Opinión

El álamo y el jagüey: leyendas de Cuba

“El álamo de gamas verdes en sus hojas es el más querido del ‘orisha’ Changó; se usa en su ‘omiero’, y en el asiento del Santo. En el momento en que Changó tiene esos arranques de cólera en que todo lo destroza, se le ofrece y se apacigua con sus hojas. Cuando ‘Atandá’ tocó los sagrados ‘Batá’, por primera vez, se ‘tañeron’ a la sombra de un gran álamo y con la anuencia de Changó. Con sus hojas se adornan los tronos de Changó y en su batea se le pone como un gran manto, cubriéndolo para gran satisfacción del ‘orisha’. Al carnero que se le sacrifica se le da de comer hojas de él y, si las come a gusto, da su autorización para ofrecer su sangre. El álamo recoge la peor de las brujerías, es depurativo y milagroso. Y en polvo –‘afaché’ y ‘afoché’– para bien o para mal, es muy efectivo”, describe la reconocida etnógrafa cubana Natalia Bolívar Aróstegui, con fotografías de Emilio Reyes Pérez, en su concienzuda obra Cuba. Imágenes y relatos de un mundo mágico, Ediciones ‘Unión’, Unión de Escritores y Artistas de Cuba, El Vedado, Ciudad de La Habana, 1997.

El álamo y el jagüey: leyendas de Cuba

En cuanto al “patakkí” del álamo y la “Orula”, es preciso señalar que éste vivía muy orondo de sus magníficos poderes como “awó”, pues poseía una enorme clientela y “ganaba mucho awó”. Un día, empero, estando en la manigua, comenzó una tormenta de furiosos rayos que no le permitían llegar a la casa. Amedrentado, le prometió a Changó un carnero, si la aplacaba. Repentinamente se hizo la claridad y “Orula”, satisfecho, se fue a la casa. Y con tanto esfuerzo, ¡ay!, se le olvidó la promesa. Changó, que no perdona a los “olvidadizos” esperaba en vano, hasta que un día determinó darle un escarmiento. Mandó a sus álamos que crecieran, de tal modo que taparan la entrada del “ilé” de Orula. Éste comenzó a resentirse, dado que no venía nadie a consultarse. Así no ganaba dinero. Sumido en el desconsuelo, su “appetebí” le recordó “la promesa”. Ni corto ni perezoso buscó un carnero. Lo sacrificó, pidiéndole disculpas a Changó por ser tan “desmemoriado”. Entonces los tres se sentaron a la mesa, colmada de ricos manjares. Los álamos abrieron sus ramas y dejaron ya el “camino libre”. ¿Y cuál es la lección? Que con Changó no se juega así porque sí: “Iború, Iboya, Ibocheché”.

Si ahora examinamos el mundo del “Jagüey” –que en ‘lucumí’ es “Flapabba” y en ‘congo’ es “Otakondo”–, conviene resaltar cómo nace dentro del agua, pues le agrada demostrar su fortaleza a Ochún y a Naná Burukú. Éstas juegan en sus raíces y en sus entrañas. Una, adornándose con ellas; la otra, usándolas para “mortificar”. Este árbol se considera más potente que la “ceiba”: la abraza, la domina. Puede con todos los palos y, con el aguacate, es capaz de matarlo.

Necesario es recordar que, en las religiones afrocubanas, exhibe numerosos usos. “Orishas” muy venerados –como “Babalú Ayé”– se refrescan en sus raíces. “Echú” habita en el hueco de su tronco. “Oggún” penetra en las raíces, a fin de conseguir su fortaleza. Árbol, en definitiva, de santeros, “babalawos” y padres y madres “ngangas”. Su leyenda cuenta que, a la salida del río Almendares –época de “andilé”– había un jagüey: una parte estaba en la tierra firme y la otra penetraba en el río. Los negros esclavos bañaban a las bestias, pero ellos no. Sólo lo hacía “Ta Guapito”, famoso por sus obras de “mayombería”. El valiente.