Opinión

Un ‘estilo de vivir’ en los viejos grabados del siglo XIX

Un ‘estilo de vivir’ en los viejos grabados del siglo XIX

“Sigamos espigando entre los habitantes del escenario decimonónico que este tomo nos presenta. Hay muchos que provocan nuestra atención. Las láminas en general no presentan a las personas bajo la presión del trabajo cotidiano, sino más bien ociosas y gozando de la vida. Pese a todas las dificultades políticas y sociales y a los fenómenos de transición que lo caracterizan, fue el siglo XIX, a lo largo de todos sus decenios, un período lleno de aplomo y, hacia su final, incluso de entusiasmo”, recapitula el ensayista alemán Egon Schramm en su ‘proemio’ al esplendoroso libro ‘Pintoresca vieja Europa’, editado en Hamburgo en 1970, con la recopilación de litografías y grabados a cargo de Rolf Müller.

A consecuencia de todo ello, ciertamente este gozo vital no responde al puro azar, sino que los sublima a modo de elemento primordial en los bellos grabados de esta insólita colección. ¿Acaso no contemplamos cómo disfrutan esos ufanos huéspedes dentro de las escenas magnificadas por la dimensión festiva? ¿Es que no vemos estas estampas tan prodigiosamente animadas como el ‘Lago de Windermere o el ‘Castillo de Windsor’? Las gentes van a pasear a pie, o en góndolas y botes. O ejercitan el remo y la vela. Un ‘estilo de vivir’ y una ‘cultura’ abierta a la Naturaleza.

Detengámonos ahora en una lámina que nos muestra el balneario de Karlsbad de 1920. A orillas del río Tepl, este paraíso termal era por entonces uno de los más celebrados de Europa. Manantial que brindaba a sus pacientes la anhelada curación o la excelente salud. Es preciso recordar que los ‘establecimientos’ termales y el abigarrado mundo de los balnearios se exhibieron ‘a la moda’ durante el siglo XIX: los ya existentes se amplificaron y surgieron otros nuevos. ¿Los más novedosos? Aquellos que edificaban en las costas a fin de buscar la salud junto al mar y sus sedantes brisas. He aquí el de Ostende con sus numerosos ‘bañistas’. En ‘vestidores’ con ruedas se vestían el ‘camisón de baño’, pues la moda lo había creado. El ‘vestidor’ era conducido hasta la orilla del agua. Y por una escalera descendía a las olas con el temor de que alguien pudiera ‘espiar’ la mesurada desnudez sugerida por el ‘bañador’… ¡rayado y con fruncidos!

Balnearios marítimos junto a los arenales de la playa, donde, al regresar del mar, la ‘bañista’ reaparecía con su indumentaria religiosamente ‘cubierta y abotonada’, según los cánones de la decencia y las buenas costumbres. Así como el siglo XVIII digamos ‘descubrió’ la montaña, así también el siglo XIX –merced de sus ‘balnearios marítimos’- ‘descubrió’ la salutífera ‘vitamina’ del sol y las espumas marinas. Ahora bien, si observamos las grandes urbes europeas, entenderemos los futuros ‘centros’ de poder y estímulo vital. El grabado de la ‘Friedrichsstrasse’ de Berlín nos ofrece en cada rostro el orgullo y la conciencia de sí mismo: la nueva ‘metrópoli’ del imperio. En París –evoquemos la lámina de ‘Petit Pont y Nôtre-Dame’­– resplandece junto al río Sena en 1865 el origen de la ‘belle époque’, un perfume que embriaga los corazones europeos del ‘fin de siécle’.

“Nos disponemos ahora a descubrir de nuevo el siglo XIX europeo –sintetiza Ego Schramm-, viendo en él un siglo con sello y dignidad propios”.