Opinión

Escarceos

En nuestro libro de cartas ‘Patricia y el escribidor’ hay como una observación, soporte o advertencia de Fernando Pessoa –el mejor poeta portugués contemporáneo– del cual ya dice mucho al no haber usado para exponerlo con soltura ninguno de sus heterónimos famosos.“Todas las cartas de amor son ridículas.
En nuestro libro de cartas ‘Patricia y el escribidor’ hay como una observación, soporte o advertencia de Fernando Pessoa –el mejor poeta portugués contemporáneo– del cual ya dice mucho al no haber usado para exponerlo con soltura ninguno de sus heterónimos famosos.
“Todas las cartas de amor son ridículas. / No serían cartas de amor si no fueran ridículas / También yo escribí en mis tiempos / cartas de amor ridículas”.
Y hoy, lector desconocido y acaso por ello amigo, hago eso: escribir una carta de amor por dos razones: Una, para seguir el hilo del alma, esa esencia interior que uno no controla, y la otra más prosaica y acaso cursi, acaramelada y ramplona: el tiempo, el cansancio o las dos cosas a la vez, hacen a uno, de forma irreversible, pretencioso.
Pessoa sabía bien de qué departía y, encima, era celestino de ello. En el habla portuguesa ese sentimiento se expresa mejor, es un idioma de ausencia, ondulante y despedazadamente melancólico: “Todos os días que passam / sem passares por aquí / sao día que me desgraçam / por me privarem de ti”.
Ese saudade enunciado en castellano, idioma más húmedo y punzante sería: “Todos los días que pasan / sin que pases por aquí / son días que me desgracian / porque me privan de ti”.
¿Quién sino un cursi o un gran poeta podría escribir eso tan sencillo y a la vez suelto, pletórico y emotivo?
Por ello, como he dicho en más de una ocasión –uno se repite inequívocamente al ser autor de un solo libro, carta o poema a todo lo largo de su vida– en estos momentos en que el corazón se vuelve tarambana, a escondidas, hemos garrapateado unas palabras como las que el escribidor teje esta mañana de un jueves cerrajón sobre los ventanales de un verano cercano.
Querencia amada: Los árboles cercanos tiritan y la corta hierba ha comenzado a sollozar con una inusitada fuerza. Es primavera y la vida renace de nuevo.
Reviso antiguas notas escritas pero jamás enviadas, ahora mustias e inservibles. Un pedazo de nuestra vida mora ahí; dentro de esas palabras se enclaustran los sentimientos más veraces, las risas y las doloras más nuestras.
Bien recuerdo ahora que en ese desasosiego se nos fueron los años. Cuando no estabas a mi lado, borroneaba cartas; fueron una montaña de ellas, tantas como los días postrado sobre mi camastro.
Una tarde que llegaste a traerme unos libros desde la cercana ciudad, te pregunté si recordabas el otoño, el tiempo de nuestras primeras travesuras y aquellos escarceos de un cariño suave y honesto como una retama recién crecida.
Lo expresaste muy suavemente, casi para que no te oyera: “Esa estación, con los años, se ha vuelto mucho más hipocondríaca. Cada vez se va pareciendo más a ti”.