Opinión

Lecciones de moral

Uno de los más hondos y conmovedores reconocimientos que he recibido en mi vida, es simplemente la dedicatoria de un libro. Se trata de A revolução das flores, una documentada crónica ilustrada del magnífico 25 de abril que publicó ese mismo año la editorial Aster, de Lisboa.
Uno de los más hondos y conmovedores reconocimientos que he recibido en mi vida, es simplemente la dedicatoria de un libro. Se trata de A revolução das flores, una documentada crónica ilustrada del magnífico 25 de abril que publicó ese mismo año la editorial Aster, de Lisboa. Y que recibí en septiembre de 1974, con esta dedicatoria de mi querido y viejo amigo António Ramos Rosa: “A Rodolfo Alonso, agradeciéndole lo que ha hecho por la literatura portuguesa (esto es, también, por la Resistencia portuguesa contra el fascismo), con tanto amor y espontaneidad, y mandándole un gran abrazo lleno de la alegría que nos trajo el 25 de Abril, ese poema revolucionario. Gracias, Rodolfo, querido amigo del Portugal libre”.
¿Cuál era el motivo? Muy sencillo. En la revista del Centro de Estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras, hacia finales de 1959, yo publicaba mis primeras traducciones de Egito Gonçalves y António Ramos Rosa, que precedí con estas palabras, que todavía me emocionan: “Portugal vive dede hace muchos, demasiados años, en el aplastante absurdo de una tiranía que –como su gemela, la de Franco– ha sabido desarrollar su astucia para sobrevivir a guerras mundiales, sociedades de las naciones y conferencias de alto nivel.
“Un silencio desolador envolvía, para nosotros, a la gente y a la tierra portuguesa, a los que sabíamos hundidos en el dolor y el hambre, en el sometimiento y la humillación. Ninguna noticia teníamos sobre su palabra, sobre su poesía. Llegamos a temer que Salazar hubiera logrado aplastarla para siempre. Por eso fue tan enorme alegría saber –casi de improviso– por unas hojas que pudieron atravesar la muralla, que la patria de Fernando Pessoa y de Sá Carneiro, el dolorido Portugal, seguía cantando. Es más, Portugal ha cantado todos estos años. Cantado, doblado amargamente sobre sí mismo, pero cantado ‘tout de même’.
“Los jóvenes poetas portugueses, herederos del miedo y la esperanza, no fueron olvidados por la dictadura. El problema es que aquí es muy difícil editar. Es preciso tener una licencia especial que la mayoría de nosotros no puede obtener. Es el motivo por el cual en Portugal casi no hay revistas, y las que hay, pobres como N. N., son ilegales y viven semi-clandestinamente”.
“Cantar para las gentes del poder, siempre ha sido un delito. Y así, de un modo natural, la batalla por la poesía sigue siendo la batalla por la libertad, por el amor. Lo que no podemos casi es publicar, como ya dije. Mis dos últimos libros fueron prohibidos y secuestrados. Tendré que tener mucho cuidado al publicar otro. A pesar de eso todos nos arriesgamos. De ese modo y de otros”.
“Los poemas que acompañan a esta nota pueden brindar mucho mejor testimonio que ella sobre el innegable nivel alcanzado por la actual poesía portuguesa. La palabra candente de Egito Gonçalves, la claridad dolorida de António Ramos Rosa, están a la altura de la sangre de los suyos”.
“Para ellos la palabra, la libertad y el amor”.
Las citas eran fragmentos de una carta personal que, con fecha 14 de septiembre de 1959 me había enviado Egito Gonçalves, cuyo nombre, así como el de su valiente y valiosa revista Notícias do bloqueio, que hubiera permitido identificarlo, preferí no dar a conocer entonces por temor a represalias en su contra.
No mucho después, nuestra revista Poesía Buenos Aires, donde volví a publicar traducciones de Egito y de António, se abría con estas palabras que firmábamos junto con su director, Raúl Gustavo Aguirre:
“Portugal, la tierra de Fernando Pessoa, sufre desde hace muchos años el peso de una dictadura astuta y negra”.
“Y en ese absurdo, el silencio amenazaba ser rey”.
“Pero no. Portugal ha cantado, todos estos años. Cantado, doblado amargamento sobre sí mismo”.
“Otra vez la Poesía, combatida y combatiente, ilumina la imagen radiante del hombre”.
“(A pesar de eso, todos nos arriesgamos. De ese modo y de otros.)”
“Hermanos en este desierto: ¿quién sabe si de vuestras luchas no se sostiene esa hierba que el sol no puede abatir, las semillas al viento, la otra punta clavada en el enigma, terca, porque el designio es ése?”.
Hijo mayor de inmigrantes gallegos, el primero de mi estirpe nacido en Buenos Aires, mi infancia fue bilingüe y tuvo que enfrentarse por sus propios medios con la gran ciudad, entonces una auténtica Babel. Lo que explica quizá mi don de lenguas, mi única verdadera riqueza. Pero todo eso se mezclaba, además, en mis primeros años, con los recuerdos vivos y sangrantes aún de una gesta real: la guerra civil española. Y allí también aparecía la poesía, de boca en boca, hecha canción y gesto, fraternidad en acto, dignidad compartida, evidencia viva, mezclando la belleza con la rebeldía y la solidaridad. Y con los mismos poetas, en persona, vueltos héroes o mártires, como Lorca, John Cornford, Miguel Hernández...
Desde entonces, mi mitología particular ha estado siempre ligada con los legendarios milicianos de la República española, que incendiaron mi infancia y a algunos de los cuales llegué a conocer, exiliados en Argentina. Ellos me vacunaron desde muy pequeño contra el fascismo, sí, pero también contra el stalinismo. Una lección de moral, que nunca olvidaré. ¿Cómo podía dejar entonces de ser casi orgánicamente solidario con el antifascismo portugués? Ahora, gracias a una honrosa invitación de la revista Palavra em mutação, me animaría a sugerir, humildemente, que nos preguntáramos, en la intimidad de nuestra conciencia, si seguimos siendo dignos, treinta años después, de aquella luminosa revolución de los claveles mediante la cual –no sin sorprendernos gratamente a todos– militares democráticos acabaron a la vez con una añeja dictadura y los restos de un imperio anacrónico.