Opinión

Un vasco de Portugalete en los pagos de Balcarce

Don Luis González Uriarte es uno de los escasos vecinos, nacidos en el País Vasco, que ya quedan en la fértil tierra de Balcarce, “de la buena ‘papa’ y del ‘chueco’ Fangio”. Hijo de Cruz González Uriarte, un carpintero artesanal, y de Asunción Uriarte, vio la luz en Portugalete, en la espléndida e industriosa ría de Bilbao.
Un vasco de Portugalete en los pagos de Balcarce
Don Luis González Uriarte es uno de los escasos vecinos, nacidos en el País Vasco, que ya quedan en la fértil tierra de Balcarce, “de la buena ‘papa’ y del ‘chueco’ Fangio”. Hijo de Cruz González Uriarte, un carpintero artesanal, y de Asunción Uriarte, vio la luz en Portugalete, en la espléndida e industriosa ría de Bilbao. “Llegué a la Argentina, cuando tenía diecinueve años, en 1953”, comenta, a sus setenta y cinco años, en su casa balcarceña, mientras responde a las preguntas, desgranando sus imborrables recuerdos, realizadas por el diario La Vanguardia para su sección Especial ‘Los vascos en Balcarce’ (Historias de Vida). En la fotografía, Don Luis posa junto a una réplica del célebre ‘puente colgante’ de Bilbao, entre Arenas y Portugalete, de singular tradición en Euskadi, además de una representación del escudo de su bendito suelo.
“Mi infancia fue muy feliz –relata con un dejo de suave melancolía y húmedos ojos–. El dique y el inolvidable ‘puente colgante’, la plaza del pueblito y la fiesta de los toros, el ‘Athletic’ de Bilbao, el estadio de los ‘leones’ de San Mamés, las playas como la de Algorta, y el órdago y el juego y la ‘txapela’ del noblote vasco…”. Luis González Uriarte muestra, lleno de contento, la foto que en 2004 se hizo sacar en el mismo puente de Portugalete, cuando retornó de paseo a su Vizcaya natal. Él evoca aquella época en que llegó a Balcarce, cuando aún barruntaba la intención de estudiar para piloto de marina mercante o de vuelos comerciales. “Cosas de joven, cuando uno todavía cree que se lleva el mundo por montera”, asevera, sonriéndose.
Don Luis levemente inclina su cabeza, mirando al infinito: “Mi madre no quiso que hiciera el servicio militar después de la guerra civil española. Así que apareció un pariente, creo que era primo hermano de mi abuela, que estaba en la Argentina, quien nos reclamó, de modo que dejamos nuestros pagos para venir acá”. “En tanto mis primos lloraban en el puerto al despedirnos, nosotros zarpábamos el 16 de abril de 1953 del puerto de Bilbao. El 6 de mayo de ese mismo año, a bordo del barco ‘Entre Ríos’, arribamos al puerto de Buenos Aires. En la capital porteña estuvimos seis o siete días, no recuerdo bien, y luego seguimos viaje hacia Bosch. Ahí empezamos de nuevo con mis padres. Se me caían las lágrimas al ver el lugar donde vivíamos: una casita de chapa con una cocina a leña. No podía creer que mi vida había cambiado tanto. Con diecinueve años, todo aquello de que disfrutaba ya no estaba. E ignoraba si algún día iba a volver a ver a mi gente”.
Tanto Susana Beguiristain como yo cuánto le agradecemos a Marita di Marco, la linda balcarceña, hermano de Martita e hija de la tierna y bondadosa Marica Beguiristain, el que nos haya enviado un ejemplar de La Vanguardia (periodismo de primera línea), con su suplemento especial del 22-23 de agosto, 2009. Ahora rememora cómo, pasado un tiempo, en el mes de junio llegaron a Balcarce: “Mis padres alquilaron una casa, perteneciente a la familia Castaño, en la calle 22, donde residimos durante varios años. Si digo la verdad, aquella casa era una carnicería, la cual nos llevó bastante tiempo poner en condiciones para habitarla”. “En julio –prosigue– fui a la Estancia ‘Los Cardos’, en la que trabajé hasta 1954. Después, en ‘Casa Larripa’, en la venta de repuestos y cobranza. Y mi padre siguió en Balcarce con su carpintería frente a lo que es hoy el ‘Banco de la Provincia’ de Buenos Aires. Luego se asoció con Lupo, y yo les llevaba los números”.