HILARIO J. RODRÍGUEZ, AUTOR DE LA NOVELA ‘EL OTRO MUNDO’

“En Nueva York podía considerarme un neoyorkino gallego o un gallego neoyorkino”

Si Federico García Lorca viajó a Nueva York con el pretexto de cambiar de aires y huir del ambiente que le rodeaba, el escritor gallego Hilario J. Rodríguez se trasladó a la ciudad de los grandes rascacielos, acompañado por su mujer y su hijo, con la excusa de encontrar la inspiración que más tarde le permitió consagrarse como escritor gracias a su novela ‘Construyendo Babel’. Fruto de esta experiencia surgió ‘El otro mundo’, un libro en el que Hilario J. Rodríguez indica que “Nueva York es el mundo” al que estamos vinculados de alguna forma.
“En Nueva York podía considerarme un neoyorkino gallego o un gallego neoyorkino”
 Hilario J. Rodríguez, durante la presentación de su último libro, ‘El otro mundo’, en Vigo.
Hilario J. Rodríguez, durante la presentación de su último libro, ‘El otro mundo’, en Vigo.

Si Federico García Lorca viajó a Nueva York con el pretexto de cambiar de aires y huir del ambiente que le rodeaba, el escritor gallego Hilario J. Rodríguez se trasladó a la ciudad de los grandes rascacielos, acompañado por su mujer y su hijo, con la excusa de encontrar la inspiración que más tarde le permitió consagrarse como escritor gracias a su novela ‘Construyendo Babel’. Fruto de esta experiencia surgió ‘El otro mundo’, un libro en el que Hilario J. Rodríguez indica que “Nueva York es el mundo” al que estamos vinculados de alguna forma.

 

Pregunta. ¿Podría darnos unas pinceladas sobre el argumento de ‘El otro mundo’?
Respuesta. El otro mundo es el que habitamos quienes no tenemos un lugar fijo en éste, es el mundo de lo especulativo, de las ilusiones, de la imaginación… Puede verse como un mundo glamuroso desde fuera, pero en realidad es un mundo inquietante porque en él siempre suceden cosas extrañas y la gente que de pronto se encuentra en él no conoce las reglas.
La novela narra las peripecias con las que tiene que enfrentarse un matrimonio que naufraga, después de muchos años de relación, y el hijo que les acompaña en su viaje a Nueva York; son peripecias bastante parecidas a las de un explorador cuando se adentra en un territorio desconocido, en una selva. También puede entenderse como el retrato de una ciudad y sus habitantes, o como las cosas que la ficción toma de la vida diaria cuando se da cuenta de que no tiene nada más a mano.
Yo pretendía dibujar un paisaje cotidiano donde los personajes pareciesen fantasmas.
P. Usted decide viajar a Nueva York para encontrarse consigo mismo y lograr escribir un segundo libro que le consolide como escritor. En su aventura le acompañan su mujer y su hijo, quienes cambian su vida por completo para seguirle, ¿no es una actitud un tanto egoísta?
R. Absolutamente. William Faulkner decía que si para escribir un buen libro era preciso matar a tu madre, él lo haría. En mi caso, no llegaría a tanto, aun así reconozco que a veces me creo con más derechos que el resto de la gente sólo porque escribo, y eso es injusto. Y la novela intenta reflejar el tipo de injusticias en los que cae la ficción cuando atropella de forma indiscriminada a quienes se pongan por delante. Intenté escribir la historia de una persona mezquina, yo, y la de unas personas admirables, ellos. Para mí, Eva y Samuel, mi ex mujer y mi hijo, son unos héroes, personas de las que espero haber aprendido algo porque a su lado me siento insignificante.
P. ¿Cómo se tomaron su mujer y su hijo la idea de ser los personajes principales de la novela?
R. Mi hijo todavía tiene once años y el hecho de que yo escriba le da un poco igual, en casa nunca hemos convertido mi profesión en nada del otro mundo, tan sólo una profesión, como amasar pan. Con mi ex mujer es otro asunto. A ella no le agradaba la posibilidad de estar en mis manos y que la describiese. Lo entiendo. Aun así es una persona generosísima, capaz de aceptarse en el retrato inexacto que hice de ella. Cuando el libro estaba a punto de publicarse, durante la primera corrección de pruebas, le pedí que lo leyese por si había algo ofensivo que debiera quitar o modificar; al terminar la lectura, me dio su visto bueno, con reservas.
P. ¿Qué hay de realidad y de ficción?
R. Pongamos que la realidad es ficticia y que la ficción es real. El libro narra, ante todo, la desilusión de una persona que no se conforma con lo que tiene (y lo destruye innecesariamente, egoístamente) y que cree en cosas estúpidas que no tiene y que jamás tendrá. La historia se concentra en un año en la vida de una familia, pero condensa veinte años de relación entre dos personas y seis años en la vida de un niño. Hay muchos datos verdaderos, referidos sobre todo a Estados Unidos, y muchos datos falsos, referidos sobre todo a cuanto atañe a los protagonistas.
En una película japonesa, ‘Rashomon’, se cuenta la misma historia desde tres puntos de vista diferentes y cada uno resulta incompatible con los demás; en ‘El otro mundo’ se cuenta una historia desde una perspectiva aunque podría haberse contando desde muchísimas.
P. La letra de la canción ‘New York, New York’, popularizada por Frank Sinatra, cuenta la historia de un emigrante que ve en la gran ciudad la tierra de las oportunidades. ¿Le ha brindado a usted esa oportunidad?
R. La canción de Frank Sinatra la canta alguien que ya ha vencido los obstáculos que plantea llegar a una ciudad como Nueva York y adecuarse a su ritmo de vida, alguien que –por así decirlo– la ha conquistado. Sin embargo, ‘El otro mundo’ es la historia de tres personas que acaban de llegar e intentan conquistarla, inútilmente. Uno, mientras libra su particular batalla contra la ciudad y el país, para encontrar su lugar allí, se da cuenta de pocas cosas, sólo con el tiempo se puede recordar una experiencia de ese tipo como algo memorable y no como algo traumático. Ahora, mi ex mujer y mi hijo reconocen que Nueva York les cambió para siempre.
En cuanto a mí, me gusta una frase que a menudo me pasa por la cabeza y que dice, más o menos, que “últimamente he aprendido muchas cosas pero todavía no sé cuáles”. Sé que en Nueva York mi vida dejó de ser lo que era, que mejoró, de algún modo, pero sigo sin saber de qué manera sucedió todo eso.
P. ¿Mereció la pena emprender esa aventura?
R. Sin riesgo, no hay emoción. La vida a veces requiere que nos lo juguemos todo a una vuelta de ruleta. E incluso perdiéndolo, ganamos algo. Los jugadores y los soldados que defienden una posición ante el enemigo son muy similares: llegan hasta el final de sus posibilidades. No piensan en si ganan o pierden mientras están metidos en su particular lucha, contra el azar o contra un ejército invasor. Para ellos, el lema es: matar o morir. Mi lema es el mismo del Club de Automovilismo Italiano: lo que está detrás de mí, no importa.
P. ¿Animaría a la gente a tomar la misma decisión que adoptó usted?, ¿por qué?
R. Veo a mis amigos, la mayoría con sus vidas ordenadas y en paz, y jamás se me ocurriría decirles que las tiren por la ventana. Lo malo es que en el fondo viven de forma insatisfactoria y tienen que engañarse para seguir hacia delante. Yo, en ese sentido, procuro no engañarme. Si me noto atrapado, reacciono, hago algo; soy un hombre de acción. Eso sí, mis posibilidades de equivocarme son mucho más grandes que las de cualquier persona.
P. Nueva York, ¿es realmente otro mundo?
R. Nueva York no es el otro mundo, Nueva York es el mundo. Todo sucede allí, todo pasa por allí, todos nosotros provenimos de allí o vamos allí. Es una ciudad colosal y muy instructiva, te enseña a regresar a tu pequeño pueblo o a tu ciudad de provincias con nuevos sentidos, que te ayudan a detectar cosas en las que nunca antes habías reparado. Nueva York te lo quita y te lo da todo. Es rigurosísima, allí únicamente los fuertes tienen cabida.
He visto en mi vida cientos de ciudades, ninguna como Nueva York, en serio. Animo a cualquiera a que vaya y lo compruebe.
P. ¿Se puede decir que es una gran fuente de inspiración para las personas interesadas en la escritura?, ¿por qué?
R. Si comparamos a un escritor con un boxeador, entonces podemos decir que siempre quiere medirse con rivales temibles, porque necesita forzar sus posibilidades, enfrentarse a alguien imbatible para conocer mejor sus propias limitaciones. Y Nueva York es el mejor rival posible. Hay muchos escritores que la han descrito de forma inmejorable, como José María Conget, José Luis García Martín o Hilario Barrero, entre los españoles; lo bueno es que, aun así, nunca acaba de retratarse por completo y eso permite que quienes venimos detrás también podamos intentarlo.
P. En su libro dice que tras muchos años de viajar de un lado para otro ha perdido la sensación de pertenecer a ningún lugar. ¿Se considera un emigrante?, ¿ya ha encontrado su sitio?
R. Sí, soy una especie de inmigrante, aunque jamás he tenido ganas de regresar a ningún sitio porque en realidad nunca me he ido del todo de ninguna parte. Creo que en Nueva York podía considerarme un neoyorquino gallego o un gallego neoyorquino, y lo mismo me sucedió en Chicago, Galway, Londres, Lisboa o Los Ángeles. A estas alturas, me parece improbable que pueda encontrar mi sitio, pese a que me siento bien en casi cualquier parte. Supongo que, en el fondo, mi problema consiste en que no sé vivir sintiéndome bien y en cuanto me encuentro a gusto, demasiado a gusto, tomo nuevos rumbos. Desconfío de la comodidad.
P. Hoy en día, el español que abandona su tierra para ir a trabajar a otro país, ¿sigue siendo un emigrante?
R. Nuestras circunstancias vitales y laborales no son las de antes. Hace varias décadas, quienes se iban sólo tenían consigo unas manos y su determinación; ahora quienes nos vamos a otro país, tenemos títulos universitarios, dinero… Hasta tenemos tiempo para hacer turismo, cosa que rara vez sucedía en el pasado. Sea como fuere, provengo de una familia que emigró, la de mi madre, y me considero a mí mismo su más inmediato heredero.
P. La mayor parte de la gente que vive en Nueva York, no es de Nueva York. Provienen de otros Estados y países, ¿era imposible hablar de esta ciudad sin tratar el tema de la emigración?
R. Nueva York es el mundo, pero Galicia es San Francisco. El mundo ya es un lugar mutante, en el que cada día hay flujos de gente que viene y va, confundiéndolo todo, nuestra identidad, la identidad de nuestras calles… Y en Nueva York esa sensación de no estar en la calle sino en el mundo, es más poderosa que en ningún otro lugar.