El nacionalismo español se emplea a fondo para mantener su sentido de propiedad sobre Cataluña. Da igual si es por las buenas o por las malas (“yo hablo catalán en la intimidad”, decía Aznar con una mano mientras con la otra aplaudía, tras ganar las elecciones, a una marea de militantes tarados que gritaban “Puyol, enano, habla castellano”).