La directora navarra se estrena con ‘Matrioskas’, sobre las ‘niñas de la guerra’ desplazadas a Cuba

Helena Bengoetxea: “Las españolas que crecieron en la URSS son muy modernas por la libertad que consiguieron”

La historia de los ‘niños de la guerra’ ya tiene versión en femenino: la que difunde la directora navarra Helena Bengoetxea con su ópera prima ‘Matrioskas’, un documental enfocado en las niñas que en plena guerra civil española fueron llevadas a la URSS para alejarlas del horror de la contienda y que años después (en 1961) se marcharon voluntarias a Cuba para sumarse al proyecto de la Revolución. Modernas, libres y con formación, se muestran agradecidas por el rol que les dio el haber crecido al amparo del régimen soviético, al tiempo que se reconocen algo “engañadas”.

Helena Bengoetxea: “Las españolas que crecieron en la URSS son muy modernas por la libertad que consiguieron”
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Helena Bengoetxea, rodando en el emblemático cementerio Colón de la capital cubana.

En una historia se puede ahondar de mil maneras y lo que la directora navarra Helena Bengoetxea se propuso averiguar cuando tuvo constancia de que en Cuba todavía permanecían con vida algunas de las llamadas ‘hispanosoviéticas’ fue de qué manera el haber vivido en la URSS y lejos de la dictadura franquista había influido en estas mujeres.

Habían dejado España como parte del grupo de los 33.000 menores del bando republicano –los conocidos como los ‘niños de la guerra’– que, entre 1937 y 1938, fueron trasladados en barco a otros países de Europa para alejarlos del horror de la guerra civil, y una gran parte de ellas no emprendieron nunca el viaje de retorno por mucho que el régimen franquista se empeñara en “traerlos de vuelta" a todos con "la idea de reeducarlos”, asegura la cineasta.

Su aproximación a lo hispano que habían dejado atrás lo consiguieron algunas de ellas a partir de 1961 cuando, junto a un grupo de unos 200 españoles –entre los que había algunos matrimonios–, decidieron, de modo voluntario, abandonar la Rusia de Kruschov y desplazarse a Cuba para contribuir al despeque de un régimen “que se había posicionado en la órbita socialista”.

La revolución de los ‘barbudos’ vivía entonces un periodo complicado y el Gobierno de La Habana estaba necesitado de traductores que sirvieran al asesoramiento que los rusos prestaban a Fidel y compañía.

Respondieron a la llamada “porque tenían más afinidad con los cubanos que con los rusos”, y porque ese espacio “los acercaba más a su origen”, comenta Bengoetxea, quien comenzó a investigar en el asunto en 2016, mientras estudiaba en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, en la capital isleña.

Lo que de verdad le interesaba a la directora era la historia de las mujeres, hoy nonagenarias, que si bien es cierto “tienen vivencias muy similares a las de sus compañeros”, para ellas todo “hubiera sido muy distinto” de haberse quedado en España. Lo que se pretendía pues, era “mostrar si esa oportunidad” que les había deparado el destino, “les hacía pensar de manera diferente" a cómo lo hacen sus contemporáneas españolas.

El resultado quedó plasmado en el documental ‘Matrioskas’, que se estrenó el pasado noviembre en la 63ª edición del Festival Internacional de Cine Documental y Cortometraje de Bilbao-ZiNEBI y que se aproxima a las vivencias de cuatro de ellas: Teresa, Alicia, Araceli y Julia, de las cuales, tres, formaron parte de ese grupo que se desplazó al país caribeño.

 “Si las comparas con mujeres de su edad que se quedaron, no tienen nada que ver”, porque “no hubieran tenido acceso a las carreras” que estudiaron, asegura Bengoetxea. “En el fondo –prosigue– son muy modernas y su manera de pensar hoy en día está muy marcada por esa libertad que consiguieron en su vida y por la educación que recibieron”.

“A pesar de las dos guerras” que vivieron –la civil y la mundial– y del “hambre” que pasaron, para ellas “habría sido una suerte, más que una desgracia” el haberse trasladado a la URSS. Recibieron formación, muchas de ellas estudiaron en la universidad, y las que quisieron pudieron divorciarse de sus esposos en tiempos en los que en España esa posibilidad todavía no existía.

“Todas están superagradecidas de cómo las trataron”, hasta les proporcionaron libros en castellano para que pudieran estudiar, y “tienen muy buen recuerdo de ese tiempo vivido” en la Unión Soviética, porque “crecieron allá y las protegieron”.

Pero transcuridos los años y analizados los hechos desde la distancia, “tienen una visión muy crítica con lo que fue la Unión Soviética” y se sienten “engañadas”, sobre todo por lo acaecido durante el periodo en que el país fue gobernado por la mano dura de Stalin.

En este grupo de cuatro, en el que hay mujeres más o menos posicionadas ideológicamente, Araceli era la más crítica con el dictador soviético. Falleció en 2021 a la edad de 96 años, en su Asturias natal –a donde retornó en la década de los 80–, a tiempo de dejar constancia de sus vivencias en el régimen comunista. “Nos tenían engañados”, llegó a reconocer, después de tener noticias de “todas las barbaridades de Stalin”, apunta la directora.

Contó, además, el caso del profesor de universidad que había viajado con ellos en el barco –uno de sus profesores favoritos– que “de un día para otro desapareció; se lo llevaron a Siberia y no lo volvieron a ver más”.

Como funcionaria del Ministerio de Industria ruso, después de 9 o 10 años en Cuba, fue reclamada y tuvo que dejar la isla. “Como le dio rabia”, no ejerció como funcionaria y se puso a trabajar en la radio en un programa en español destinado a la colectividad.

Estuvo en Moscú hasta el año 1984 por lo que “vivió mucho más de cerca” los acontecimientos políticos del país a lo largo del siglo y estaba en condiciones de ofrecer una visión más global de lo acontecido.

Reconoció que, con el tiempo, “había cosas que habían mejorado, pero otras no”. Por ejemplo, “en bienestar social se ha perdido mucho en la Rusia de hoy”, porque “esas desigualdades tan fuertes, en aquellos años no existían”, llegó a comentar. Pero “lo que se hizo bien fue sacar a todas las personas que estaban en los ‘gulags” –campos de trabajos forzados– que vivían en condiciones inhumanas.

Otras versiones de lo que supuso ese exilio vienen de la mano de Teresa –la única de las cuatro que no se fue a Cuba. Tiene 97 años y nació en San Sebastián, pero vive en Barcelona desde 1958. En su caso, estudió perito electricista y cuando regresó, con una hija, ya se había divorciado en Moscú. En la ciudad condal sufrió las consecuencias de llegar procedente de un país comunista y hubo de desempeñar trabajos que quedaban lejos de lo que fue su preparación.

El caso de Alicia es el más peculiar de entre las desplazadas, porque nunca ejerció de traductora. De padre gallego, estudió medicina y se especializó en neurotisiología. Una vez en Cuba, pudo ejercer su profesión y, junto a otros cuatro doctores, diseñó un programa nacional contra la tuberculosis que acabó con todos los sanatorios que se dedicaban a tratar esta dolencia, y donde enfermar parecía estar más asegurado que curarse.

Alicia, que falleció en 2017, era muy conocida en Cuba, recibió varios premios y existen documentales sobre ella relacionados con el tema de la salud.

Su nieto Alejandro se cuenta entre los jóvenes que han disfrutado de una beca BEME, que concede la Secretaría Xeral de Emigración de la Xunta para los jóvenes gallegos en el exterior que deseen cursar un máster en una universidad de Galicia. En su caso, amplió sus conocimientos de ingeniería informática y hoy vive en A Coruña.

La cuarta protagonista del documental, Julia, de quien en la actualidad su autora no tiene noticias, porque solo dispone de teléfono fijo, en el caso de estar viva, cumpliría este año 99. Es ingeniera de Caminos y “la más posicionada ideológicamente”, reconoce Bengoetxea.

Producto de sus conocimientos, en La Habana existen obras de ingeniería civil en las que participó, como la canalización del zoo de la capital o el parque recreativo Lenin, a las afueras de La Habana.

Se casó con un cubano, pero se divorció y con 80 años se casó en segundas nupcias con otro hombre, más joven que ella, con el que lleva 12 años conviviendo.

“Es una pareja muy entrañable –comenta–. Él está sordo y ella no se puede mover casi, porque tiene problemas de circulación y respira con bombona de oxígeno, pero está convencida de que va a llegar a los 100”, asegura la directora, quien emprendió un periplo por los cines de España para difundir el documental.

Homenaje en Moscú a los exiliados, al cumplirse el 80º aniversario de la partida

‘Matrioskas’, nombre con el que se conocen las muñecas rusas, fue el título escogido por Helena Bengoetxea para su primer documental, en el que retrata la vida de cuatro mujeres capaces de tomar las “riendas de su vida” gracias a la formación que recibieron en el exilio.

La URSS fue su lugar de refugio, pero, en el caso de algunas, Cuba fue su elección. Años después de llegar a la isla, ya nonagenarias, miran con nostalgia hacia el país que las acogió y que ya no existe como tal, y recuerdan el hambre y el frío de otra época.

En 2017 se cumplieron los 80 años de la salida de España con rumbo hacia la URSS y un grupo de ellas se desplazó a la capital moscovita para rememorar el momento. En el viaje se embarcó también la directora de ‘Matrioskas’ –“Fuimos en el grupo con gente de Asturias, Euskadi, Madrid, Alicante”, dice–, a quien el rodaje le pilló en plena pandemia, lo que le obligó a reducir los escenarios a dos: Cuba y Barcelona.