La ciudad de Vigo fabricó mundos. A comienzos del siglo XX, eran prestigiosas las manufacturas de ‘Artículos para Viaje’ de Manuel Gómez Valdés, en Rogelio Abalde, o las de Tomás Carnero, en Urzaiz. Sus catálogos, reflejo de una era en ebullición, incluían cajas para camarote, maletas de forma cubana, americana o vienesa, y hasta sombrereras y cajas para automóvil. Un baúl armario de madera podía alcanzar las 170 pesetas, mientras una maleta pequeña de cartón apenas suponía un desembolso de 2,50. La modernidad, en 1908, se llamaba fibra vulcanizada, y la ciudad olívica vibraba en vanguardia, en sintonía con la demanda de un mercado ligado a las estaciones marítima y de ferrocarril.