Opinión

Una línea de vida

El dibujo, arte de maestros, como también la poesía lírica, el grabado, la composición de música culta, por citar sólo algunas, son formas artísticas que hoy no tienen mercado, no tan sólo en el sentido de que no se venden, sino también de que no se prestan en absoluto, acaso por esencia, por su propia constitución orgánica, a las manipulaciones más o menos demagógicas de la sociedad de consumo.
El dibujo, arte de maestros, como también la poesía lírica, el grabado, la composición de música culta, por citar sólo algunas, son formas artísticas que hoy no tienen mercado, no tan sólo en el sentido de que no se venden, sino también de que no se prestan en absoluto, acaso por esencia, por su propia constitución orgánica, a las manipulaciones más o menos demagógicas de la sociedad de consumo. El dibujo sin una finalidad lúdica o fenicia, el dibujo que no es caricatura, ilustración o historieta, sin que eso implique desmedro alguno y salvando las debidas distancias, el dibujo que se propone alcanzar la intensidad y la densidad que le otorguen el alcance y la dimensión de la alta expresividad artística, no goza hoy de predicamento en nuestro medio.
Pero los artistas auténticos, los auténticos creadores, que no buscan el éxito sino la comunión, no se guían por supuesto de acuerdo con los criterios del marketing. Cuando una vida entera como la del tucumano Isaías Nougués se entrega con devoción y hondura a un proyecto estético de ese nivel, lo que importa no es la aprobación superficial sino una evaluación profunda, de fondo, aquella que (en última instancia) siempre dejará de todos modos insatisfecho a un creador legítimo.
Y precisamente el arte del dibujo, tal como lo ha encarado a lo largo de su entera vida un artista de la talla de Isaías Nougués, es testimonio y evidencia de lo dicho. Desde un primer momento él ha intentado con su dibujo, que es un arte de síntesis, obtener la máxima expresividad con los mínimos elementos. La mera línea, el trazo que a estas alturas nunca dejará de resultar huella del ser, marca del hombre, como la más lograda poesía lírica no se pretende para nada apenas descriptivo, enunciativo, sino que bucea en su propio devenir, desde la línea, en la línea, apuntada a extraer de sí misma lo que la mano y el marcador pueden desencadenar conjuntamente, en estado de gracia, al unísono.
Quiero decir que, tampoco en este caso, no es el tema sino su desencadenante lo que resulta más precioso. Cuando Nougués ejerce su destreza, y casi desde un primer momento, no es que utiliza a la línea de instrumento: él mismo es la línea, y su desarrollo hasta cuajar digamos en dibujo, en obra, es similar al de una obra orgánica por alcanzar su plenitud, es decir su soberanía, su armonía interna, su economía visceral, su aliento y su metabolismo.
Evidencia de vida tanto como de belleza, el dibujo de Nougués se sale de los marcos preconcebidos, acaso convencionales y, por eso, no sólo es fácilmente visible el adjudicarle calidad escultórica: ocupa o erige espacios, formas en el espacio, crea espacio. Sino que por su propio devenir –como ya dije– se escapa de su mano, de la página y, a conciencia o no de su originalidad quizás extremada si no extrema, alcanza espontáneamente las grandes dimensiones, algo sin duda tremendamente inusitado en estas lides, llegando a convertirse en auténticos frescos o murales del dibujo.
Que esa estructura y esa belleza tengan el mismo nivel en lo macro y en lo micro, en los dibujos de grandes dimensiones como en los de tamaño digamos normal, a medida de página, no es sorprendente cuando sabemos que, para crearlos, el artista no se vale de ninguna herramienta que ponga distancia entre él y su materia, sino que empuña directamente la simple barra de cera marcadora de encomiendas que utiliza para extenderse junto con ella sobre la superficie de grandes dimensiones, sintiendo a flor de piel las formas conformarse, acompañándolas sin intermediación alguna, dejándolas vivir, siendo con ellas. Y con el gozoso riesgo, además, que no es poca aventura, de no poder equivocarse, porque no puede borrar.
Imagino que la felicidad de esos momentos inefables ha de ser premio suficiente para un artista semejante pero, por la alegría que también logra transmitirnos, debemos hacerle saber que lo consideramos como lo que es, y muy especialmente en estos tiempos: un artista de raza, un artista de ley.