Mariana y Marina llevan tres años esperando que la obra de su padre se vea en Galicia

El Museo del Mar de Galicia acoge hasta septiembre más de 60 grabados del artista galaico-argentino Albino Fernández

El arte vuelve a unir a los gallegos de las dos orillas. Coincidiendo con el centenario de su nacimiento, una colección de grabados de Albino Fernández fue trasladada el pasado año de Argentina al Museo do Gravado de Ribeira, y, de ahí, al Museo del Mar de Galicia, donde el pasado jueves fue presentada al público, gracias a la colaboración entre la Xunta y la Fundación Museo de Artes do Gravado á Estampa Dixital.
El Museo del Mar de Galicia acoge hasta septiembre más de 60 grabados del artista galaico-argentino Albino Fernández
Expo Albino
Las autoridades presentes en el acto aplauden a las dos hijas del artista.

Los gallegos que emigraron no solo contribuyeron con su trabajo y esfuerzo al despegue económico de los países de acogida. Los más creativos también supieron dejar su impronta en los apartados de las letras y de las artes, dejando como legado trabajos que hoy en día despiertan admiración, tanto en los críticos como en los sensibles a cualquier tipo de manifestación artística.

El Museo del Mar de Galicia, en Vigo, acoge hasta mediados del próximo septiembre una de esas colecciones dignas de admirar, porque es obra de una figura fundamental del grabado argentino del siglo XX y porque su autor pertenece a lo que se conoce como la colectividad gallega en el exterior, que tanto contribuyó a difundir la imagen de Galicia por Europa y América Latina.

Al cumplirse el centenario del nacimiento del artista plástico Albino Fernández (1921-1914), una colección de más de 60 de sus obras se desplazó  a finales del pasado año desde Argentina hasta el Museo do Gravado de Ribeira y de ahí, a Vigo, donde el pasado jueves comenzaron a exhibirse los trabajos. Se trata de xilografías en blanco y negro y color realizados entre 1951 y 1963 por uno de los artistas de la colectividad más creativos del siglo XX.

Al acto de presentación acudieron, entre otros, el secretario xeral de Cultura, Anxo Lorenzo; los comisarios de la muestra, Xoán Pastor Rodríguez Santamaría (director del Museo do Gravado) y el historiador y crítico de arte Carlos L. Bernárdez, así como el guionista, director y escritor Xan Leira. 

Presentes en el acto también se encontraban, además de la directora del Museo, Marta Lucio, las dos hijas del artista, Mariana y Marina, artífices de un proyecto que encontró eco en Galicia, de donde eran originarios los padres del artista, y con la que él siempre se sintió vinculado, destacó Carlos Bernárdez.

“Se sentía muy próximo a nuestra realidad” por el origen de sus progenitores, pero también por el hecho de que “vivió una parte pequeña, pero muy intensa, de su infancia en Galicia”, apuntó el comisario, quien aseguró: “Se sentía como parte de nuestra colectividad” y “su vínculo con el exilio gallego demuestra que la sintonía era absoluta”.

Albino Fernández, que nació en Cuba, se formó como artista en Buenos Aires, donde recibió muy pronto la influencia de Antonio Berni y de uno de los grandes maestros de arte argentino, como fue Lino Enea Spilimbergo, al que estuvo “ligado por una colaboración muy intensa”, reconoció Bernárdez. También se empapó del buen hacer del uruguayo Joaquín Torres García, referente de la Escuela del Sur. 

Desde el primer momento, Fernández destacó por “la calidad” y el “rigor” de sus obras, que son un “canto a la libertad” y tienen “un trasfondo social propio de escritores y artistas plásticos” del momento, con referencias al mundo febril y también a la España franquista, aseguró el comisario.

Además de artista plástico, también fue docente y editor de publicaciones ilustradas propias, así como de figuras destacadas del arte de su tiempo, como Luis Seoane. Su hija Marina destacó durante el acto la importancia que para su familia tiene el hecho de que se difunda el trabajo de su padre en Galicia, a la que se refirió como “casi su tierra natal”, pero sin duda “su tierra de la infancia”, y aseguró que llevaban tres años viviendo con la expectativa de que la obra de su padre “se pudiera conocer” en Galicia.