La verdad absoluta no existe
Volaba después de ocho años sin visitar mi tierra infinita, Cuba, donde tuve la grandiosa oportunidad de reencontrarme con varios diplomáticos del Consulado General de España en La Habana. Ese viaje me devolvía a la casa que tantos recuerdos guarda en mi memoria, y por la que siempre estaré agradecido, sobre todo por las personas que tanto han significado en mi vida a lo largo de distintas etapas.
Recordaba entonces a Antonio Muñoz Rojas (E.P.D.), quien me entregó personalmente el visado del programa para hijos y nietos de gallegos –la beca otorgada por la Xunta de Galicia–, gracias al presidente Manuel Fraga Iribarne (E.P.D.). Cómo olvidar también a mi amigo el embajador Eduardo de Quesada, a quien conocí en Camagüey y con quien mantengo viva la amistad; o a mi buen amigo Álvaro Kirkpatrick de la Vega, siempre tan sabio en temas de visados y tan humilde al compartir un café.
También acuden a mi memoria Pablo Barrios Almazor (E.P.D.), con quien tuve mi último encuentro en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, y su sonrisa llena de paciencia y afecto; Eduardo Cerro (E.P.D.), con quien me unió una relación justa y respetuosa; y el embajador Santos Aguado, con quien aún mantengo contacto, creador de la ‘Huella de España’ en La Habana junto a la primerísima bailarina Alicia Alonso. Recuerdo con especial cariño a mi amigo de muchos años el embajador de España en Andorra Carlos Pérez de Desoy Fages, único diplomático español que ha ocupado tres puestos en La Habana, siempre sensible ante los problemas y ejemplar en su labor como cónsul general.
Asimismo, evoco a Jorge Montealegre Buire, con quien sostuve una reunión en el consulado –aunque ahora no recuerdo el motivo–, y a Tomás Rodríguez Pantoja, a quien conocí durante la presentación de mi libro en el Antiguo Centro Gallego de La Habana, en 2013. A esa lista entrañable se suman hoy el cónsul general adjunto Ibán Prieto Valle, los cónsules Andrés de Zulueta de la Riva y Sabela Viturro Vidal, así como el vicecónsul honorario de la provincia de Camagüey, Omar Sastre, a quien agradezco especialmente por coordinar los encuentros.
Puedo decir que siempre he sido escéptico cuando no conozco personalmente a la persona con la que voy a sostener un encuentro. Sin embargo, Omar me había transmitido que el cónsul general adjunto Ibán Prieto Valle reunía cualidades admirables: un hombre cercano, un excelente profesional y, añadiría por mi parte, una extraordinaria persona humana. Pude comprobarlo en cuanto nos encontramos en su despacho. Desde el primer momento comenzaron a fluir esas energías positivas que parecían volar en el aire, creando un ambiente de confianza y respeto mutuo.
Durante la conversación, le relaté –a modo de síntesis– algunas anécdotas e historias del Antiguo Palacio Velasco Sarrá, así como mis experiencias dentro de las sociedades gallegas en La Habana, que fueron mi verdadera escuela. Agradezco profundamente a todos aquellos presidentes de sociedades gallegas que me tendieron la mano cuando aún era un ingenuo. Era mi interés observar de primera mano el trabajo que viene realizando el Consulado General de España en La Habana. No resulta fácil describir con palabras lo que allí pude apreciar, y mucho menos lograr que otros lo comprendan a través de este artículo, que encierra varios mensajes reflexivos. Mi propósito no es juzgar, ni mucho menos provocar confrontaciones, sino compartir una mirada sincera y respetuosa. “Bienaventurados los pacificadores”.
Deseo comenzar con un ejemplo histórico. Conservo en mis manos copias del Ministerio de Asuntos Exteriores que recogen las propuestas iniciadas por el entonces cónsul general de España en La Habana, don Pablo de Ubarri (E.P.D.), fechadas el 4 de febrero de 1953, con referencia al oficio número 6, orden 169, y registradas en la Embajada de España el 21 de agosto de ese mismo año. He querido traer este ejemplo de los ocho viceconsulados por una razón sencilla: en aquella época, la carga de trabajo del Consulado General de La Habana se encontraba mejor equilibrada, sin contar las demás provincias y municipios de la Isla que también disponían de oficinas consulares.
Antiguamente, dicha oficina consular estaba ubicada en el inmueble de la calle Oficios Nº 420, esquina Acosta e Inquisidor, en La Habana Vieja, frente a la Alameda de Paula. La edificación, de estilo monolítico, fue construida en 1931 y contaba con tres plantas.
Entre los documentos de 1953, se detallaban los ocho viceconsulados honorarios que operaban en distintas provincias de Cuba. Cada uno representaba un importante apoyo al Consulado General de España en La Habana, lo cual contribuía a equilibrar la carga de trabajo y fortalecer la presencia española en el territorio.
Los ocho visecónsules eran:
1. Vicecónsul honorario en Sancti Spíritus, don Manuel Maza Gobantes, quien desempeñaba funciones de delegado oficioso. Nacido en Cañedo de Soba (Santander) el 6 de abril de 1897, era comerciante detallista. (Número de entrada en la Embajada: 5).
2. Vicecónsul honorario en Sagua la Grande, don Félix Blanco Couso, también delegado oficioso. Nacido en Fonsagrada (Lugo) el 7 de octubre de 1899, era propietario del Hotel Balneario. (Número de entrada en la Embajada: 9).
3. Vicecónsul honorario en Colón (Matanzas), don Manuel Vallines Díaz, presidente del Banco Vallines, nacido en Colón el 27 de agosto de 1905, hijo de españoles. (Número de entrada en la Embajada: 19).
4. Vicecónsul honorario en Trinidad, don García Fernández, delegado oficioso, nacido en Parres (Oviedo) en 1907, comerciante de víveres y ferretería. (Número de entrada en la Embajada: 6).
5. Vicecónsul honorario en Cienfuegos, don Sureda Vitlloch, delegado oficioso, nacido en Arenys de Mar (Barcelona) el 26 de diciembre de 1874, comerciante retirado. (Número de entrada en la Embajada: 8).
6. Vicecónsul honorario en Matanzas, don Ricardo Linares Fernández, delegado oficioso, nacido en Navedo (Santander) el 17 de julio de 1881, comerciante. (Número de entrada en la Embajada: 12).
7. Vicecónsul honorario en Cabaiguán, don Aristy Secades, delegado oficioso, nacido en Santoña (Santander) el 13 de diciembre de 1903, comerciante de tejidos. (Número de entrada en la Embajada: 11).
8. Vicecónsul honorario en Pinar del Río, don Eduardo González Pando, delegado oficioso y comerciante de tabacos, nacido en Ribadesella (Oviedo) el 19 de marzo de 1901. (Número de entrada en la Embajada: 10).
He terminado de leer la Ley de Memoria Democrática (LMD), impulsada por el Gobierno presidido por Pedro Sánchez Pérez-Castejón y publicada en el Boletín Oficial del Estado el 20 de octubre de 2022. De esta ley se han beneficiado numerosos descendientes de españoles en distintas latitudes, lo que demuestra su alcance y trascendencia.
Durante mi visita a La Habana, además de acudir al Palacio Velasco, me acerqué al Consulado General del Registro Civil, ubicado en la Lonja del Comercio. Allí pude intercambiar mucho más de cerca con los cónsules Andrés de Zulueta de la Riva y Sabela Viturro Vidal sobre el funcionamiento diario de la gestión de cada expediente. Observé personalmente la dedicación con la que trabajaban los funcionarios. Los vi concentrados frente a sus ordenadores, ocupados en la tramitación rigurosa de los casos, sin distracciones ni tiempo para lecturas ajenas a su labor. Nadie estaba leyendo Diplomacy, de Henry Kissinger ni el Quijote de Cervantes. Puedo dar fe de que se trabaja con profesionalidad y entrega. Reitero que ambos cónsules poseen una calidad humana excepcional, más allá de su responsabilidad técnica y administrativa.
Cuando se inició este procedimiento civil de nacionalidad, estoy seguro de que el Gobierno de España no alcanzó a calcular la magnitud del número de solicitudes que recibiría. Y aquí entra en juego el tema de los recursos. En primer lugar, hablamos de la necesidad de equipos informáticos de gran capacidad, así como de la creación de nuevos puestos de trabajo. Todo ello se traduce en un gasto público que depende del Ministerio de Hacienda, y no del de Asuntos Exteriores. Por eso considero injusto que el Departamento del Registro Civil del Consulado General de España en La Habana reciba críticas injustificadas –esas “saetas incendiarias al blanco”– cuando he podido apreciar in situ las horas de trabajo que dedican los cónsules, tanto por la mañana como por la tarde. Lo vi con mis propios ojos: no se trata de un cuento de hadas, sino de una realidad palpable.
Muchos desconocen además otra carga añadida que soporta el Registro Civil de La Habana. Todo cubano nacido en la Isla que resida, por ejemplo, en Miami, México, Brasil o Uruguay, y que haya iniciado su solicitud de nacionalidad española en los Registros Civiles de esos consulados, ve cómo su expediente es remitido –mediante valija diplomática– al Registro Civil de España en La Habana. ¿Qué provoca esto? Respóndase usted mismo.
Para nadie es un secreto la crítica situación energética que atraviesa Cuba, una realidad que repercute directamente en la vida de la mayoría de sus ciudadanos. Muchos no pueden navegar de forma estable por internet, y esto afecta inevitablemente a la tramitación de sus expedientes. Las causas son diversas: desde la calidad de los dispositivos que utilizan, hasta la falta de información clara y precisa al momento de adjuntar los documentos en formato PDF. A ello se suma un factor importante: la intervención de los llamados gestores o tramitadores, que en ocasiones agravan el proceso en lugar de facilitarlo.
Todos los certificados emitidos en Cuba deben ser previamente legalizados por el Ministerio de Justicia (MINJUS), lo que añade otro paso burocrático a un sistema ya saturado y con recursos limitados. Por otro lado, basta con que ocurra un corte eléctrico en la Lonja del Comercio para que todos los ordenadores del Registro Civil queden fuera de servicio. ¿Qué provoca esto? Una incidencia inmediata. Si los funcionarios se encontraban revisando expedientes, respondiendo correos o cumplimentando planillas, deben detenerse y esperar a que la planta eléctrica del edificio entre en funcionamiento. Y en qué se traduce todo esto: en tiempo. O, como dicen en inglés, start over, volver a empezar.
En relación con el asunto de credenciales, he estado revisando todas las notas de comunicación emitidas desde el Consulado General de España en La Habana dirigidas a esta dirección. He podido comprobar la claridad de la orientación e información que se proporciona. Reconozco que los cambios frecuentes pueden provocar malestar, pero son comprensibles: vivimos en un mundo de constantes modificaciones informáticas, motivadas principalmente por la seguridad frente a ciberataques, hackeos a cuentas o bases de datos.
¿Por qué ocurren estos cambios? Las aplicaciones bancarias, por ejemplo, están continuamente actualizando sus plataformas, porque operamos en un entorno cada vez más virtual. Siguiendo esta lógica, por vez primera en su historia, el Consulado puso al servicio del ciudadano un canal informativo vía WhatsApp, con el objetivo de ofrecer información inmediata sobre solicitudes, incidencias y trámites, contando actualmente con aproximadamente 100.400 seguidores.
Otro aspecto relevante, ¿se han preguntado alguna vez por el censo creciente de ciudadanos españoles en Cuba atendidos en el reducido edificio que alberga el Consulado General de La Habana y el Registro Civil de la Lonja del Comercio? A esto se suman los ciudadanos cubanos que acuden por diversas gestiones y, más recientemente, los nuevos españoles que han adquirido la nacionalidad gracias a la Ley de Memoria Democrática (LMD).
Seguimos. La labor del Consulado General de España en La Habana no se limita a trámites administrativos; también abarca la asistencia y protección a ciudadanos españoles en situaciones difíciles. Esto incluye visitas y apoyo a detenidos, atención en emergencias individuales y colectivas, defunciones y la repatriación de cadáveres o cenizas. Por desgracia, durante la crisis internacional provocada por el Covid-19, el Consulado tuvo que articularse con las líneas aéreas españolas para garantizar la seguridad de sus ciudadanos en Cuba.
En este viaje, mi imaginación dibujaba el Antiguo Palacio Velasco Sarrá como una maqueta en miniatura, soportada por frágiles pilares, que aun así sostienen a toda la población que demanda atención. Lo más fácil, sin embargo, es juzgar desde fuera. Esta reflexión me recordó la figura de Herodes Agripa II y del Apóstol Pablo, frente a quienes la crítica injusta se convierte en un acto de condena automática.
“Culpable, culpable”: así algunos buscan responsabilizar al cónsul general, a sus compañeros y al Ministerio de Asuntos Exteriores de España, promoviendo denuncias sin fundamento. “Hay que demandarlos”, dicen. Es lamentable ver personas que actúan de esta forma, movidas por odio o rencilla, agitando a otros a través de plataformas digitales y buscando notoriedad para intereses propios, sin conocer la historia consular en Cuba ni haber participado en el mundo asociativo español en la Isla.
En mi caso, sí voy a permitirme un poco de vanidad de vanidades, porque sé de lo que escribo y he vivido de cerca las transformaciones tanto en el mundo de las sociedades gallegas como en el ámbito diplomático. Por eso presento este breve resumen para quienes no me conocen y podrían pensar que soy un amateur.
Tuve la oportunidad de asistir a la visita del presidente Manuel Fraga Iribarne en 1998, invitado por mi mentor, el Dr. Jesús Barros López, quien fuera presidente de la Oficina Administrativa de la Xunta de Galicia en La Habana. Gracias al Dr. Barros y a la Embajada de España en La Habana, fui invitado a la recepción que ofrecieron Su Majestad Don Juan Carlos I y Doña Sofía en el hotel Tryp Habana Libre, en noviembre de 1999, durante la celebración de la Cumbre Iberoamericana. Allí conocí a Josep Piqué (E.P.D.), a quien luego entrevisté siendo asesor de la constructora OHL. Durante esa cumbre se encontraban también el cónsul general Eduardo de Quesada, el embajador Eduardo Junco Bonet y el consejero cultural Ion de la Riva, si mi memoria no me falla.
Viajé a La Habana con el presidente de la Xunta de Galicia, don Alberto Núñez Feijóo, durante su visita oficial, que incluía en la agenda la presentación de mi libro Manuel Fraga: un gallego cubano, Fidel Castro: un cubano gallego, prologado por el propio presidente Feijóo. El acto tuvo lugar en el Antiguo Centro Gallego de La Habana, en diciembre de 2013, con la presencia de mi buen amigo el embajador Juan Francisco Montalbán Carrasco. Y hoy me encuentro en otra fase de mi vida, un nuevo hijo creciéndome dentro. Estoy preparando mi segundo libro, titulado ‘Relaciones Diplomáticas Cuba y España’, que refleja mi interés continuo por la historia y las conexiones entre ambos países.
Por último, debo reconocer la labor del anterior director de Servicios Consulares, Xavi Martí Martí, quien sostuvo numerosas reuniones con los diferentes Consejos de Residentes Españoles (CRE) y siempre estuvo “al pie del cañón”, preocupado por el desarrollo de la ley. Me abrió su despacho sin problemas en todo momento. Hoy ocupa un cargo muy merecido, y felicito al ministro José Manuel Albares por su sabia y salomónica decisión de designarlo.
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