Esta noche ida, lluviosa y montaraz, con un libro de trovadores griegos -se halla hace años sobre el respaldo del tálamo donde cobijo mis sueños- me quedé dormido, fajado entre un vaho de bajamares, capiteles y promontorios jónicos, y también entre unas estrofas empujadas por un aire sumiso, como soplo de mujer seducida.