Opinión

En el cumplir de días

Este artículo comenzó a escribirse un 9 de julio de hace 63 años. Desde entonces, la vida se fue espesando en experiencias diversas, difusas ya en la perspectiva de lo múltiple acumulado. Uno ha ido abanicándose con las edades, intenciones, prisas, anhelos, paciencias, algún hallazgo y logros diversos. En el apilar de los años han surgido las canas, se ha fortalecido la timidez y se han asentado desinocencias... Puede que, ahora, la infancia se alcance en la memoria, aún con más nitidez que el ayer inmediato, pero la imaginación, más que tatuada, se bifurca para retrotraernos a la juventud efervescente, a la madurez huellada en pérdidas y dolores. La evocación se hace creativa, trata de ahuyentar lo obvio, la evidencia de los años transcurridos, más no vence al tiempo.

Toda edad representa un horizonte falso, temerario, necesariamente limitado. Hay etapas que semejan sobreactuadas, como transidas, fatigadas de su propia voluntad, contradictorias, entre alegres, ásperas, insípidas, degustables... Lo cierto es que a nada de lo transcurrido se puede renunciar ya. Los cuerpos empotrados se agrietan en su propia biografía, más cada arruga puede ser bella.

Ahora, cuando los jóvenes, y con ellos todos los demás, ya no tenemos tiempo de tener tiempo, cuando parece no haber días para tantas fechas, la necesaria calma semeja incompatible, distraída, con el consumo desaforado, con la creciente dana informativa, con el flujo incesante e indigerible de impactos verdaderos y verdades construidas.... Lo estático se diluye en la expectativa de la inmediatez y el futuro se antoja más imperfecto todavía. Los días parecen haberse acobardado, simulan agazaparse en lo global, se densifican sin aburrimiento en indiferencias sobre el mal ajeno, se ahogan sin silencio para la reflexión. El suicidio se hace colectivo.

Las perspectivas de los métodos infalibles, las amistades imbatibles, las adhesiones inquebrantables... fluyen impasibles, y con todo ello varían a cada instante los métodos, los datos, los enfoques, las subjetividades... Somos fluir en lo distinto siendo los mismos. Pero de lo que se trata es de ser felices no abundantes ni eternos. Las ansiedades han desvirtuado los objetivos esenciales, y se han apoderado hasta de las tribus más aisladas. Todo adquiere la ridícula voluntad de resituar la acción, de vivir al fin fuera del tempo de cada uno, incluso de sus circunstancias, ahora inasimilables.

Vivimos momentos que exigen demasiado para ser entendidos con plenitud, que complican cualquier modelo precedente. Intentamos defendernos, no sabemos de qué, pero no proponemos alternativas humanas desde lo individual mientras aceptamos imposiciones del mercado.

No sé si la edad nos hace mayores. Nos otorga experiencia, madurez, perspectivas y nuevos entendimientos de cómo afrontar los avatares de cada día. El poeta Luis Cernuda se preguntaba: ¿Sabe alguien cuántos siglos caben en las horas de un niño? El tiempo es relativo, es una percepción, lo importante es la persona que lo transporta, ese ser que hemos conocido: bebé, infante, chiquillo, adolescente y ya maduro, y que en cada etapa ha propiciado apegos, obligaciones y ternuras distintos.

Las nuevas generaciones tienen un tramo decisivo para serenar euforias y adjetivos, para perfilar experiencias basadas en perspectivas frescas. Gozan de información, de la referencia de valores elevados, de medios tecnológicos y de una educación más amplia que las generaciones precedentes. Cabe replantearse la convivencia para mejorarla, buscar el entendimiento y hallar puntos de encuentro en lo esencial.

Muchos de los consejos de los que tenemos cierta edad sirven más al que los ofrece, por el hecho de poder ofrecerlos, que al que los recibe. Sesenta y tres años después, este vedraño ser sigue buscándose y disfrutando a su entender de cada día, pues sabe que el futuro es ya utopía, metáfora, casi mentira confirmada, nada sin nosotros. Ya me contarán.

Alberto Barciela

Periodista