El sacerdote lalinés Andrés Ramos Castro recorrió durante 14 días Buenos Aires siguiendo la huella de un ancestro
Por primera vez, el sacerdote Andrés Ramos Castro visita Argentina y no lo hace como un turista más. Lo hace con una misión íntima y emotiva: siguiendo la huella de un ancestro, también sacerdote, que lleva su mismo nombre y apellido. “Este es un viaje largamente deseado”, confiesa Andrés Ramos Castro, nacido en Lalín (Pontevedra), la tierra que, con orgullo, define como “el lugar donde se elabora el mejor cocido del mundo”.

Su destino, esta vez, no es una peregrinación ni un viaje de descanso, es un reencuentro con la memoria de un hombre que, aunque ya no está, vive en documentos, en iglesias y en un legado disperso entre Galicia y Argentina. Ramos lleva 14 días recorriendo Buenos Aires. “Mañana regreso a España”, cuenta con una mezcla de satisfacción y nostalgia.
En la capital argentina no sólo descubrió rastros de su antecesor, sino también una comunidad gallega vibrante y activa. “Soy capellán de las 17 asociaciones gallegas que hay en Madrid. Algunas son de pueblos, otras de profesionales. Pero estar en Buenos Aires, en contacto directo con esta diáspora, ha sido muy emocionante”, matizó en diálogo con ‘Galicia en el Mundo’.
Durante su estancia, visitó parroquias donde aquel otro Andrés dejó huella: la Catedral de Quilmes; la Basílica de San José de Flores, la Inmaculada Concepción y la Parroquia de Montserrat. “Él fue nombrado canónigo de la Catedral de la Ciudad de Buenos Aires y con ese nombramiento volvió a Galicia. Cuando me hablaban de él, hablaban del canónigo, no de Andrés Ramos”, relata con admiración.
Pero el vínculo no terminó ahí. Indagando en archivos y rastreando en Google, descubrió que aquel canónigo había escrito un libro sobre apicultura, considerado una obra de referencia en el campo. “Finalmente lo encontré en la Biblioteca Nacional de Chile. Me sorprendió mucho que su legado llegara tan lejos”, cuenta.
Durante su estancia en Argentina, visitó distintas instituciones gallegas: el Centro de Lalín, Silleda y Agolada en Buenos Aires; la Sociedad Parroquial de Vedra, donde coincidió con la celebración del Día das Letras Galegas; y, un día antes de su partida, visitó el Centro Galicia de Buenos Aires y el Colegio Santiago Apóstol. “En Vedra me impresionó mucho la cantidad de gente que había, sobre todo de jóvenes. Eso me ha conmovido profundamente”, reconoce con emoción.
Pero la historia no termina con su antecesor. En su viaje descubrió que el sacerdote no había llegado solo a estas tierras. Lo acompañaba su hermano, Ignacio Ramón Otero, quien yace enterrado en el cementerio de la Recoleta, en un majestuoso panteón. “Estuve en contacto con una familiar directa de Ignacio que me confirmó que era hermano de Andrés. Los datos del registro civil de Lugo también lo respaldan”, detalla con precisión casi investigativa.
Mientras empaca sus cosas para regresar a Madrid –donde, además de ser capellán de religiosas, dirige la delegación de relaciones con instituciones en el arzobispado y colabora con el Colegio Mayor Universitario de San Pablo–, Andrés Ramos lleva en su equipaje algo más que recuerdos: lleva una historia reconstruida, un vínculo restablecido y el pulso vivo de una Galicia que resuena con fuerza en el corazón de Buenos Aires.