Opinión

‘El origen de la yerba mate’ y ‘El alma del payador’ en Argentina

Entre las tan bellísimas como numerosas leyendas de la República Argentina figura la del ‘Origen de la yerba mate’. Las tribus guaraníes que poblaban el litoral –así cuentan–  poseían incontables narraciones acerca de las plantas y flores de la región. Extraordinario encanto y hermosura nos muestra una de ellas.
‘El origen de la yerba mate’ y ‘El alma del payador’ en Argentina

Entre las tan bellísimas como numerosas leyendas de la República Argentina figura la del ‘Origen de la yerba mate’. Las tribus guaraníes que poblaban el litoral –así cuentan–  poseían incontables narraciones acerca de las plantas y flores de la región. Extraordinario encanto y hermosura nos muestra una de ellas. Aquella que  nos relata cómo la diosa Luna se paseaba cierto día a la hora del crepúsculo por una enmarañada selva en compañía de una Nube. Con el fin de descender a la Tierra, decidieron adoptar la forma de lindas niñas. Súbitamente fueron sorprendidas por un enorme y temible yaguareté, el cual, abriendo sus hambrientas fauces avanzaba y avanzaba hacia ellas para devorarlas. Por suerte, un indio que cazaba por aquellos linderos vio a la terrible bestia. Arrojado y sin perder ni un ápice de serenidad, cuchillo en mano, se abalanzó hacia ella en el preciso instante en que ya se agazapaba con la intención de saltar sobre las frágiles niñas. De modo que así ellas aún tuvieron tiempo de recuperar sus respectivas figuras de Luna y Nube, situándose a salvo en la bóveda celeste.

Y entre tanto, continuaba la dramática lucha en la que el indio arriesgaba su vida. En el culmen de la escena el yaguareté se precipitó de un salto sobre el enemigo. Mas éste, fugaz como el pensamiento, esquivando el golpe, le clavó el cuchillo en el corazón. La bestia se derrumbó fulminada, lanzando un atronador rugido que retumbó por los vastos ámbitos de la selva. Victorioso, el indio buscó a las niñas, mas no las pudo hallar. Sorprendido por la noche en la intrincada floresta, se trepó a un árbol y se echó a dormir. Mientras soñaba se le apareció la diosa Luna, la cual, agradeciéndole su acción, le expresó que, como recuerdo de semejante hazaña, habría de nacer una planta, hermosa y útil a la vez, en idéntico lugar donde había combatido con el yaguareté. Cuando despertó, vio entonces cómo allí mismo había una asombrosa planta. Era la llamada “caá”: la yerba, esto es, la bebida que reconforta y alimenta. Así, “caá” la nombran los indígenas. Y nosotros, “yerba mate”. O sencillamente “yerba”.

“Cuando la tarde se inclina/ sollozando al occidente, corre una sombra doliente/ sobre la pampa argentina,/ y cuando el sol ilumina/ con luz brillante y serena/ del ancho campo la escena,/ la melancólica sombra/ huye besando su alfombra/ con el afán de la pena”. Así leía Susanita Berta Beguiristain Salinas en la Escuela Nacional nº 60 del pueblito de Los Pinos, perteneciente a la municipalidad y partido de Balcarce, en plena pampa húmeda de la provincia de Buenos Aires, a no muchos quilómetros de la sin par Mar del Plata, ‘Ciudad Feliz’ y Balneario turístico por antonomasia de la República Argentina. Delante de sus inolvidables maestros –el señor Núñez, cuyo origen se encontraba en la Asturias española, o bien la recta y bondadosa Maruja, su amada prima–, y vestida con su infaltable guardapolvo blanco, siempre al pie de su blanquiceleste y respetada bandera, recitaba este fragmento de El alma del payador del poeta argentino Rafael Obligado, obra perteneciente a su celebrado Santos Vega, dentro del ‘Canto I’. Un personaje legendario cuya vida inspiró a los clásicos autores Bartolomé Mitre e Hilario Ascasubi, además del mismo Rafael Obligado, quien nació en Buenos Aires en 1851: pleno hombre de letras que murió en 1920. Y la niña Susanita recitaba emocionada: “Beso este suelo querido/ que a mis caricias se entrega,/ mientras de orgullo me anega/ la convicción de que es mía/ la patria de Echeverría,/ la tierra de Santos Vega”.