Cuando los antiguos llegaban al Fin de la Tierra (margen de la civilización, herida abierta por el drástico martillo de un Hércules iracundo), y erguidos en la alta y escarpada costa contemplaban el océano, se sentían poseídos de un religioso temor (palabras del romano Valerio Paterculo) al ver como el dios universal, el sol, encendía, penetrándolo, el mítico Mar Tenebroso que no podía terminar sino en el reino de Hades.