Lo canta el juglar, y uno va recogiendo la tonada con el arado ineludible atado a la tierra-madre: “Camino de la tarde ya no va nadie, sino polvo y arena que lleva el aire”. Y en ese ritual lánguido, vamos abriendo labrantíos verdosos. Hace añales, mirando estos campos astures del alma, despidiéndonos de ellos, nos volvimos mojón solitario, árbol sin raíces en la comisura de la piel humedecida.