Opinión

Cocina Gallega

A los que no conocen la cocina de Morriña, les cuento que posee un amplio espacio de vidrio que permite a los comensales observar la labor del cocinero y a éste hacer lo propio con la mayoría de las mesas. Los gestos, movimientos, de quien come nuestros platos nos dan una pauta del humor y predisposición que encontraremos en la mesa cuando, como es costumbre, nos acerquemos a saludar, preguntar si todo estuvo bien, y llegado el caso iniciar una conversación de amigos. En la cena de Fin de Año, todos los huéspedes que nos eligieron para recibir el año Nuevo estaban de muy buen humor, algo tan contagioso como la histeria o la mala onda. En ese contexto de celebración, armonía y alegría, llamó la atención una niñita de unos cinco o seis años, acompañada de sus padres y una amiga de ambos. Con unos grandes auriculares cubriendo sus orejas, y una tablet con juegos encendida, permaneció toda la noche ajena a su entorno. Ni siquiera alteró su rutina cuando comenzó la música, los gaiteros recorrían el salón y se detenían de mesa en mesa con sus trajes típicos, e hizo caso omiso cuando todos, incluyendo sus padres, se pusieron de pie para seguir las alternativas de la Queimada, que obliga a apagar las luces dando clima al Conxuro. ¿Estaremos en los inicios de una generación de indiferentes, con síntomas de autismo? A la edad de esa niña, muchos de nosotros compartíamos y colaborábamos con las tareas menudas del hogar, oíamos extasiados las historias fantásticas de los mayores, prestábamos atención a nuestro entorno, tratando de descubrir los secretos que la naturaleza ofrecía desde una flor, un pajarillo, o el rumor de un arroyo. A esa misma edad tal vez escribíamos las primeras letras o intentábamos leer. Los niños podían construir juguetes, inventar juegos, fantasear con ser héroes o princesas, aspirar a ser maestras, bomberos, doctores, artistas o albañiles. Hoy solo quieren ser famosos (sin saber muy bien qué significa el término). A esa edad poníamos ilusionados el pasto fresco y el agua para los camellos de los Reyes Magos, y si no dejaban regalos entendíamos las razones que inventaban los padres para justificar que no hayan podido acercarse a nuestro portal. La nieve, la tormenta, la crecida del río, la mala memoria de Melchor o alguno de sus compañeros, o una travesura que no se había confesado, cualquier excusa renovaba la esperanza de mejor suerte el próximo año. ¿Éramos niños crédulos o realistas? En todo caso, nunca faltaba nuestro Roscón de Reyes sobre la mesa para generar las sonrisas sanadoras. Con los años venimos a enterarnos que la dichosa rosca nada tiene que ver, en sus orígenes, con los Reyes Magos, ni con Belén, ni con la Adoración del Niño, sino con las paganas fiestas saturnales de los romanos. Estas fiestas orgiásticas estaban dedicadas al dios Saturno, con el objeto de que los integrantes del pueblo celebraran los días más largos que comenzaban después del solsticio de invierno. En las saturnales se elaboraban unas tortas redondas hechas con higos, dátiles y miel, que se repartían entre los plebeyos y esclavos. A partir del siglo III, en el interior de la rosca se comenzó a introducir un haba seca, y el afortunado al que le tocaba en suerte era nombrado Rey de Reyes durante un corto periodo de tiempo preestablecido. Los romanos introducen en la Península Ibérica juegos de habas, quien las encontraba tenía que pagar la consumición de los demás. Se dice que Felipe V trae de Francia a España la tradición de elaborar las roscas con sorpresas el día de Reyes, aunque algunas crónicas lo desmienten al haber constancia de esa costumbre en la Indias Occidentales antes del reinado de Felipe V. Sin embargo, la tradición pastelera del sur de Francia (Gateau des Rois), o catalana (Tortell de Reis) parece ser la inspiradora de nuestros Roscones de Reyes. A América la tradición llega en el siglo XVI. A la tradición de introducir un pequeño muñeco (muy común en México) en vez del haba, algunos autores le dan un significado oculto, de origen pagano, relacionado con la matanza de los inocentes durante el nacimiento de Jesús ordenada por Herodes. Dicen que cuando el que corta la rosca pasa el cuchillo por encima del muñeco, es el Niño Dios quien es simbólicamente asesinado, y señal de mal agüero. Lo cierto es que recién a partir del siglo V se configuran las características actuales de los Reyes Magos (Sabios) que ofrecieron al Niño oro, incienso y mirra (señalando su naturaleza real, divina, y posterior muerte y resurrección. Benedicto XVI, en su libro ‘La infancia de Jesús’, incluye un párrafo polémico en el que indica que probablemente no venían de Oriente, sino de Tartessos, en la actual Andalucía. En todo caso, leyendas y misterios permiten que la historia nos seduzca, y nos incita a pensar, ver detrás de los espejos o la fría pantalla de una tablet.

Rosca de reyes

Ingredientes: 1 taza de leche, 50 grs. de levadura, 4 cucharadas de azúcar, 4 huevos, ralladura de 1 limón, 1 cucharada de agua de azahar, 100 grs. de manteca, 500 grs. de harina, sal. Crema pastelera, azúcar impalpable.

Preparación: Mezclar 2 cucharadas de harina, la levadura disuelta en la leche tibia, pizca de sal, un huevo y la ralladura de limón. Añadir poco a poco la harina, agua de azahar, manteca, un huevo, y azúcar. Batir hasta que se despegue la masa del recipiente, añadir un poco de harina y hacer un bollo. Disponer en una placa para horno enmantecada, aplastando la masa hasta unos 5 centímetros de alto, sacar del centro un medallón de masa. Dejar levar 30 minutos. Pintar con huevo batido y añadir hundiendo en la masa tres huevos crudos, decorar con crema pastelera, y espolvorear azúcar impalpable. Cocer a 160° hasta que este bien dorado.