En los enredos políticos cabe valorar indicios superlativos de egolatrías, ambiciones, avaricias y desentendimientos. Los coches oficiales suelen llevar cristales tintados y eso impide ver los bosques, descender a la realidad de lo cotidiano, entender lo que preocupa al común de los mortales, es decir, a los ciudadanos y votantes, y confundir la A con la B. No es un mal total, pero alcanza límites insospechados. Por eso hay que limpiar las malas hierbas, con prontitud y Justicia, sin miramientos, y encontrar referentes de verdad, la ejemplaridad de los buenos, puntas de lanza con las que significar el camino de las generaciones jóvenes, aquellas que no saben ya lo que significó la Transición, el mayor logro de la sociedad española, la que nos permitió avanzar entre las nieblas con decoro, venciendo intentonas golpistas o el terrorismo. Unos pocos corruptos no deberían poder con un Estado democrático ejemplar.