Opinión

La señora Fernández

La historia que recorre este relato lleva mar, montañas y un largo viaje en barco hace más de 50 años. Es la huella de una madre gallega que formó una familia en la región de Valparaíso, en Chile, ancho puerto anclado en la fría corriente antártica de Humboldt. De esta mujer que no conocí, conocí donde trabajó cuando muy joven en Santiago de Compostela, cuando viví ahí entre el 2001 y el 2002.
La historia que recorre este relato lleva mar, montañas y un largo viaje en barco hace más de 50 años. Es la huella de una madre gallega que formó una familia en la región de Valparaíso, en Chile, ancho puerto anclado en la fría corriente antártica de Humboldt. De esta mujer que no conocí, conocí donde trabajó cuando muy joven en Santiago de Compostela, cuando viví ahí entre el 2001 y el 2002. Uno de sus hijos chilenos me dijo tiempo después: ella trabajó en unas oficinas cerca de San Martiño Pinario. Las conozco, le respondí. De esta madre y abuela conozco a algunos de sus hijos y hasta compartí con una de sus nietas hace unos pocos días en un pequeño ágape en Viña del Mar, ciudad a la que fueron a vivir después muchos gallegos que antes vivían en el puerto.
La Señora Fernández abandonó Galicia siendo moi nova. A sus hijos chilenos no les quiso hablar mucho de su vida como gallega. Me recuerda a la postura de mi misma madre cuando yo era pequeño. Ella se ahorraba historias que sólo algunos de mis tíos me relataban, pues de pequeños ellos mismos hubieron de emigrar dentro de Chile a la muerte de mi abuelo. A veces, las madres guardan las historias menos felices en una suerte de rictus, buscando que hijos e hijas tengan solo los momentos verdaderamente gratos.
La Señora Fernández se reencarnó en el espíritu de algunos gallegos y chilenos que celebramos la presentación de un poemario bilingüe. Vi a una hija suya secar sus ojos. Vi al grupo de gaitas interpretar versiones de clásicas melodías que acompañó a esta presentación. Estoy seguro de que la señora Fernández estaba ahí, entre los hermanos ausentes, como rezan los monjes benedictinos al caer el día.
Si no fuera por esta señora que no conocí no hubiéramos acordado con su hijo Sergio celebrar, algo tarde, el Día de las Letras Gallegas en el Estadio Español de Viña del Mar. No nos hubiéramos quedado caladiños escuchando los poemas de Edmundo Moure, ni hubiéramos compartido esa copa de vino, ni nos habríamos reído de las historias que todos llevamos con los demás miembros del Centro Gallego de Valparaíso.
En julio acudiré por cuarta vez a Galicia. Esta vez sí sabré que en las oficinas que están cerca de San Martiño Pinario trabajó alguna vez la señorita Fernández, poco antes de emigrar a Chile. Te prometo, Sergio, hacer las fotos del patio interior.