Opinión

El buen gallego

A Martín López Corredoira“Moitos burros tránsanse na feira; Coidado, bo galego, que chos pasen por cabalos”Refraneiro de LugoMi padre, gallego de Santa María de Vilaquinte, en Lugo, declaraba: “Soy el perfecto optimista, es decir, el pesimista convencido”.

A Martín López Corredoira

“Moitos burros tránsanse na feira;
Coidado, bo galego, que chos pasen por cabalos”
Refraneiro de Lugo

Mi padre, gallego de Santa María de Vilaquinte, en Lugo, declaraba: “Soy el perfecto optimista, es decir, el pesimista convencido”. Emigrante a los doce años de edad, junto a sus padres y hermanos, sobreviviente de dos guerras mundiales y una propia y desgarradora guerra incivil, hijo del minifundio y la pobreza secular de aquel mítico reino del noroeste atlántico, ¿qué podía ser sino escéptico? Y lo fue, aunque sin perder el humor retranqueiro, la ironía justa –a veces el sarcasmo– para desnudar la hipocresía humana, la arrogancia, el tontogravismo de los sabelotodo.
El tópico del ‘buen gallego’ es antiguo. Nace quizá con el primer transterrado que tuvo que salir del lar para buscar trabajo en tierras extrañas, del que se hizo mofa por su indumentaria de pobre de pobres –maleta de cartón incluida– y por el dudoso gracejo de su mal hablado castellano. Y es que “del bueno al necio, apenas un tercio”. El bondadoso de marras, si quiere sobrevivir, puede hacerse el bueno o el tonto, pero sin serlo, manteniendo la astucia necesaria, este valor que en nuestros tiempos modernos sustituye, con amplias ventajas, a la inteligencia.
En Chile, donde abunda el ‘buen chileno’, el consejo popular –y muy sociológico– es ‘hacerse el huevón’ en cada una de las circunstancias en que nos enfrentamos a personas y situaciones que nos exceden, sea en capacidad intelectual o en poder real... “Pase por huevón –se recomendará– nunca por idiota”. Y así vamos tirando, que esta sociedad no ha sido hecha para los que piensan más allá de sus narices, ni menos para los que especulan mirando las estrellas o buscando al Amado espiritual en los vericuetos íntimos de la metafísica. El gorrión, o pardal, carece del brillo y del trino del ruiseñor, pero vive y come mejor que éste, y no se encuentra en peligro de extinción; tampoco la rata ni la mosca.
De carne de emigración, el gallego ha pasado a ser materia de malos chistes, heredando los chascarros que se endilgaban a polacos, judíos, escoceses, rusos, irlandeses, belgas... Todas se las mama el buen gallego, aunque la autonomía y la recuperación de su lengua vernácula le hayan mejorado bastante el estatus. El problema radica en que ahora “se las crea”, y recupere aquella imagen patética que con incisivo e implacable humor le dibujó el gran Castelao, no para denigrarle, sino para redimirle de su condición de siervo del cacique aldeano.
Sólo que ahora los caciques carecen de rostro identificable; asimismo de nombre y filiación, habiéndose transformado en virtuales espectros reales –no de la Santa Compaña– sino de las compañías multinacionales, que siguen procurando, por el ancho y ajeno mundo, al ‘buen gallego’, para birlarle sus ‘cartos’ y ‘aforros’ y atribuir sus pérdidas y consiguiente ruina a la crisis internacional. Si no pierde el humor, nuestro bueno de marras resucitará, tendrá su propio ‘rexurdimento’, no gracias a sus mandantes ni al ‘eterno espíritu compostelano’, sino a su propio descreimiento, que es la fe más segura y rentable, aunque se vista con los sayales de la gaya ciencia.
Martín López Corredoira nos agasajó con su libro ‘Somos fragmentos de Naturaleza arrastrados por sus leyes’, que ya comenzamos a hojear con interés –mi mujer, que es filósofa, y yo, que presumo de ‘buen poeta’ o de ‘poeta bueno’, según se entienda y capte la intencionalidad...–. Este joven astrofísico, que vive en Tenerife, aunque no sea un ‘buen canario’ (que de haberlos, los hay), nos prodiga sus textos sagaces, tanto de su quehacer científico de primera línea, como de los ámbitos de la dramaturgia y la poesía. Y se lo agradecemos, desde esta isla continental alargada del fin del mundo...
Martín expresó que prefería el paisaje gallego a sus habitantes. Esto suena escéptico, aunque el paisaje sea –como lo definiera Otero Pedrayo– “panorama dulcificado por la voluntad humana”.
En todo caso, me gustaría pertenecer al selecto grupo de los “bós e xenerosos”, que inventó el bueno de Eduardo Pondal.