Tribuna abierta de Miguel Ángel Alvelo

Winston Churchill, España, Cuba y sus habanos

No puedo comenzar este artículo sin mencionar el célebre discurso del 13 de mayo de 1940, pronunciado por el primer ministro británico ante la Cámara de los Comunes. Aquel día, Winston Churchill se dirigió a su gabinete con palabras que pasarían a la historia: “No tengo nada que ofrecer más que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. Horas más tarde, repetiría esa misma frase al solicitar a la Cámara un voto de confianza para su recién formado gobierno multipartidista. La respuesta del Partido Laborista fue alentadora; la del sector conservador, en cambio, resultó tibia: aún anhelaban a Neville Chamberlain.

Winston Churchill, España, Cuba y sus habanos

Por primera vez, el pueblo británico comenzaba a sentir esperanza. Sin embargo, Churchill le confesó al general Hastings Ismay –quien años más tarde sería el primer secretario general de la OTAN, en 1952–: “Pobres, pobres. Confían en mí, y solo puedo darles desastres durante mucho tiempo”. Aquellas palabras, dirigidas a los miembros que se habían unido a su gobierno, resumían con crudeza la magnitud del desafío que se avecinaba.

Era mi deseo escribir sobre uno de mis grandes líderes históricos, Winston Churchill, Premio Nobel de Literatura en 1953. Dicho reconocimiento se otorgó por su dominio de la historia, su capacidad de descripción biográfica y, especialmente, por sus brillantes discursos y su oratoria en defensa de los valores humanos.

Corría el 24 de febrero de 1895 cuando Cuba volvió a encender la llama de la independencia. Conocido como el “Grito de Baire”, este levantamiento simultáneo, orquestado por José Martí, Máximo Gómez y Antonio Maceo, marcó el inicio de la Guerra Necesaria, uno de los pasajes imprescindibles de nuestra historia. Sin embargo, un joven inquieto y aventurero se fijó en los hechos que se desarrollaban en la guerra por la independencia de Cuba, una contienda que, al final, enfrentó incluso a familias entre sí.

El joven oficial se graduó de caballería en el 4º Regimiento de Húsares de la Reina del Real Colegio Militar de Sandhurst, el 20 de febrero de 1895. Posteriormente, escribió:

“Esto demuestra que podía aprender rápidamente lo que realmente importa”.

Durante las tres semanas que el joven Winston Churchill pasó en Cuba, en el marco de la campaña de contrainsurgencia española de 1895, ya mostraba características de la figura en la que se convertiría: escritor, soldado, analista político y militar, corresponsal de guerra, aventurero, pensador e incluso artista.

Gracias a la labor de la escritora cubana e investigadora, autora de los libros ‘Arroyo Blanco: la ruta cubana de Churchill’ y ‘Arroyo Blanco 1898’, podemos conocer esta primera etapa de Churchill. De manera complementaria, la International Churchill Society también nos permite descubrir esta faceta menos conocida del futuro líder británico. Asimismo, los archivos diplomáticos y militares, tanto españoles como cubanos, han permitido reconstruir con mayor detalle que nunca los movimientos de Churchill durante su estancia en la isla.

Tras la muerte de su padre en enero de 1895, Churchill, en su carácter decidido, solo comunicaba sus planes una vez estaban completamente definidos. Sin pudor alguno, solicitaba que se intercediera a su favor ante todas las autoridades, desde el embajador británico en Madrid, Sir Henry Drummond Wolff, hasta el comandante en jefe del Ejército, Lord Wolseley. Como oficial del ejército, necesitaba el permiso de Wolseley para viajar a Cuba y cubrir la rebelión como corresponsal de guerra. Además, consiguió un pequeño encargo oficial: informar sobre un nuevo cartucho español para fusil que interesaba al Ministerio de la Guerra. Cuba fue el primer ejemplo de esa pasión por la aventura que caracterizó a Churchill durante toda su vida. Gracias a sus contactos, logró unirse a las tropas españolas en campaña para observar con sus propios ojos lo que sucedía.

Churchill había acordado escribir para el Daily Graphic, periódico en el que también colaboraba su padre. No le pagaban mucho, pero con el dinero aportado por su madre pudo costearse el viaje con comodidad. Su acompañante era el joven Reginald Barnes, quien más tarde comandaría una división en Francia y, al igual que Churchill, sería coronel del 4º de Húsares, un puesto de gran prestigio como figura paterna y defensor del espíritu del regimiento. Viajaron primero a Nueva York, donde Winston tuvo una visita memorable con Bourke Cockran.

Barnes y Churchill tomaron luego un tren hacia Tampa, desde donde embarcaron rumbo a La Habana, llegando el 20 de noviembre. Tras ser recibidos por el segundo al mando de la isla, continuaron en tren hasta Santa Clara, la ciudad principal y cuartel general del ejército español. Ninguno de los dos hablaba español ni pertenecía a su regimiento. Se habían unido al ejército de un país que ni siquiera era aliado de Gran Bretaña y cuya represión de la rebelión cubana era ampliamente rechazada por la mayoría de los británicos, especialmente por la prensa. Esto, más adelante, resultaría problemático.

Según los archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores de España, Churchill y Barnes fueron recibidos en Santa Clara nada menos que por el general Arsenio Martínez Campos, capitán general de Cuba. Se les aconsejó dirigirse a Sancti Spíritus para unirse a una columna móvil, aunque solo podían llegar allí con seguridad siguiendo una ruta indirecta. Así, continuaron en tren hasta la costa sur, luego en barco hacia el este hasta el pequeño puerto de Tunas de Zaza, y nuevamente en tren hasta Sancti Spíritus, adonde llegaron el día 23. Allí se reunieron con el comandante de la columna, el general Álvaro Suárez Valdés. Al día siguiente, la tropa emprendió la marcha hacia el poblado fortificado de Arroyo Blanco, al que arribaron el día 27 sin incidentes.

La parroquia de San José de Arroyo Blanco, situada a unos dos kilómetros de la provincia de Sancti Spíritus, marca la ruta cubana de Churchill. Allí se han podido reconstruir las acciones militares en las que participó el joven oficial. El 29 de noviembre, víspera de su vigésimo primer cumpleaños, Winston escribió su segunda carta al ‘Daily Graphic’, esta vez desde Arroyo Blanco. Seguía ansioso por entrar en combate, pero no tendría que esperar mucho: al día siguiente, coincidiendo con su mayoría de edad, avistó por primera vez al enemigo. Poco después, tuvo su bautismo de fuego cuando los rebeldes abrieron fuego contra la columna en dos ocasiones. Esa misma noche, el campamento fue nuevamente atacado, parte de la táctica rebelde de hostigar y desgastar a las tropas españolas. Hubo bajas, una de ellas justo frente a la tienda de campaña de Churchill. Su característico sentido del humor quedó reflejado en la carta que escribió a su madre sobre esta experiencia, que más tarde evocaría en su autobiografía.

Estos toques de humor sutil ya brillaban en los informes de los corresponsales de la época, una muestra temprana de lo que estaba por venir en la extraordinaria vida de Churchill. En su segundo despacho, fechado el 23 de noviembre, escribió:

Me explicaron que, al ser interpelado por cualquier centinela o puesto de avanzada, era necesario responder con rapidez. Si, mediante un proceso de deducción que el mismísimo Sherlock Holmes envidiaría, se llega a la conclusión de que el puesto de avanzada es español, se responde España; si, por el contrario, se cree que es un puesto rebelde, se contesta Cuba Libre; pero si uno se equivoca, la situación puede resultar muy embarazosa.

Al día siguiente, la columna avanzó hacia el este y volvió a ser atacada. Churchill y otros oficiales decidieron bañarse en un hermoso río y pronto se convirtieron en blanco de francotiradores, seguidos de un fuego más intenso. En una escena que imagino muy cómica, intentaron vestirse como pudieron, hasta que el grueso del ejército español logró hacer retroceder a los rebeldes. Por segunda vez, Winston estuvo a punto de ser alcanzado, y era justamente lo que buscaba: un anticipo de las muchas aventuras que le esperaban en la India, Sudán, Sudáfrica y, más tarde, en Europa.

Aquel día tuvo lugar la llamada ‘batalla de La Reforma’. Fue una acción menor: los rebeldes, ansiosos por avanzar hacia el oeste, no buscaban un enfrentamiento decisivo, mientras que las fuerzas españolas probablemente no contaban con el número suficiente para hacer más que hostigarlos. Churchill se encontraba en pleno fragor, no por elección propia, sino porque el general español –un hombre de gran valentía– quiso que sus jóvenes invitados presenciaran la acción en toda su magnitud, manteniéndolos a su lado bajo el fuego de entre cien y doscientos rebeldes que bloqueaban el paso y obligaban a la columna a desplegarse. De ese episodio surgió el célebre boceto de Churchill –probablemente retocado antes de su publicación– que muestra a la artillería española abriéndose paso entre la maleza para disparar: una escena que él mismo presenció a caballo, bajo un fuego intenso, en lo que fue una auténtica batalla.

El general y Churchill continuaron después hacia la ciudad de Ciego de Ávila, punto clave de la línea defensiva de la Trocha, de 68 kilómetros de extensión. Desde allí, Winston regresó a la costa, aún acompañado por Suárez Valdés, y finalmente volvió a La Habana.

El 10 de diciembre, Churchill y Barnes zarparon de regreso a Tampa, donde Winston fue recibido por primera vez por una prensa abiertamente hostil. Al igual que en Gran Bretaña, la opinión pública estadounidense simpatizaba con la causa independentista cubana. El rumor –cierto, en efecto– de que los españoles planeaban condecorar a Churchill y Barnes por su valentía en combate, desató especulaciones de que ambos habían luchado junto a las tropas españolas, en lugar de limitarse a observarlas.

Dada la importancia que La Habana y Madrid atribuían a la más mínima insinuación de apoyo británico, no tuvieron prisa por desmentir tales ideas. Churchill, por su parte, se esforzó en aclarar ante la prensa y el público de Florida que solo había hecho uso de su arma en defensa propia. Fue su primer encuentro con la hostilidad mediática, aunque no sería el último. Aquella misma reacción se repetiría más tarde en Gran Bretaña, al difundirse las noticias sobre sus actividades en Cuba.

La segunda visita de Winston Churchill a La Habana tuvo lugar el 1 de febrero de 1946. A las 15:05 horas, el líder británico aterrizó en el aeropuerto de Rancho Boyeros procedente de Miami, a bordo de un avión militar de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos. Lo acompañaban el coronel Clarke, su ayudante de campo oficioso; el sargento Williams, del Scotland Yard; su esposa, Clementine Churchill, y su hija Sarah. Fue recibido a pie de escalerilla por el Primer Ministro de Cuba, Dr. Carlos Prío Socarrás; el Ministro de Estado, Alberto Inocente Álvarez, y el subsecretario de Estado, González Muñoz.

Como líder de la oposición, Churchill no podía ser invitado oficialmente en calidad de jefe de gobierno, pero sí como distinguido estadista. El presidente Ramón Grau San Martín no tardó en extenderle una invitación para visitar la isla como huésped de la República. Además de ser un gesto políticamente conveniente –pues el nombre de Churchill representaba la democracia ante el mundo–, Grau era también un ferviente admirador del estadista británico.

Posteriormente, Churchill fue recibido en el Palacio Presidencial por el presidente de la República de Cuba, Ramón Grau San Martín. En uno de los salones del edificio destacaba una pintura alegórica al descubrimiento de América por Cristóbal Colón.

Durante aquella estancia, se cuenta que visitó la playa del Habana Yacht Club, donde conoció a un joven cubano llamado Antonio Giraudier, quien llegaría a ser uno de sus mejores amigos. Giraudier, uno de los principales accionistas de la cerveza Polar en Cuba, compartía con Churchill varias pasiones: la pintura, la poesía, el buen vino y los habanos. Como muestra de afecto, Churchill le obsequió a Giraudier una de sus pinturas favoritas, titulada ‘The Atlas Mountains from Marrakesh’, obra que recientemente fue subastada por más de dos millones de dólares.

Giraudier, además de empresario, fue un admirable poeta y pintor, por lo que no es de extrañar que también haya regalado alguna de sus obras a Churchill. Ambos mantuvieron una abundante correspondencia hasta la muerte del estadista británico. Hoy, esas cartas se conservan en los Archivos Churchill de la Universidad de Cambridge.

Antes de viajar a Cuba, Winston Churchill se había reunido en Londres con el embajador de Cuba, Guillermo de Blanck y García-Menocal. Ya en la isla, sostuvo también un encuentro con el diplomático cubano Guillermo Belt, quien fuera embajador de Cuba en los Estados Unidos.

alvelo@alvelo.org