluminados en el límpido cristal de las copas. Con nosotros, los higos secos, los huesillos, los descarozados, las nueces: cálidas sustancias como la tierra, confitadas por el calor y la sequedad.
Vamos hacia el Oeste. ¿Y qué nos susurra el mar? Así, desde la desembocadura del río Loa, la costa comienza a deslizarse al encuentro del Océano. Bien pudiéramos afirmar que Chile, en esta parte, llevando una curva entrante a su espalda, persigue una curva saliente para compensar la armonía de sus líneas. Ello se columbra desde Valparaíso durante esos días en que la atmósfera translúcida nos va descubriendo hacia el Norte novísimas tierras y “puntillas” que causaban la impresión de no existir en los brumosos días del estío. Pues, en verdad, es en primavera o en otoño cuando suele verse, más allá de la “puntilla” de Concón, una faja azul: la “puntilla” de Quintero. Y luego, internándose aún más en el mar, otro cabo lejano: la Punta Gruesa de Papudo. En pocas ocasiones, un monte doble saliente, que casi se identifica con el cielo: la Silla del Gobernador. Cuando es visible desde Valparaíso, los porteños intuyen que la lluvia no se demorará. En los viejos mapas “coloniales” vemos cómo la Silla del Gobernador se halla al sur de la bahía Pichidangui.