Opinión

El 9 de junio recién pasado, el poeta Omar Lara había cumplido ochenta años de fructífera existencia y de apasionada vida literaria. Nació en Nohualhue, Nueva Imperial, en el sur lluvioso y entrañable de la Araucanía, donde nacieron para la poesía, la lucha y la esperanza, otros notables poetas chilenos: Juvencio Valle, Miguel Arteche –un 4 de junio, quince años antes que Omar–, Juan Toledo, Eulogio Suárez, Elicura Chihuailaf, nuestro más reciente Premio Nacional de Literatura, galardón tan apreciado como escurridizo al que fuera postulado también Omar Lara, con merecimientos indiscutibles para haberlo recibido.

Merced a la gentileza de Brenda Arce y su hermano Daniel, además de la disponibilidad de Santiago en Asunción, hoy tengo sobre la mesa de mi escritorio la Gramática Guaraní, Academia de la Lengua Guaraní (ALG), 3ª edición, corregida, Asunción de Paraguay, agosto de 2020. 

La carbonada es un caso especial dentro del recetario de la cocina criolla. Alguna vez tocamos el tema en esta columna, pero vale recordarlo, ya que llevamos casi 22 años escribiendo aquí, y los lectores se renuevan. Vamos al asunto: Ya hacia fines de la colonia, la combinación dentro de la cocina criolla, en particular porteña, de la ciudad y de la campaña, daba como resultado platos con marcados rasgos españoles pero con evidente adaptación a los productos del país; después de la independencia de España, y la inmigración masiva en la segunda mitad del siglo XIX, el intercambio cultural y gastronómico se acentuó. Los recién llegados concluyeron aclimatándose a la carne asada, muchos platos europeos, si bien adaptados a los ingredientes nativos, se impusieron y cobraron genuina ciudadanía criolla.

Si deseamos rastrear la peregrinación marítima de mujeres inglesas, habremos de tener presente la literatura de índole popular. He aquí el caso de la “peregrina viuda” que se nos presenta en los Cuentos de Canterbury, cuyo autor es Geoffrey Chaucer durante la Edad Media europea.

Sergio Infante ha escrito una vibrante novela, Unquén, el que espera, sobre un tema abordado por buen número de escritores chilenos: la desaparición forzosa de personas a manos de los esbirros de la dictadura militar chilena (1973-1990) y la consiguiente búsqueda, a menudo infructuosa, de sus familiares cercanos. Herida abierta por la fatalidad de la ausencia y la impunidad de los criminales.

(Entre holocaustos y Genocidios)

La historia del siglo XX es, hasta ahora, la máxima crónica de los horrores perpetrados por el ser humano en contra de sus semejantes. De todos ellos, entre una sucesión demencial que suma decenas de millones de personas –como tú, como yo–, el más destacado por los libros de historia, por la prensa y también bajo la pluma de escritores de diversos orígenes étnicos, es el que conocemos como ‘holocausto judío’, proceso planificado de aniquilación urdido por los nazis, que se llevó a cabo entre 1938 y 1945. Antes de eso, el pueblo hebreo sufrió matanzas llamadas pogromos, ocurridas en diversas naciones de Europa, con el subterfugio o disfraz de guerras religiosas y persecuciones heréticas.

“En ese tendal de ‘sélknames’ yacía, dado por muerto, el deforme ‘Hachai’, guerrero cabezudo, contrahecho y rencoroso, al que luego presentaron como pescadito de cabezota guampuda. Cuando los vencedores abandonaron el campo, ‘Hachai’ se replegó con sigilo y se ocultó hasta reponerse. ‘Interim’, rumió la venganza, iniciada en el odioso seguimiento de ‘Alespor’. Al fin, tropezó con la oportunidad del desquite”, nos relata el historiador Juan E. Belza en su imprescindible estudio Romancero del topónimo fueguino. Discusión histórica de su origen y fortuna, Publicación del Instituto de Investigaciones Históricas, Tierra del Fuego, Argentina, 1978.

“De la misma manera que los peregrinos eran víctimas frecuentes de los ladrones y salteadores de caminos, el tema de las mujeres asaltadas durante la peregrinación es también frecuente, especialmente en la literatura. Tal es el caso de la condesa Sofía de Holanda, que en algún lugar no identificado del ‘Camino’, ya de vuelta a su tierra, fue atacada por unos bandoleros que intentaron asesinarla, pero milagrosamente el ataque fue rechazado”, expresa la historiadora de la Universidad de Santiago de Compostela Marta González Vázquez en su monografía Las mujeres de la Edad Media y el Camino de Santiago, Xunta de Galicia, Compostela, 2000, reedición ‘Camiño Xacobeo’, 2004.

“…Mi infancia son recuerdos de un pasar feliz y tormentoso a la vez, ya que a los siete años comienzo a tomar conciencia de que existo, es decir que ‘soy’ en un lugar y circunstancias determinados”. (I.R.A)

“Juaniep’, encarcelado por el ascendiente de ‘Chasquel’ e irritado por su antropofagia, decidió acabar con los abusos y le salió al paso en el extremo norte de ‘Khami’, cerca de la barranca del ‘Ackekukin’. El encuentro culminó en choque feroz y descomunal pelea. Enredados los gigantes en golpes y forcejeos, rodaron por el declive hasta la ribera del lago. ‘Juaniep’ acollaró a ‘Chaskel’ con sus manazas, le oprimió el cuello y, a pesar de bestiales convulsiones, le hundió la cabeza en las aguas hasta asfixiarlo”, asevera el insigne historiador Juan E. Belza en su seductora obra Romancero del topónimo fueguino. Discusión histórica de su origen y fortuna, Instituto de Investigaciones Históricas, Tierra del Fuego, Argentina, 1978.

“Sandías e higos en baja”

Roser Bru Llop era una de los dos mil setenta y ocho pasajeros, refugiados de la Guerra Civil española (18 de julio de 1936–1 de abril de 1939), que arribaron al puerto de Valparaíso, Chile el 2 de septiembre de 1939, a bordo del paquebote Winnipeg, cuya misión epopéyica había sido posible gracias a la visión, al esfuerzo y a la voluntad de Pablo Neruda y de su compañera, Delia del Carril, La Hormiguita, secundados por el diplomático chileno Carlos Morla Lynch. Si bien el gobierno del presidente Pedro Aguirre Cerda, obtenido por el Frente Popular, propició aquella honrosa empresa humanitaria, los verdaderos ejecutores de ella, que debieron sortear innúmeros escollos para llevarla a cabo, fueron Pablo Neruda, con su entusiasmo desbordante, y Delia del Carril, a través de sus contactos con hombres de negocios de Buenos Aires y de París, a los que convenció para sufragar buena parte del costoso propósito.

La peste que el murciélago desató entre los chinos, desde la nauseabunda proliferación de su cocina promiscua, ha devenido, tras el forzoso encierro de las grandes urbes, en beneficios impensados para la vida intelectual. Uno de ellos, el que a mí y a otros asiduos atañe, es una resurrección de los libros y del vicio impune que traen consigo: la lectura.

 

El tiempo de afanes cotidianos, de horas de transporte esfumadas para acceder a oficinas y reparticiones públicas, constriñendo el espacio cada vez más reducido del lector contemporáneo, obligado a ejercer oficios pedestres de subsistencia, se amplía de pronto como efecto real, para no abandonarse al desasosiego de esa amenaza aún no desvelada por la anónima ciencia del tercer milenio, sus investigadores y sus burócratas de la muerte.

 

Desde los anaqueles, se han desempolvado títulos que esperaban su turno impreciso, para hacer escuchar sus voces clausuradas temporalmente. Otros han llegado, llegan, por el correo ordinario o por el envío diligente de autores afectuosos o interesados en reseñas críticas; otros brotan desde la feracidad de las producciones electrónicas y sus formatos cada vez más amables…

 

Ya sé, amiga lectora, amigo lector, que nada reemplaza al objeto libro en su naturaleza originaria de papel encuadernado y oloroso, pero el ebook y su aparato Kindle ofrecen ventajas comparativas en la conjunción espacio, tiempo y precio.

 

Así, el Diario de un Escritor, de Dostoyevski, en versión íntegra, cuesta cincuenta mil pesos; en formato digital, seis o siete dólares, la décima parte, y no ocupa el espacio físico que amplifica el acopio de años de compras compulsivas, cuyo hábito suele dañar relaciones conyugales y expectativas de satisfacer otras necesidades.

 

Adquirí las obras completas de Fernando Pessoa, El Canon Occidental, de Harold Bloom, Memorias, de Simone de Beauvoir, Notas y Dietarios, de Josep Pla. Este autor catalán me fue recomendado, a comienzos de los 80, por Luis Sánchez Latorre, Filebo, lector formidable y universal, capaz de mantener un ritmo de lectura de seis, siete u ocho horas diarias; también me recomendó a Julio Camba, ese incisivo periodista español de la primera mitad del siglo XX, de acerada pluma y fino humor, desconocido entre sus pares y plumíferos de Chile. Ambos, Pla y Camba, padecieron una suerte de censura silenciosa en la España post franquista, debido a sus simpatías por el régimen del caudillo gallego; algo semejante le ocurrió a Borges entre los sectores progresistas de Latinoamérica, debido a su proclividad por dictadores entorchados. Pero el placer de leerlos va más allá de ideologías y partidismos.

 

En lo que va de este año y algunos meses, he leído interesantes libros sobre Irlanda, la patria de Wilde, de Shaw y de Joyce, textos de viaje de Javier Reverte y de Heinrich Böll, género o subgénero, si ustedes quieren, que me atrae mucho ahora, junto a diarios, memorias y ensayos; van quedando algo relegados los cuentos y las novelas, aunque leí hace poco los relatos de ese fino especialista que es Luis Alberto Tamayo, los alucinantes microcuentos de Lilian Elphik. También la novela breve, o nivola, como diría Unamuno, El viejo que subió un peldaño, de Jorge Calvo, uno de nuestros mejores narradores actuales; Unquén, el que espera, novela de Sergio Infante Reñasco, texto que me sorprendió por su capacidad de relacionar y fundir, en atrapante narración, diversos lenguajes de la tribu, rescatando sus identidades desde el lejano exilio. A ambos les debo una crónica para Cine y Literatura.

 

Si Irlanda cautiva, al igual que Galicia, tratándose de naciones desangradas por el drama de la emigración, ese cáncer social brotado de la pobreza ancestral del minifundio y del caciquismo colonizador, extendido en todos los continentes, en versión más acabada y exterminadora, por la expoliación capitalista, hay otra patria en donde se cometió uno de los más atroces genocidios de la Historia; me refiero a Armenia, víctima de un holocausto a manos de los turcos, bajo su agonizante imperio, en el año 1915, ha poco más de un siglo, cuya triste fecha conmemorativa es el 24 de abril (un día después del aniversario internacional del Libro), que coincide con las matanzas de armenios en Constantinopla. Luego de leer El Genocidio Armenio, de Matt Clayton, libro mal escrito, titubeante, lleno de lugares comunes, aunque de precisa información histórica, pasé a La Memoria de Ararat, un libro reportaje del catalán Xavier Moret, interesante y fluido, aunque sin mayor vuelo estético, semejante a otros muchos de su clase que se editan hoy por cientos.

 

El tercero me compensó con creces: Livro dos Sussurros, del escritor armenio Varujan Vosganian; lo leí en la versión portuguesa de Kindle, pues no se ofrece en castellano y en inglés me costaría mucho leerlo. Es una suerte de novela autobiográfica, entrañable, memoriosa hasta el más hondo sentido poético. Los susurros tienen para el autor y adquieren, en la complicidad de ambos agentes del fenómeno lectivo, diversas connotaciones, nacidas de la imperiosa necesidad de hablar en sordina, de bajar la voz y pronunciarlo todo en la cautela del secreto, debido al miedo de una sociedad en trance permanente de aniquilación y sojuzgamiento. Primero, bajo la feroz bota otomana; recién terminada la segunda guerra mundial, el sometimiento al poder soviético, en virtud de constituir enclave estratégico de la geopolítica mundial, sobre todo en ese periodo aciago de los dos mayores conflictos planetarios, cuando se enfrentaban las potencias rectoras del planeta, repartiéndose la esfera humana como una torta de cumpleaños.

 

Nacida en la encrucijada de Oriente y Occidente, como el primer estado-nación que abrazó el cristianismo, en el siglo IV, Armenia ha padecido casi dos milenios de vasallaje, que parecieron interrumpirse a partir de 1991, con la declaración de su –¿definitiva?– independencia, aun cuando no ha desaparecido la amenaza de sus dos vecinos beligerantes: Turquía y Azerbaiyán, ambos estados musulmanes.

 

Vosganian ha sido capaz, en Livro dos Sussurros, al modo de García Márquez con Cien Años de Soledad, de crear una gran novela-poema, quizá realzada, en este caso, por su traducción portuguesa. Pocas lenguas poseen esa enorme potencialidad poética que ostenta el idioma de Camoens, Pessoa y Saramago. El lector no deja de agradecerlo, mientras goza las páginas del libro, en procura de otros susurros, de otras tierras y de nuevos viajes al corazón de las palabras. Echa en falta no saber armenio, idioma antiguo y poderoso, muy cercano a la lengua de la divinidad, según sus hablantes que lo conservan, pese a numerosos intentos de exterminio, con la heroica voluntad de los pueblos que no se rinden al vasallaje cultural.

 

Quizá por primera vez, aunque seamos ya muy viejos, hemos experimentado la fruición de la lectura despojada del ansia de los libros que están a la espera de ser abiertos, tras el turno otrora anhelante de desflorar sus palabras en la perspectiva de futuros placeres y expectativas de conocimiento. Así nos recomendaron Borges y Cortázar, desde sus distintas experiencias creativas y estéticas.

 

¿Cuánto llevamos leído? Mucho; tal vez poco, si miramos las inmensas bibliotecas, si atendemos a las múltiples incitaciones con que nos bombardean a diario. Apenas son unas cuantas líneas de la biblioteca infinita. Hemos deletreado el tiempo traducido en páginas y su medida permanece en la forma amada del libro. De manera que la última puerta que vamos a cerrar, según Borges, será la página postrera, vuelta en el pliegue de su ala de pergamino. Ojalá sea propicia también la última palabra pronunciada.

“La peregrinación de reinas o de mujeres nobles que, como ya hemos citado, podríamos enmarcar dentro de las peregrinaciones políticas o nacionales, no se diferencia en principio de aquélla masculina: en la mayor parte de los casos ya hemos visto cómo las reinas astur-leonesas peregrinan acompañando a sus maridos. En muchas ocasiones, la visita a Santiago se debe, lógicamente, a las vicisitudes políticas del reino y no a razones propiamente religiosas. Los cronistas y los propios clérigos de Santiago solían distinguir con la expresión causa orationis la visita, con fin devocional”, señala la historiadora gallega Marta González Vázquez en su libro Las mujeres de la Edad Media y el Camino de Santiago, Xunta de Galicia, Santiago de Compostela, 2000. Reedición ‘Camino do Xacobeo’, Santiago, 2004.

“Las mujeres se transmitían los secretos del manejo de la situación en los ritos de la pubertad. Un buen día, ‘Kren’, cuando volvía de caza, descubrió fortuitamente las astucias femeninas a través de la imprudente conversación de dos niñas que participaban fascinadas de las ceremonias del ‘hain’. Así ‘Kren’ comunicó a todos los hombres y juntos tramaron la liquidación de la dictadura: decidieron asesinar a todas las púberes iniciadas y destruir el sistema”, escribe el historiador Juan E. Belza en su imprescindible obra Romancero del topónimo fueguino, Instituto de Investigaciones Históricas, Tierra del Fuego, Argentina, 1978.

En los bodegones porteños, desde fines del siglo XIX,  es plato ineludible en invierno el guiso de lentejas, y costumbre que se mantiene en las mesas familiares. Plato económico elegido por la clase trabajadora, poco a poco subió en la escala social y se comenzó a presentar en elegantes cazuelitas en restaurantes más ‘pitucos’. Pero, ¿de dónde vino este plato tan apreciado por los argentinos? La historia indica que esta legumbre llegó a América a partir del siglo XVI, traída por los españoles en los primeros viajes. Era, ya entonces, partícipe de los guisos ofrecidos en fondas y posadas de España.

“Entre las reinas peregrinas, en el año 899 Jimena, esposa de Alfonso III, acompaña a éste a Santiago de Compostela para la consagración del nuevo templo; en 911 viene Ordoño II junto con su esposa Elvira; en 924 es el turno de Fruela y su esposa Urraca, y un año después llega Gotona, reina de Galicia, que posteriormente se retirará al monasterio de Castrelo, al quedar viuda. En 934 llega a Santiago Ramiro II que, con la reina Urraca, viene causa orationis. Fronilde, la mujer de Ordoño III, llegó en 1045, en esta ocasión sin la compañía de su marido. Sancha, esposa de Fernando I, visita Santiago en tres oportunidades, junto a su marido: en la primera, en 1063, parece que se trata de una plegaria a Santiago para conseguir la victoria en el sitio de Coimbra; vuelven para dar gracias después del sitio, y en 1065 vienen causa orationiscon su corte”, nos recuerda la historiadora Marta González Vázquez en su obra Las mujeres de la Edad Media y el Camino de Santiago, Xunta de Galicia, Santiago de Compostela, 2000.

“Muy pronto ambas parcialidades –los “choncóiucas” y los “sélknames”– debieron advertir que no vivían solas. Rastrearon huellas de cazadores primitivos y toparon a ‘canoeros’ que los habían precedido desde cincuenta siglos. Al fin tropezaron con una tribu compacta y de larga experiencia lugareña, los ‘aus”, leemos en el magnífico libro del historiador Juan E. Belza cuyo título responde a Romancero del topónimo fueguino, Instituto de Investigaciones Históricas de Tierra del Fuego, Argentina, 1978.

Escuchando al Cine Chileno; Las películas desde sus bandas sonoras (1957-1969); José María Moure Moreno

La más enigmática y universal de las artes, la música, ha servido de base y de complemento a otras expresiones artísticas, desde tiempos inmemoriales. Los poetas, los vates, los rapsodas y los trovadores, cantaban sus versos, himnos, epifanías o elegías, acompañados de un instrumento, no para matizar su canto, sino para otorgarle un brillo distinto, para que las palabras resonaran, más allá de su prosodia particular, en la vibración pánica de todas las cosas del universo.

“Pedro Abelardo, en el siglo XII, distinguía con claridad: ‘homo’ es un nombre común al ‘vir’ y a la ‘femina’, puesto que uno y otro son animales racionales. El famoso ‘maestro’, es decir, el pensador de oficio –a cuya fama, por cierto, no es ajena la relación entre hombre y mujer– se ponía por encima del lenguaje común, donde el nombre de la especie se entiende como sinónimo de varón. Cuando definimos la historia como el estudio de la evolución del hombre en sociedad, lo hacemos usando la terminología abelardina; quiere decirse que, en esa evolución, están implicados tanto los varones como las mujeres”, explica el catedrático de Historia Medieval e insigne historiador gallego de la Universidad de Santiago de Compostela, profesor Ermelindo Portela Silva, al frente de su ‘Prólogo’ al libro de Marta González Vázquez titulado Las mujeres de la Edad Media y el Camino de Santiago, Xunta de Galicia, ‘Xacobeo/ 2004’, reedición de la ‘Consellería de Cultura’ de 2000, Santiago de Compostela.

En la noche del 20 de diciembre de 1849 un violentísimo huracán azotaba a Mompracem, isla salvaje de siniestra fama, guarida de temibles piratas situada en el mar de la Malasia, a pocos centenares de kilómetros de las costas de Borneo”. 

(Sandokán; E. Salgari)