Opinión

Luis García Montero y la diplomacia del idioma

En un preludio de otoño hermoso, lleno de los oros que se sobreponen al verde en la paleta del Paseo del Pintor Rosales madrileño, la palabra se impuso en la inauguración del nuevo curso. El Club Diplomático nos convocó para escuchar el manantial de reflexiones, pensamientos y cicutas cultas de Luis García Montero (Granada, 1958), poeta, crítico, ensayista, catedrático de literatura española y director del Instituto Cervantes. La vida se detuvo en un remanso de paz que invitó al paseo por la sabiduría del maestro, del poeta, para el que “Quizá el amor, al fin, no era la prisa,/ la flor abierta y la palabra exacta,/la vida prometida sin engaño,/sino un instante en el dolor del mundo”.

Luis García Montero y la diplomacia del idioma

Así, en esta reunión exclusiva, a la que asistimos embajadores, catedráticos y miembros de Editored, la sabiduría de García Montero fluyó con la misma naturalidad que las palabras de un conquistador de la palabra. El maestro, de voz calma y reflexiones profundas, nos elevó con la emoción y la originalidad de su pensamiento, demostrando que el legado cultural de una nación no reside solo en sus museos, sino también en el fluir constante de su idioma, en su capacidad de honrar a sus artistas y en la belleza de sus paseos urbanos.

En este nuevo curso del Club, la palabra se alzó como primer paso del sendero sobre el que se hace camino, una máxima que el poeta y director del Instituto Cervantes ha encarnado con una coherencia vital que aúna su obra lírica con su gestión cultural. Como aquellos versos suyos, sencillos y sonoros, que buscan la conexión con lo universal desde la experiencia cotidiana, su labor en el Cervantes ha trascendido el mero aprendizaje del idioma para convertirlo en una herramienta de diplomacia cultural. Se trata de tender puentes invisibles entre naciones, de comprender al otro a través de su lengua. Así, la cultura, que para él no es un lujo sino un derecho, se erige como un vehículo de cohesión que se proyecta al mundo. Es la palabra, en entendimiento que facilita proyectar una cultura, un saber, una civilización, una forma de ser y estar, de responder a la vida y también de hacer negocios.

El poeta nos invita a valorar los momentos, efímeros y frágiles, que la prisa de la vida moderna puede desvanecer, el director nos incita a utilizar en la defensa del idioma los recursos de las nuevas tecnologías, de la IA. Su batalla por el español en las instituciones europeas, su preocupación por la lengua en Estados Unidos, no son solo cuestiones académicas o políticas, sino la manifestación de un humanismo profundo que busca dotar a la lengua de un propósito que trascienda la geografía, un idioma que se convierta en un instrumento de “ciencia y tecnología”, capaz de competir en un mundo global sin olvidar sus raíces ni sus valores.

Es en Iberoamérica donde la labor del Instituto Cervantes adquiere una dimensión aún más sublime, un eco de ese pasado de “conquistadores torvos” a los que se les caían las palabras, como dijo Pablo Neruda, pero con la vocación de un futuro compartido. Aquí el español no solo se proyecta, sino que se celebra en su inmensa y fructífera heterogeneidad. García Montero lo sentenció con la precisión de un polímata: “Un idioma con tantos millones de hablantes merece el respeto a la diversidad: en Sevilla se habla el español que se habla en Sevilla; en Salamanca, el de Salamanca; en Bogotá, el de Bogotá; y eso no significa que se hable mejor allí que en otros lugares”. La misión del Instituto no es imponer una única forma, sino proteger y elevar las características y peculiaridades que otorgan al español su verdadera riqueza. Es un guardián de la memoria de las palabras que se niegan a morir, un defensor de la etimología que se enriquece en cada país y una luz que guía a los jóvenes a valorar el tesoro de su lengua materna. Es la vida misma que se expande, crece y florece en cada rincón del vasto universo hispano.

Bajo la luz quemada del casi otoño en el Paseo del Pintor Rosales, la voz de Luis García Montero se elevó mientras las hojas amorronadas, tímidas aun en su vetusted, comenzaban a caer con lentitud, lo hace no solo como la de un poeta de la experiencia, sino como la de un “filólogo-gestor” de la palabra en el siglo XXI. Su liderazgo es el de un humanista que ha hecho de la poesía un puente para la diplomacia cultural, promoviendo un español que, lejos de ser un imperialismo, es un vehículo de diálogo y de “encuentros”. Su defensa de la diversidad lingüística, que reconoce la importancia singular del gallego, el catalán y el vasco, convierte al Cervantes en un baluarte de la riqueza ibérica. Y en esa reunión exclusiva del Club Diplomático, en la que su sabiduría fluyó como un manantial de palabras, el compromiso fue rotundo y de una trascendencia histórica: el Instituto Cervantes estará presente en el IX Congreso de Editores de Europa América Latina Caribe (EDITORED) en la histórica Alcalá de Henares. La ciudad que vio nacer a Miguel de Cervantes será testigo del regreso de este cónclave, que tengo el honor de dirigir, a Europa, después de su última edición en Cartagena de Indias, simbolizando el reencuentro de dos continentes bajo el paraguas de un mismo idioma y de Prestomedia. Con una audiencia estimada de los medios presentes en 457 millones de personas, el evento no solo refrenda la importancia del español como lengua de cultura y negocios, sino que eleva la labor del Cervantes a una dimensión internacional sin precedentes, consagrando a su director como un “embajador de la palabra”, una figura que sabe que el camino, se hace, siempre, al andar.

Alberto Barciela

Periodista