Opinión

El lenguaje de la música en el cine

Escuchando al Cine Chileno; Las películas desde sus bandas sonoras (1957-1969); José María Moure Moreno

La más enigmática y universal de las artes, la música, ha servido de base y de complemento a otras expresiones artísticas, desde tiempos inmemoriales. Los poetas, los vates, los rapsodas y los trovadores, cantaban sus versos, himnos, epifanías o elegías, acompañados de un instrumento, no para matizar su canto, sino para otorgarle un brillo distinto, para que las palabras resonaran, más allá de su prosodia particular, en la vibración pánica de todas las cosas del universo.

El lenguaje de la música en el cine

Escuchando al Cine Chileno; Las películas desde sus bandas sonoras (1957-1969); José María Moure Moreno

La más enigmática y universal de las artes, la música, ha servido de base y de complemento a otras expresiones artísticas, desde tiempos inmemoriales. Los poetas, los vates, los rapsodas y los trovadores, cantaban sus versos, himnos, epifanías o elegías, acompañados de un instrumento, no para matizar su canto, sino para otorgarle un brillo distinto, para que las palabras resonaran, más allá de su prosodia particular, en la vibración pánica de todas las cosas del universo.

En tiempos del cine mudo, era un pianista el que se encargaba de interpretar, en las salas de cine, melodías más o menos afines con la trama de los filmes; en ocasiones, se agregaba un violín o un celo. La música prevenía a los espectadores o contribuía a la intensidad de la comedia, el melodrama o la tragedia que las imágenes narraban en la pantalla. Entonces, el complemento eran las palabras, que aparecían en breves frases, para aclarar lo que pudiera parecer confuso o resaltar acciones y desenlaces.

José María Moure Moreno, joven músico chileno, residente hoy en Barcelona, ha dado a la prensa un valioso ensayo, Escuchando al Cine Chileno, a través del cual desarrolla una desafiante interpretación de los aportes musicales y sus connotaciones estéticas en filmes clásicos del cine chileno, producidos entre 1957 y 1969. Es el período fundacional, salvando la aparente paradoja de llamarlo “nuevo cine chileno”, denominación expresada para distinguirlo del mentado “cine industrial”. Época de “pobreza franciscana” para directores y productores, para artistas y todos quienes integran el abigarrado –a menudo anónimo– equipo que hace posible el maravilloso producto de las imágenes resueltas en historias vívidas, pues el cine ofrece un arte lo más cercano posible a eso que llamamos “realidad”.

Pues bien, en cinco capítulos, el autor analiza e interpreta siete obras fílmicas, a saber: Tres documentales, en los que sobresale el novedoso aporte musical de Violeta Parra, Trilla, Andacollo y La Tirana; esto, en el primer capítulo; el capítulo II aborda el documental (largo metraje) La Respuesta, testimonio de la hazaña colectiva del lago Riñihue (1960); el capítulo III está dedicado al filme Largo Viaje; el IV a Valparaíso mi Amor; y el V cierra con El Chacal de Nahueltoro.

Un desafío ambicioso que Moure Moreno sortea con acierto en éste, su primer libro, publicado por Mago Editores, en su colección Investigaciones, en cuidada y fina edición. En lenguaje digno de un buen escritor, el músico desarrolla un interesante y provocador estudió crítico de musicología aplicada al cine chileno, proponiendo un encuentro epistemológico de disciplinas y quehaceres estéticos de sumo interés para una interpretación holística del proceso creativo.

Hemos hecho el ejercicio de leer la obra y luego disfrutar de los filmes considerados por el autor, bajo la perspectiva de apreciar la música de los mismos según este singular prisma interpretativo. El resultado ha sido enriquecedor, permitiéndonos apreciar nuevas perspectivas estéticas y reviviendo, en plenitud, estas producciones fílmicas paradigmáticas del cine chileno. Es éste un desafío para las nuevas generaciones de músicos y estudiosos. Así lo plantea Moure Moreno en parte de la introducción:

“La música en el cine chileno es un tema de estudio reciente. Durante años, ha existido una ausencia de este tópico en los estudios históricos y musicológicos, en contraste con una vasta bibliografía sobre la historia del cine nacional, y la misma omisión ha existido en la crítica especializada y periodística, así como en la prensa. Afortunadamente, los estudios de la música en el cine chileno han comenzado a surgir, fundando un nuevo campo de investigación que se ha adentrado en las composiciones para filmes y el funcionamiento de la banda sonora en general, dentro de las producciones audiovisuales. Me parece que investigar y escribir sobre las bandas sonoras de un determinado cine o conjunto de películas, no sólo permite poner en valor la música utilizada en esa filmografía, sino también ampliar la comprensión acerca de los filmes estudiados y proponer discusiones o diálogos en torno a ellos”.

El autor rinde tributo, estético y admirativo, a Violeta Parra, a su lúcida capacidad de penetración en el alma popular chilena. Así lo expresa, citándola con propiedad en su aporte a los documentales señalados: “La voz de Violeta cumple la función de la cantora que no se encuentra presente en la imagen, y también la de los campesinos que trabajan el trigo”. Ese es el folclore auténtico, el que enraíza, no el que parodia un costumbrismo trasnochado.

Sergio Bravo, en Mimbre y Trilla; Nieves Yancovic y Jorge di Lauro, en Andacollo; Leopoldo Castedo, en La Respuesta; Patricio Kaule, en Largo Viaje; Aldo Francia, en Valparaíso mi Amor; Miguel Littin, en El Chacal de Nahueltoro, se ligan, mediante el abrazo de la música y la imagen, con Violeta Parra, Tomás Lefever, Gustavo Becerra y Sergio Ortega. Los frutos a la vista y en el oído. Fraternidad del arte, pudiéramos colegir.