Opinión

Las “villas suburbanas” y el espacio balneario

“La música está presente en casi todos los momentos de la vida del agüista, en el parque, en el comedor y en el casino o salón de fiestas, donde bailes, conciertos, representaciones teatrales, y otros espectáculos, llenaban las veladas. La búsqueda del placer en las numerosas actividades de ocio impregnaba de una frivolidad algo morbosa este modo de vida, alimentado por el deseo de superar la enfermedad y que roza, por tanto, aunque nunca se mencione, el ámbito de la muerte. Esta especie de ambigüedad consustancial al balneario, le concede un carácter especial que lo distancia de dos instituciones con las que comparte ciertas semejanzas, pero que mantienen un carácter mucho más coherente y definido: el Gran Hotel y el Hospital”, leemos en las memorables páginas escritas por Yolanda Pérez Sánchez, autora del texto histórico correspondiente a la obra titulada Buvette, Aguas de Mondariz. Fuente del Val, S.A., 2008.

Las “villas suburbanas” y el espacio balneario

No conviene olvidar, desde luego, que las villas suburbanas y los balnearios constituyen espacios orientados hacia las clases urbanas con buen nivel y lucrativa profesión, creadoras y usuarias de estos ámbitos bucólicos. Porque, en efecto, es la ciudad la que crea esa “nostalgia por el campo”. Una necesidad que nos sugiere el plano mitológico, de modo que las clases adineradas, merced a la industria y al comercio urbanos, son capaces de “colonizar” el campo y recobrar el cordón umbilical con la Naturaleza. El balneario, pues, no se adscribe al utópico objetivo de “crear una ciudad ideal” que albergue una sociedad perfecta, al igual que intentaba Ebenezer Howard con la denominada “Ciudad Jardín” –en las postrimerías del siglo XIX–, sino que, sobre todo, se define como “un espacio exclusivo y ensimismado”, nítidamente conservador, que se encuentra en las antípodas de la naturaleza social de los “proyectos utópicos”.

Así, pues, el balneario en el campo halla su legitimación en la ciencia lo mismo que en el mito. He ahí entonces las “narraciones” que, en cierto modo, justifican socialmente una clase de vida relacionándola con un “valor supremo indiscutible”. Institución, sin duda, burguesa y elitista que precisa “disfrazar el entramado productivo”. ¿Y cuál es el mejor precedente? Lo encontramos en el fenómeno de la “villeggiatura”, propio del Renacimiento en Italia, en el momento en que la “villa”, aparte de procurar ocio y bienestar, se transforma en un espacio “generador de bienes económicos” y “centro neurálgico” de una región.

“Desde entonces se puede distinguir claramente entre las ‘villas’ suburbanas –afirma Yolanda Pérez Sánchez–, destinadas exclusivamente al recreo, y aquellas que se sustentan en la explotación de los recursos naturales, incorporando una finalidad económica de la que este modo de vida carecía en la Antigüedad”.

Digamos que, en su primer estadio, la “villa suburbana” transforma la Naturaleza en el conocido tópico latino del “locus amoenus”: el “lugar preferido” de la literatura clásica grecolatina. Son los ecos de los poetas bucólicos Teócrito y Virgilio. Evoquemos los ámbitos culturales paradigmáticos como el de la afamada “villa” del emperador Adriano.