Opinión

Cocina Gallega

Fuentes periodísticas españolas coinciden en que la emigración volverá a superar con creces a la inmigración, en que, según El País, “nos volveremos a marchar fuera, como lo hacían nuestros padres y abuelos”. Con pequeñas diferencias, todos mencionan no menos de 500.000 españoles que emigrarían en 2012 buscando un futuro que se les niega en su país.

Fuentes periodísticas españolas coinciden en que la emigración volverá a superar con creces a la inmigración, en que, según El País, “nos volveremos a marchar fuera, como lo hacían nuestros padres y abuelos”. Con pequeñas diferencias, todos mencionan no menos de 500.000 españoles que emigrarían en 2012 buscando un futuro que se les niega en su país. ¿Qué nos pasa a los españoles, y a los gallegos en particular? ¿No hay manera de conservar la memoria histórica, de aprender de los errores? ¿Nunca vamos a capitalizar el patrimonio cultural que crearon aquellos millones de hombres y mujeres que se exiliaron entre 1860 y 1960 por diferentes motivos, y fallecieron lejos de su tierra? ¿Seguiremos a contramano de la historia? Lo cierto es que, volviendo a la frase “como lo hacían nuestros padres y abuelos”, aun los que medraron escribiendo libros de miles de páginas sobre la emigración generalmente subvencionados por el gobierno de turno, mantuvieron una distancia prudente, o diferenciadora, enviaron a “padres y abuelos” al paleolítico, como para que quedara claro: la moderna y próspera Galicia de los 90, la España “europea”, podía darse el lujo de mirar por sobre el hombro, con superioridad “intelectual”, a los “residentes ausentes”; el broche de oro de ese pensamiento asumido por ciertos políticos fue el cercenamiento del derecho a voto.
Si hay un icono gráfico de la emigración masiva, al margen de los incisivos dibujos de Castelao, es la fotografía que muestra a un padre, llorando y abrazando a su hijo, al despedirse en el puerto que lo verá partir hacia América con los sueños húmedos, estrujados dentro de la pequeña maleta de cartón. Como queriendo marcar, consciente o inconscientemente, la diferencia entre la nueva y antigua emigración, la edición dominical del 11 de este mes, de El País, muestra en portada, con el título ‘Emigrantes. En la hora del adiós’ sobreimpreso, a una bella señorita que avanza confiada, la mirada esquiva al horizonte, falda cortísima, ropa moderna, mochila a la moda, como quien va de paseo. La otra cara de la moneda. Pero, ¿hay distintas formas de emigración? No. Tal vez, aquel paisano que se desgarraba al separarse de su hijo, llegaba a su destino sin nada material pero con humildad y férrea voluntad de progresar, no solo económicamente, ya que muchos empezaron sus estudios ya adolescentes y algunos lograron títulos universitarios en la diáspora, y todos lograron que sus hijos y nietos tuvieran acceso a la educación. Y la señorita de El País va a llegar a su tierra de acogida con aires de superioridad y cierta soberbia, para luego entender que los “sudacas”, “moros” o “rusos”, no hacían tareas menores en España por falta de instrucción o vocación sino porque era lo que suele destinarse a los inmigrantes en todo el mundo, y arrancar de donde sea para conseguir trabajo; si lo consigue, tal vez se case con un nativo, tendrá hijos que hablarán otro idioma o con otro acento, y se sorprenderá dentro de unas décadas cuando les nieguen la nacionalidad. La rueda seguirá girando, la memoria seguirá fallando. Las instituciones del colectivo, que con cierta lógica, consideran emigrantes “clásicos” a los llegados antes de la década del 60, cuando el flujo emigratorio español se dirige mayoritariamente a Europa, ¿revisarán el concepto que dejó fuera de sus objetivos a los miles que fueron llegando desde 1980 y se quedaron en el país formando aquí su familia? ¿Abrirán sus puertas a los que, según todos los pronósticos, seguirán llegando? Los nuevos emigrantes, sin embargo, dejan en España fuertes lazos familiares, en muchos casos propiedades, ¿las leyes los desprotegerán como a los que se fueron hace más de cincuenta años? La historia nos enseña que el emigrante difícilmente regresa a su tierra. Y los que se quedan en ella, tarde o temprano, se terminan olvidando de sus hijos ausentes. Desde el siglo XV España emigra, y por ello todo el continente americano, incluyendo pronto buena parte de EE UU, habla castellano o portugués. Pero sus gobernantes siguieron pensando, perdón por la metáfora, como si se tratara de regir “Madrid y periferias”. La dinámica histórica llevó a la merecida independencia de todas las naciones americanas, pero a pesar de los fuertes lazos emotivos, incrementados luego con la epopeya emigratoria, nunca se capitalizó el patrimonio humano y sociocultural radicado en el exterior. Se procedió, y se procede, con egoísmo. Ni siquiera sensibilizó a las generaciones de posguerra lo mucho que ayudó económicamente a una España derrotada, en ruinas, y aislada del mundo, la emigración. El retorno a la democracia, paradójicamente, aumento la amnesia colectiva. Los cocineros sabemos que la tortilla se da vuelta siempre. Y no debe romperse. Vamos con una gallega de origen “americana”.


Ingredientes-Tortilla al ron: 6 huevos, 4 cucharadas de azúcar, y cucharada de ralladura de limón, 2 copas de ron, 1 cucharada de manteca.


Preparación: Batir los huevos con 2 cucharadas de azúcar y la ralladura de limón. Poner en una sartén caliente y enmantecada y hacer de la manera corriente una tortilla ‘a la francesa’. Colocar en una fuente de servicio, espolvorear azúcar y quemar con un hierro caliente. Volcar el ron y encender fuego, levantando la tortilla por el centro con una cuchara, cuanto más se quema más suave quedara la preparación.