Opinión

La ‘Regla’ de San Benito de Nursia

“La ‘Regla de San Benito’ es uno de los pocos textos verdaderamente básicos sobre los que se asienta la espiritualidad del Occidente cristiano”, afirma García M. Colombás, monje benedictino, en su ‘Introducción’ del libro Regla de San Benito, 2ª edición, Ediciones Monte Casino, Zamora, 1987. Hasta nosotros ha llegado por medio de una multitud de manuscritos medievales y de ediciones impresas.
La ‘Regla’ de San Benito de Nursia
“La ‘Regla de San Benito’ es uno de los pocos textos verdaderamente básicos sobre los que se asienta la espiritualidad del Occidente cristiano”, afirma García M. Colombás, monje benedictino, en su ‘Introducción’ del libro Regla de San Benito, 2ª edición, Ediciones Monte Casino, Zamora, 1987. Hasta nosotros ha llegado por medio de una multitud de manuscritos medievales y de ediciones impresas. Traducida a casi todos los idiomas del mundo, ha sido comentada, glosada, parafraseada y utilizada profusamente por un sinnúmero de autores. Texto alabado desde los tiempos de San Gregorio Magno hasta los recientes de los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, el libro es relativamente breve y sin graves pretensiones, pues a sí mismo se define como una “mínima regla” y un “comienzo”, esto es, un acervo de normas elementales para soldados bisoños en el servicio de Cristo, el auténtico rey.
Durante la primera mitad del siglo VI redactó su Regla San Benito de Nursia, a fin de implantarla en su propia comunidad religiosa así como en otros cenobios de Italia que quisieran adoptarla. Con un propósito meramente práctico, carente de crear una obra literaria suprema o un serio tratado doctrinal, en modo alguno quiso ofrecer a sus contemporáneos una, por así decirlo, “legislación cenobítica” original. Por aquel entonces la tradición monástica contaba ya con una experiencia de más de dos siglos y con una extensa serie de Padres, eximios por su virtud y sabiduría. Su empeño estribó sobre todo en la selección, síntesis y adaptación de las directrices e instituciones –extraídas precisamente de esa misma tradición– que él estimaba útiles para los monjes de su país y su tiempo: una obra de diácrisis o “discernimiento”, según expresaba la antigua Retórica. Tal vez su mayor mérito haya sido emplear el triple tamiz de su “experiencia”, “inteligencia” y “santidad”. Cual hábil y artístico arquitecto, San Benito de Nursia homogeneizó aquel mosaico de textos y reminiscencias de  múltiples y diversos autores de la Antigüedad, transformándolo así en una obra muy personal, plena de libertad, sea cual fuere la fuente textual en que bebe. La obra refleja que su composición fue creándose mediante un trabajo “largo, progresivo y complejo”, a juicio de García M. Colombás. Como lectores, asimismo podemos observar la máxima evolución en su concepto de “cenobitismo”. Al comienzo de la Regla se nos presenta el monasterio como mera “escuela del servicio divino”, en tanto que, más adelante, singularmente en los postreros capítulos, predomina el ideal de una vida comunitaria plena: amor mutuo de los hermanos, mutuo servicio, mutua tolerancia y comprensión, en pos de la comunión total a la que invitan los Hechos de los Apóstoles: formar “un solo corazón y una sola alma”.
Si bien San Benito de Nursia rehusó la digamos “vanidad literaria”, no por ello su estilo literario se halla exento de atractivo y elegancia. Pese a las irregularidades de redacción –anacolutos, elipsis, repentinos cambios de caso en una enumeración o frase sin finalizar–, su prosa nos revela su conocimiento de la vieja Rethorica: los recursos estilísticos tales como la sinonimia y el hipérbaton y la anáfora. Frases que al inicio o al término de determinados capítulos adquieren primacía como “principios de fe, axiomas monásticos o hechos de experiencia”. No escribe, pues, para literatos; prefiere la expresión directa y espontánea, sin preocuparle la frecuencia del nominativo absoluto, recurriendo incluso al dativus sympatheticus y al plural de intensidad.