Opinión

Cocina gallega

En algún lugar de la memoria (o de Galicia), una mujer morena llora en silencio. A su alrededor todo es extraño, inasible, pétreo y oscuro. Heridas impertinentes sangran, arden como un epitafio anticipado. Era su amor el verdugo, paraíso a poseer la chabola inmunda que contiene su impotencia.
En algún lugar de la memoria (o de Galicia), una mujer morena llora en silencio. A su alrededor todo es extraño, inasible, pétreo y oscuro. Heridas impertinentes sangran, arden como un epitafio anticipado. Era su amor el verdugo, paraíso a poseer la chabola inmunda que contiene su impotencia. ¡Quién pudiera –suspira la mujer– regresar al hogar, compartir con los hermanos el arroz escaso y el fuego, la libertad de la sábana! Desarraigada, sin documentos (que el hombre retiene), diferente. ¿Quién oirá su grito de gacela moribunda sin amenazarla con la expulsión lisa y llana del país? Este 8 de marzo se vuelve a celebrar el Día Internacional de la Mujer. La imagen se esfuma y, sin razón aparente, llega desde la historia un poema de Ángel Crespo: “Recuerdo a una mujer entre las reses/ –su delantal, el cubo de agua– / buscando algo, agachándose,/ entre las patas, las cabezas,/ entre las ruedas del carro. / Recuerdo bien su vientre, sus colores/ subidos a la cara/ y la mirada del marido/ que era por cierto el mayoral de bueyes”. Hace un tiempo, en un programa de TVE, se vio a una mujer, y a su agresor (llevado al estudio por productores ávidos de rating) que la pedía en matrimonio. La mujer se negó en redondo. Días después el golpeador la asesinó. Hay, sin duda, quien sólo ve mano de obra barata en los inmigrantes, no personas. Quien sólo repara en las diferencias físicas o idiomáticas del extranjero para burlarse (tenemos presente aquí un libro de ‘chistes de gallegos’). Y quien ve una oportunidad de mostrarse superior ante el ‘débil’ sin papeles, la mujer indefensa, el niño asustado en tierra ajena. Hoy está en boga en España hablar de memoria histórica para reparar injusticias sociopolíticas del pasado, enhorabuena, es justicia. También es pertinente no olvidar que casi todos somos emigrantes. Pocas familias en la Península pueden decir sin mentir que no tienen antepasados que hayan emigrado. Y sin embargo, en las campañas previas a las elecciones nacionales, junto al insoslayable tema del terrorismo de ETA, se enarboló para captar votos el ‘problema’ de los inmigrantes, con matices que, en algunos casos, llegaron vergonzosamente a la xenofobia. Cuando leáis estas líneas, ya habrá un nuevo presidente de gobierno que regirá los destinos de España por los próximos 4 años. Sólo pedimos que no padezca de amnesia. En mi libro ‘La tierra en la piel’ recuerdo que “en sucesivas oleadas de lino y de centeno/ descendimos de los barcos con los ojos bien abiertos,/ pero ninguna campana tocaba a rebato denunciando el arribo/ de tantos hijos de Breogán desembarcando descarados en el río/ oscuro, con los pies y las rodillas y los muslos hundidos/ finalmente en el barro que rodea tanta quimera,/ esa ciudad argentea que se intuye hospitalaria y sin candados”. El emigrante (inmigrante si se mira del otro lado) aspira a ser recibido, siempre, con los brazos abiertos. Pero la realidad es otra, siempre. Leí en algún sitio que, hace unos años, en un retén fronterizo de Alemania, a uno de los miles de españoles que viajaban como ganado en el tren, un policía le requiso la maleta que iba llena de chorizos, morcillas, tocino y otros productos de cerdo. Al emigrante se le saltaban las lágrimas viendo como se llevaban su maleta de madera con esos alimentos que, seguramente, le eran imprescindibles para subsistir varios días. Ante el ruego del trabajador, el guardia se limito a decir: “Yo no hice la ley”. No hagamos, entonces, leyes discriminatorias precisamente nosotros, hijos de una tierra que se cansó de producir emigrantes. Ni condenemos al ostracismo a nuestros propios conciudadanos residentes en el exterior. Alguna vez, gentes llegadas de oriente nos enseñaron, entre otras cosas, a cocinar el cordero con miel. Ya es parte de nuestra gastronomía nacional, tan española como La Alhambra. Ingredientes-Cordero a la miel: 2 piernas de cordero lechal / 3 cebollas / 4 dientes de ajo / 1 ramita de tomillo / pimienta blanca / pimentón picante / 1 vaso de vino blanco / 2 cucharadas de vinagre de vino / un dedalito de azafrán / 150 gramos de miel / aceite de oliva y sal. Preparación: En una cazuela de barro con un poco de aceite sofreír las cebollas y los ajos bien picados. Echar la carne y dorarla por todos lados. Luego incorporar el tomillo y el azafrán y el pimentón diluidos en el vino. Salar y revolver. Bajar el fuego y dejar reducir la salsa. Introducir la cazuela en el horno caliente y dejarla unos 45 minutos, rociando permanentemente con la salsa. Si esta reduce demasiado, agregar agua caliente. Mezclar la miel y el vinagre y calentar la mezcla, removiendo para que ligue y reduzca un poco. Unos 10 minutos antes de terminar la cocción, rociar el cordero con la salsa de miel. Servir caliente con ensalada verde.