Opinión

“Tal é o trazado do ‘Himno’ en que o cantor dos ‘Rumores’ e dos ‘Queixumes’ espallou pra os galegos a verba dos arbres benqueridos da súa terra, aqueles mesmos do ‘pinal de Tella espeso’ que invocaba o cativo bergantiñán de ‘A Campana de Anllóns”, recapitula el admirado escritor y profesor, siempre en nuestra memoria, Don Xosé Fernando Filgueira Valverde en su estudio monográfico O Himno Galego: Da “Marcha do Reino de Galicia” a “Os Pinos” de Veiga e Pondal, Caixa de Pontevedra, Pontevedra, 1991.

Formidables pensadores de la libertad, esclavos del pensamiento y de la pluma, amigos del desafío, profetas de la rebelión sin proponérselo, insurrectos proclamados, pasquín sin estatua, sacos terreros acribillados de insolencias... Ellos, y no otros, pensaron un mundo mejor, diferente al suyo y al nuestro. Fracasó en parte su utopía, por eso lo eran, pero desde su ceniza y su recuerdo, en su presencia, su verdad permanece.

“He leído cientos de libros que me mostraban las necesidades de Chile, la importancia de Chile, el orgullo de ser chilenos: ninguno de ellos me hizo sentir el placer de ser chileno. Por lo menos, yo no supe gustarlo hasta que escribí el mío”, asevera, ni corto ni perezoso, Benjamín Subercaseaux en el ‘Prólogo’ de su libro Chile o una loca geografía, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, abril de 1988, cuya primera edición corresponde a la ‘Empresa Arcilla, S.A.’, año de 1940. Esta sexta edición de ‘Editorial Universitararia’ corresponde a la décimonovena edición de la misma obra.

Moito é o que me doe ver que na xenerosa terra arxentina elixiron a un mandatario para estragar o que fixo da patria de San Martín un acolledor lugar onde abrían as portas para que as familias galegas erguesen o seu futuro nas beiras do Prata. Non se entende que instalen no poder a un grupo de sinvergonzas que ofenden aos esforzados avós que suaron na procura dunha mellor educación, sanidade e convivencia social para os seus descendentes.

Si en el segundo “estadio” del ‘Himno Galego’ los pinos dirigen a Galicia su respuesta, contemplándola abrazada de verdor, esto es, al mismo tiempo la evocación agraria y el símbolo de esperanza, y con buen destino, “afiuzada polos astros”, Galicia siempre valerosa, erguida de vetustos “castros”, ahora debe volver a su acorde, teniendo como aguijón el mismo ultraje que la leyenda negra arrojó sobre ella: “o fogar de Breogán”. Nos encontramos ya en el tercer “estadio”, mientras continúan hablando “os piñeiros”. Ellos distinguen a aquellos que comprenden su voz y “maltraen” a quienes no saben comprenderla, que son “os fillos desleigados”.

“Esta é a madrugada que eu esperava/ O dia inicial inteiro e limpo/ Onde emergimos da noite e do silêncio/ E livres habitamos a substância do tempo”. La expresividad cercana del portugués escrito hace comprensible el poema ‘25 de abril’ de Sophia de Mello. La revolución fue una primavera, el abrir las ventanas a la libertad clara, diáfana, atlántica, europea, de un Portugal que se sabía como el tesoro enterrado y dispuesto a ser descubierto, para compartirse con el mundo en su vocación ibérica, europea, lusófona y también universal. Lo aparente pequeño se transformó así en un cosmos esperanzado, lleno de joyas de gran atractivo cultural y turístico, amable y humilde en sus buenas gentes.

“Es más fácil escribir un libro que tratar de explicarlo. En verdad, las geografías no necesitan de un prólogo para ser entendidas, y esta precaución es de rigor solamente en aquellos libros que salen un tanto del marco habitual”, afirma Benjamín Subercaseaux en su obra Chile o una loca geografía, Editorial Universitaria, 6ª edición, Santiago de Chile, abril de 1988. Obra que fue publicada originalmente por ‘Empresa Ercilla, S.A.’, 1940, siendo esta sexta edición de Editorial Universitaria correspondiente a la 19ª edición de la misma.

En su discurso, pronunciado bajo el título de ‘Elogio de la lectura y la ficción’, en el acto de recepción del premio Nobel de Literatura, en Estocolmo, 7 diciembre de 2010, sentenció que “la literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez”.

Cuando me encuentro a Alfredo Conde, y suele ocurrir con cierta asiduidad buscada, al menor descuido le solicito un dibujo. Lo hago desde que guardo en la memoria un bosquejo de mi rostro que me hizo a vuelapluma, al albur de un jurado de unos premios de cuentos infantiles promovidos hace ya décadas por un injustamente olvidado Enrique Beotas.

El segundo “estadio” del “Himno Gallego” –el poema ‘Os Pinos’ del bardo Eduardo Pondal– está dedicado a los hermanos de Portugal, con una mención de Luiz de Camoens, el perenne autor de Os Lusíadas, la epopeya lusitana, que él poseía entre sus amados clásicos: “Os bos fillos do Luso/ nos vosos sons, ¡oh pinos!/ len os outros destinos,/ cun ardoroso afán,/ len nos rudos acentos/ do vate lusitano,/ no verbo soberano,/ dos fillos de Breogán”. Y el tercer “estadio”, la preocupación por los emigrados, quienes “peregrinan” y que, en una versión, son “dispersos”, en la variante que solicita sean liberados de los adversos destinos: “Xuntos, ceos, sostede/ ós celtas, que, a millares,/ por terras e por mares, peregrinando van:/ facede que se cumpran/ nos fortes peregrinos,/ os futuros destinos/ da raza de Breogán”.

“Yo no sé que haya un empleo mejor de nuestras potencias que decir el terrón natal: cuando escribimos en la América con pretensiones de universalidad, suele parecerme un vagabundaje sin sentido, un desperdicio de la fuerza y un engaño infantil de nuestras vanidades criollas”, escribe la perenne poetisa y premio Nobel de Literatura (1945) Gabriela Mistral en ‘Contadores de patrias’, el prólogo del libro Chile o una loca geografía, editorial Universitaria, Santiago de Chile, 6ª edición, mes de abril, 1988, cuyo autor es Benjamín Subercaseaux. Imprescindible obra que originalmente fue publicada por ‘Empresa Ercilla, S.A.’ en 1940. Esta sexta edición de editorial Universitaria corresponde a la décimonovena edición de la misma.

El vate de Ponteceso Eduardo Pondal no deseaba escribir para el ‘Himno Galego’ una página débil y lacrimosa. Lo expresó varias veces: por una parte, “e pois eu aborrezo os vulgares propósitos”; por otra, “non lle cantes cantos brandos pra adormecer ó rapaz”. Incluso en el propio ‘Himno’ lo sostendría: “Estima non se alcanza/ cun vil xemido brando…”. Frecuentes son en sus versos caracteres de poesía civil, también hímnica. Recordemos: “Honrados e duros, e fortes galegos…”. O bien: “Boandanza, saúde, raza de Breogán”, que nos muestra un desarrollo afín al de ‘Os Pinos’, además sobre idénticos motivos.

O meu amigo Monterroso Devesa leva uns vinte anos sen pasar o inverno na Coruña, a súa cidade de nacemento, xa que prefire gozar do solleiro verán na capital da República Oriental do Uruguai. En Montevideo e perto do Parque Rodó e da praia Ramírez, ten un apartamento desde o que toma mate (sempre sen azucre) mirando ao do Río da Prata. As voltas da vida levaron a Xosé, collido da man de María Teresa Devesa Juega, ata un afastado lugar no norte uruguaio (Tacuarembó) onde naceran unha parte dos seus avós maternos. Alí cursou primaria e secundaria e logo en Montevideo fixo o bacharelato e comezou os estudos de Dereito que foron interrompidos polo seu retorno a Galicia. Aprobadas unhas oposicións ao ministerio da Facenda estivo traballando en Madrid, Cáceres, Xixón e A Coruña.

El acto de cocinar invita a la reflexión, a quienes lo hacen con amor. Sin duda, hablar de comida es más que recetas, incluye poesía, alimentos del espíritu, cuestiones sociales, ritos propios y ajenos; se trata de recordar los primeros fuegos, especialmente aquellos que cocieron lentamente los caldos que nunca olvidamos, y la ceremonia que unía el acto de comer con la comensalidad, misa pagana en la que compartimos pan y anhelos. Hablar de comida, extender la conversación en animada y pacífica sobremesa, es recrear la esencia de lo humano, lo que diferencia el acto de comer con el engullir del resto de los animales con los que convivimos en el planeta.

Anochece y, a lo lejos, sólo podemos columbrar el nevado relieve de los tres montes tutelares: el Chachani, el Misti y el Pichu-Pichu. De repente, he aquí la Villa Hermosa de Arequipa, de enorme resonancia en toda la historia del Perú, cuyo nombre se ha coronado por las acciones de su talante, el límpido frescor de su campiña y las gracias de su envidiable clima. Mas, ¿cuáles fueron los primeros pobladores que se establecieron en este lugar? Se estima que, cuando Mayta Cápac llegó hasta aquí, no halló habitantes reunidos sino tan sólo campesinos dispersos. Él fue, pues, el primero en fundar verdaderos pueblos en la región. “A la caída del Imperio Incaico, el valle de Arequipa no perturbó la aventura de las imaginaciones de los españoles –nos revela el historiador peruano Aurelio Miró-Quesada–. Pasaron por allí aunque sin detenerse. Así parece que cruzaron (seguramente más hacia el lado del mar) los compañeros de Ruy Díaz, al naufragar su nave en Pisco y tener que seguir por tierra en su viaje hacia Chile. Por allí también pasó Diego de Almagro, al regresar de la Nueva Toledo por la noticia de la sublevación del Inca Manco”.

Quero insistir en que non debemos de esquecer aos emigrantes que loitaron activamente no mantemento da nosa identidade propia. En Montevideo temos un moi bo exemplo de compromiso coa defensa da cultura propia que se debe recoñecer con aplausos e distincións. Un programa radial, en galego, vai cumprir 75 anos de vida e non hai dúbida que o feito é histórico. O que corresponde é agradecer e parabenizar aos fundadores e continuadores da que hoxe é a máis longa e ininterrompida homenaxe a Castelao: ‘Sempre en Galicia’.

“Pascual Veiga quedou noxado, despois do certame, e dimitiu da dirección do Orfeón coruñés, e morreu no 1906, fóra da sú Terra”, escribe el admirado profesor y literato Xosé Fernando Filgueira Valverde, eximio pontevedrés, en su insoslayable estudio O Himno galego. Da “Marcha do Reino de Galicia” a “Os Pinos” de Veiga e Pondal, publicado por ‘Caixa de Pontevedra’, Pontevedra, 1991. En verdad que es preciso recordar cómo este músico entregó a Galicia dos de las obras más sobresalientes del siglo XIX. La realidad es que fue vilipendiado por eruditos y rivales: unos porque los temas eran escogidos de este o de aquel “gaiteiro”; otros, porque no eran del todo populares: que si su gran coral estaba inspirada en una “ladaíña” coruñesa del señor Peralta, hasta el extremo de discutir acerca de la paternidad del “Himno”.

Hay términos que resultan extraños, que semejan surgir de una etimología surrealista y que, sin embargo, están incrustados en la tradición clásica. Se me antoja que es el caso de “molicie”, del latín “mollities” y que en Diccionario de la Real Academia Española nos traslada en su primera acepción como “blandura de las cosas al tacto”, lo que en cierto modo podría asimilarse a la famosa “modernidad líquida” del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, y que viene a definir nuestro tiempo como “la fragmentación de la identidad, la inestabilidad laboral, la sobredosis de información sin filtrar, la economía del exceso y los desechos, la falta de credibilidad de los modelos educativos, el fin del compromiso mutuo y las relaciones interpersonales fugaces”.

Los aconteceres de la ciudad peruana de Puno dan comienzo en la segunda mitad del siglo XVII, cuando llegó a la región don Pedro Antonio Fernández de Castro, esto es, el célebre Conde de Lemos y Virrey del Perú, a fin de reprimir las revueltas y conjurar las insubordinaciones de los Salcedo, propietarios de las prósperas minas de Laycacota. “Hasta entonces –me comenta el señor Aurelio Miró-Quesada–, Puno era sólo un asiento pequeño, tendido, como otros tantos, en la ribera del Lago Titicaca, y cuyas modestas habitaciones se cubrían con techos altos y pesados de paja, para protegerse del viento y el frío cortante de la puna, el conocido ‘mal de altura”.