Opinión

La imagen del “fundador” del Balneario

“Esto explica que la certificación de las facultades curativas de las aguas, en virtud de los análisis de sus componentes químicos y la explicación científica de sus efectos sobre el organismo, no sea suficiente y que algunos tratados de la época, como las ‘Reflexiones sobre la Naturaleza’ escritas en alemán por M. Sturm, aumentadas y metodizadas por M. Luis Cousin Despréaux (1852), exalten el valor de las aguas dentro de una concepción casi teológica. Igualmente, la habitual explicación mítica de los ‘Establecimientos’ termales sobre el descubrimiento de sus aguas, relacionada con la ‘milagrosa’ curación de un animal o de los lugareños, cualquiera de ellos ‘incuestionablemente’ lejos del conocimiento científico, pretendía otorgarles una dimensión entre mágica y sagrada”, leemos en las páginas del hermoso y documentado libro Buvette –cuya responsable del texto histórico es Yolanda Pérez Sánchez–, Aguas de Mondariz. Fuente del Val, S.A., 2008.

La imagen del “fundador” del Balneario

Así, pues, ciencia y tecnología se erigen en las impulsoras del mito de la Naturaleza como “paraíso perdido”, en que la imaginación, así como el espíritu, son capaces de “recrearse” libremente, merced a una actitud romántica que exalta la primacía del sentimiento y de los sentidos, en gran manera a causa de la antinomia “campo-ciudad”.

Susana Buck-Morss afirmó: “El Progreso llegó a ser una religión en el siglo XIX, las ‘Exposiciones Internacionales’, sus altares sagrados, las mercancías sus objetos de culto, y el ‘nuevo’ París de Haussmann, su Vaticano”. De modo que el embeleso por la ingeniería, la tecnología y las máquinas –expuesta y acicateada por las “Exposiciones Universales”– hacen de los talleres de “embotellado” modernísimas fábricas y una seductora visita. He ahí cómo las publicaciones propias del Balneario de Mondariz muy a menudo exhiben las fotografías de sus instalaciones, detallando su “moderna” tecnología e instando a los agüistas a recorrerlas.

No conviene olvidar que el “termalismo” es fruto de la nueva sociedad “industrializada” y de la corriente “capitalista”, por lo cual da pie al “régimen de libre empresa”, que crea las pioneras “estaciones turísticas”. Una “inversión”, pues, con celeridad rentabilizada, dado que los propietarios incentivan aquellas actividades que sean capaces de acrecentar los ingresos generados por el “alojamiento” y el “tratamiento”. Igualmente, propiciando otra clase de gastos, sobre todo, el “embotellado de aguas, el casino, “souvenirs”, joyas, pastillas o sales. ¡Ah! Y también la “especulación” acerca de los terrenos que circundan el “Establecimiento” termal.

El balneario –concebido como un “mundo ideal”– entronca con la mitificación del “fundador”, asimilándolo a la del “colonizador decimonónico”. El “fundador” representa la recuperación del olvido del “manantial”, como si de un “paraíso en la tierra” se tratase. Porque, lo mismo que el “colonizador”, mantiene su fe en un mundo “perfecto”. El “fundador”, además de constituir una autoridad de dominio, se consagra como un paradigma para la sociedad: un “pro-hombre” que, gracias a su obra, actúa en nombre del “Progreso”, siendo un benefactor de la Humanidad. “Ésta será la imagen que proyectan las publicaciones del Balneario de Mondariz de Don Enrique Peinador”, señala Yolanda Pérez.