Opinión

Tres ciudades: Santa Fe de Bogotá, Cartagena, Caracas

“Hace cien años, para atravesar el viajero la América del Sur desde el ángulo noroeste hasta el Atlántico, había de pasar a caballo las gargantas de la Cordillera. Allí se elevan hasta 6.000 metros páramos cubiertos de nieve; la transición del litoral fértil y del rico valle de Magdalena a los elevados glaciares es maravilla del explorador o del artista que recorra, como Humboldt, el Nuevo Mundo, y motivo de temor para el aventurero ávido de arrancarle sus riquezas”, escribe el gran historiador de prosapia alemana Émil Ludwig en su reconocida obra Bolívar. El caballero de la gloria y de la libertad, editorial Losada, S.A., Buenos Aires, 1958, tercera edición. Escrita por encargo del Gobierno de Venezuela y traducida por Enrique Planchart.

Tres ciudades: Santa Fe de Bogotá, Cartagena, Caracas

Así, pues, entre el explorador y el aventurero, el jefe de un ejército ocupa, desde luego, un punto medio, pues no se satisface con instruirse ni con apropiarse de los tesoros, sino que intenta, sobre todo, conquistar la tierra donde imprime la huella de su propio caballo. No olvidemos que la Cordillera se considera la cadena de montañas más elevada del mundo. Las primeras batallas en sus vertientes se libraron durante los dos años de la revolución. El Virreinato de Nueva Granada abarcaba casi toda la Colombia de hoy, aproximadamente una extensión de tierras igual que la de Venezuela, por dos veces más poblada.

Ricas en minerales, sus serranías habían significado un enorme acicate para la inmigración. Tras la derrota de los españoles, el ejército granadino se sintió fortalecido. Como consecuencia, todo el sur del país –lo que hoy es el Ecuador– nuevamente cayó bajo el poder de los españoles, quienes se mantuvieron allí diez años más. Aquella realidad posee un cariz de leyenda. El caso es que aconteció en 1812. “Los neogranadinos –señala el historiador Ludwig–, más violentos que los venezolanos en sus querellas intestinas, habían comprometido la lucha por la independencia con la rivalidad de las ciudades”.

De manera que el conflicto entre dos de ellas fue singularmente violento. Cuando en 1810 la altiva Santa Fe de Bogotá –que se extiende al pie de las montañas– convocó un “congreso”, la ciudad de Cartagena, enfatizando cualquier rivalidad anterior, se declaró solemnemente “independiente” de todas las naciones del orbe. Por aquel entonces, una tercera ciudad se levantó contra las dos, constituyéndose asimismo en Estado, acogiéndose a la refinada solución de “reconocer al bien amado Fernando VII”. El autor de la nueva Constitución, simultáneamente, se proclamó “presidente”.

En tanto que la anarquía reinaba a lo largo del país, naves españolas –arribadas a la costa septentrional de Venezuela y de Colombia– enviaron tropas contra Caracas y contra Cartagena. Cuando se rendía el ejército de Miranda, Cartagena se hallaba sitiada y amenazada por dos lados: al Este por los “realistas” de Santa Marta y al Norte por los de Panamá. El único que aportaba un “plan” era Bolívar, de modo que para él era todos los “sufragios”, si bien apenas contaba con un mínimo apoyo oficial. En Colombia lo asistió Torrices, el presidente de Cartagena, quien había comprendido bien la estrategia de Bolívar en Curaçao. Surgía así el denominado “Manifiesto de Cartagena”.