Opinión

Natalia Bolívar y Emilio Reyes, etnógrafos de Cuba

“El semen en el interior de la figura de un hombre, recogido en un pedazo de algodón, el zumo de tres limones, aceite de palo, bálsamo tranquilo, adormidera, tierra de muerto y palo amansaguapo rayado. Se pone delante de ‘Elegguá’ tres días con una vela encendida y después se lleva al cementerio. Más adelante, hallamos naranjas, flores y miel con el nombre de la pareja que se quiere ‘amarrar’; también cocos, botellas de filtros mágicos y velas en un entorno que lleva la carga mágica de esta Isla nuestra, de ‘Egguns, Ikú y Ará-Onú’. Estos ‘trabajos’ son los más comunes, los llamados ‘eddi’; las uniones de la pareja evitando toda intervención que provoque separaciones y rompimientos dolorosos”, nos explica Natalia Bolívar Aróstegui en su concienzuda obra titulada Cuba. Imágenes y relatos de un mundo mágico, Ediciones ‘Unión’, Unión de Escritores y Artistas de Cuba, El Vedado, Ciudad de La Habana, 1997.

 

Natalia Bolívar y Emilio Reyes, etnógrafos de Cuba

La admirada etnógrafa e historiadora Natalia Bolívar Aróstegui tampoco deja de mencionar el “bilongo”, esto es, cualquier tipo de acción que se lleva a término contra una persona: aquella que en Cuba se conoce bajo el nombre de “brujería”. “En nuestro camino por las calles de La Habana –agrega Natalia Bolívar–, frente al edificio de la Academia de Ciencias, antiguo Capitolio Nacional, y junto a una mata de laurel, vemos una rogación de cabeza hecha con paloma y puesta a la sombra para aliviar y refrescar la cabeza de un creyente iniciado en la ‘Regla de Ocha”.

Cuando, en compañía del excelente fotógrafo Emilio Reyes Pérez, la ensayista Bolívar Aróstegui siente los golpes secos del “págugu” contra el piso, de manera rítmica, llamando al espíritu de uno de los muertos de la familia. Pero, ¿qué es el “págugu”? Un bastón de madera empleado por el “Santero” para invocar a uno de sus muertos protectores antes de comenzar cualquier ceremonia de la “Ocha”. He ahí cómo le ofrecen a sus espíritus todo aquello que en vida les gustó, como el café y el tabaco, aguardiente y diversas comidas. El “lente” atento de la cámara toma el instante en que se le da coco, para ver si el espíritu lo acepta. Entre tanto, se le “moyugba” en lengua, a fin de que el “Eggun” o espíritu diga sí o no.

Así, pues, buscando y buscando las hondas raíces africanas, pasan al lado de una reja con una gruesa cadena y un candado. Y se percatan de que se trata de un “trabajo” para alejar a los agentes del orden público. Un “trabajo”, desde luego, muy complejo, puesto que se hallan involucrados los interesados en ello, quienes dependen de la sabiduría de “Orula”: “orisha” capaz de resolver los asuntos más espinosos.

“Al amanecer del siguiente día –prosigue la estudiosa etnógrafa cubana–, Emilio y yo, junto a ‘Oggún’ y ‘Elegguá’, cruzamos la bahía de La Habana en una lancha hacia Regla. Vemos cómo los ancianos creyentes dejan caer el agua, con disimulo, sus ‘ebbós’ y sus moneditas, pagando así el derecho a la Madre Universal, ‘Yamayá’, que siempre acompaña a sus hijos y devotos”. Después, en una casita con su patio colonial, se asoman y observan a un grupo de “Santeros” que ofrecen a “Olofi, Olorun y Oloddumare”, en sencilla ceremonia, el “Ñangaré”, la bebida sagrada.