Opinión

¡Cuidado con la crisis!

Soñé con el viejo Marx (no con Groucho, sino con Carlos el Temible); sonreía, con una chispa de ironía en sus astutos ojos hebreos.
¡Cuidado con la crisis!
Soñé con el viejo Marx (no con Groucho, sino con Carlos el Temible); sonreía, con una chispa de ironía en sus astutos ojos hebreos. Le hablé de la tremenda crisis actual, del Tío Bush, del desplome estrepitoso de las bolsas mundiales, de la recesión ad portas, del terror de los capitalistas, que sin Dinero se quedan sin Dios, de los planes para ‘salvar’ a los bancos de la quiebra (vaya salvación, pensé, yo que soy agnóstico), de las monsergas a la clase media baja y a los proletarios para que “se aprieten el cinturón” (qué nos podremos apretar, pensé, como no sea las costillas).
El viejo patriarca del “comunismo científico” pasó de la sonrisa a la carcajada estentórea y a punto estuvo de ahogarse en un espasmo… Alguien ahíto de comida o lleno de venganza puede morir de apoplejía, me dije… Iba a preguntarle yo si ésta era una de las nuevas crisis del capitalismo previstas por él o si era la terminal y definitiva, cuando desperté, remecido por mi mujer: –“A ver si te espabilas, huevón, que se ha terminado el pan, también la leche y los huevos, y los niños tienen que comer todos los días… Mira, en lugar de pasártela con tus amigotes beodos y seudo intelectuales, búscate un trabajo mejor remunerado”. Y me tiró un manojo de cuentas por pagar a la cara, con los suministros básicos a punto de corte o suspensión.
Salí a la calle. Era muy temprano. Caminé hasta el centro y entré en el Café Caribe, donde Ruth, la morenota de generosas ancas y torneadas piernas, me saludó como de costumbre: –“Hola, amor, como estás”– me dijo con su alba y metálica sonrisa. El café estaba repleto y reflexioné que en este tipo de negocios la crisis puede resultar hasta positiva, como en los bares, porque el brebaje oscuro de Colombia es bueno para la depresión, así como el vino rojo morigera las angustias económicas, amatorias o existenciales. Cuando iba a pagar mi ‘cortado simple’, apareció mi amigo Rubén, próspero empresario del rubro de la construcción y de los negocios inmobiliarios.
–“¿Qué te parece el tremendo despelote? Estamos cagados, huevón…”. Y me escrutó con aire de reproche, como si yo tuviese parte de la culpa por el desastre… Y arremetió: –“Estos socialistas de mierda han reventado la economía chilena, y se escudan en los problemas internacionales…”. Ojalá tuviéramos a otro Pinochet, para que ordenara la casa”. Le digo que hace treinta y cinco años murió en Chile el último socialista, Salvador Allende, asesinado –directa o indirectament– por los zafios fascistas criollos; que los tres gobiernos posteriores a la dictadura militar han enriquecido a la banca privada y a las multinacionales como nunca antes; que Chile es hoy el sexto país de economía más liberalizada del mundo; que estamos en uno de los más bajos niveles internacionales de la llamada “redistribución” del ingreso…
Rubén me mira intensamente. Percibo en sus ojos un leve enrojecimiento, que me hace recordar a los lobos en el momento de lanzar la dentellada… –“Ustedes los marxistas –sus palabras suenan entre grito y gruñido– lo único que hacen es destruir… Les importa un carajo la crisis”–. Está fuera de sí, a punto de lanzarme una trompada… –“Amigo –le respondo en el mejor tono conciliatorio– yo vivo en crisis permanente desde hace sesenta y siete años, seis meses y veintidós días, y presumo que moriré en crisis”–.
–“No hay caso contigo…”. Su voz suena como un latigazo, mientras abandona, indignado, el café.
Me quedo pensando en la crisis de Rubén. Tendrá que vender una de sus tres lanchas de alta velocidad, una de las dos casas de veraneo; quizá la casona de La Dehesa, cambiándose a un ‘modesto’ piso de doscientos cincuenta metros cuadrados… Pobre Rubén. (Tendrá también que rebajar salarios en la empresa).
Los ingresos de mi amigo ascienden a doce o trece mil euros mensuales. Presumo que tendrá que arreglárselas con once mil; quizá con diez mil… Pobre Rubén. Recuerdo que sus obreros ganan entre doscientos cincuenta y cuatrocientos euros al mes, por jornadas de diez horas, y trabajando tres sábados hasta el mediodía. Si saco una simple proporción porcentual, el obrero mejor pagado gana el cuatro coma dos por ciento del ingreso patronal. En otra conclusión numérica, esto querría decir que veinticuatro trabajadores equivalen a un patrón-empresario.
Según presupuestos teóricos del propio liberalismo, la riqueza y el capital nacen del trabajo asalariado y de la plusvalía que produce su adquisición al precio del mercado laboral. Pero de acuerdo al pensamiento de mi amigo Rubén y de los ‘socialistas’ que nos mandan, los dueños de los medios de producción “dan trabajo”, es decir, realizan una labor social casi filantrópica. ¿Y estas enormes diferencias? Nada, hombre, es parte del sistema y del incentivo que busca la superación personal.
Puede que en una noche de éstas, entre desvelo y duermevela, sueñe con Rubén en lugar del viejo de las barbas amenazadoras… Total, después de una crisis vendrá otra, y otra, y otra, digo yo…