Coquimbo, El Callao, La Serena: la costa chilena
El “País de la Senda Interrumpida” no nos muestra puertos estimables, pues Caldera, frente a Copiapó, es la inexcusable salida de la región minera: una señera fundición de cobre y un ferrocarril que la enlaza con esa ciudad. Ante nosotros, Coquimbo, frente a La Serena, exhibe otro puerto de más entidad. Además, Carrizal Bajo, Huasco, Los Vilas, Papudo y Zapallar, que no son sino meras caletas de emergencia. “Al norte de Coquimbo, la costa se accidenta en forma de islas, cabos y bahías. Es una zona atormentada, donde las Islas de Pájaros, junto con la de Choros y Chañaral, simulan un diminuto Mar Caribe con fuerte oleaje y blancos rompientes cubiertos de espuma”, escribe el gran geógrafo e historiador chileno Benjamín Subercaseaux en su insoslayable obra Chile o una loca geografía, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, abril de 1988, déciminovena edición de la obra.
Nos hallamos en las nombradas ‘Alturas de Coquimbo’, esa temible región, testigo de mortíferas travesías y numerosos naufragios. La tibieza de sus aguas provoca la presencia de tiburones en el extremo norte; inexistentes en el sur, proliferan, en cambio, en la población de Mejillones. Recordemos que la gran “corriente fría” de Humboldt que de sur a norte baña la costa de Chile, empieza a disgregarse paulatinamente en las ‘Alturas de Coquimbo’. Y en Antofagasta, Pisagua y Arica, al oeste, va siendo alejada debido a las postreras avanzadas del Kuro-Shivo –la “corriente caliente” del Japón– que llega desde el norte describiendo una extensa curva a lo largo de Kamchatka, de las islas Aleutianas, California y la costa descendente de América. Ahora, en las aguas de El Callao –memoria de las navegaciones del contralmirante Casto Méndez Núñez, nacido en Vigo–, el Kuro-Shivo rechaza enteramente al ‘Humboldt-stream’; el mar se vuelve tropical, espléndido en peces-voladores, sus verdes tortugas y sus engañosos escualos. He aquí, por ende, este combate de las dos corrientes, que se hacer sentir desde las ‘Alturas de Coquimbo’. Encontramos así una respetable fauna. Mar inquieto, eso sí, colmado de aterciopelados lomos de focas que se nos aparecen con sus enormes ojos redondos, lacrimosos, huérfanos de pestañas. Vedlas ahí en las loberas de Punta Teatinos, en Coquimbo, o en Bahía de la Herradura. Peces-espadas raudamente cruzan las translúcidas aguas; en ocasiones, asimismo, se ven hundir su afilado cartílago en las mohosas y reblandecidas maderas de las añosas barcas pescadoras.
“Desde tiempos inmemoriales, las costas del próximo norte han estado envueltas en una atmósfera de leyenda y de misterio –nos recuerda nuestro geógrafo-guía Benjamín Subercaseuax–, pues los piratas ingleses y holandeses de los siglos XVI y XVII dejaron una sombra inquietante en esos islotes desiertos y en las caletas solitarias”. ¿Y cómo no evocar a personajes como Drake, Cavendish o Sharp, quienes recorrieron toda la costa chilena, desde el estrecho hasta El Callao? La región minera –sobresaliente en la época de la ‘Colonia’– era el blanco de los ataques corsarios. Temidos por los habitantes de La Serena, los cuales, si un filibustero cruzaba el estrecho, se echaban a temblar. La Serena era ciudad muy piadosa, burlada de sus oraciones y de sus inexorables, arrebatadas campanas, cada vez que llegaba la funesta noticia de los piratas “a la vista” y su codicia por los “doblones” y las vajillas de plata.