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El hijo del obrero llegó a la universidad. En España se dio el salto del campo al campus y el hijo del obrero, el del desarrollismo de los setenta, por fin pudo tener no una cultura, que eso ya lo tenían sus padres sin ir a la universidad, sino una formación que le permitía un futuro idílico, distinto, distante de la vida de sus padres.

La educación pública gratuita superior creó cientos de miles de universitarios en un país en el que no hacían falta o sólo a medias. La endémica falta de trabajo y el exceso de oferta obligó a los licenciados a ‘remasterizarse’ (los que podían pagar las maestrías) y a los que no podían a aceptar trabajos por debajo de sus posibilidades.

Ya en los 80 había taxistas-historiadores, bedeles-filólogos, vigilantes de museos-psicólogos o camareros-filósofos.

En un informe de la oficina de estadística de la Comisión Europea, ‘Eurostat’, España se sitúa por encima de la media europea en el porcentaje de población de entre 25 y 34 años con estudios superiores, superando a la modélica Finlandia; un nivel similar al de otros países con un mejor mercado laboral que él como Francia, Holanda, Suecia o Suiza.

A su vez la OCDE señala que el Estado español lidera el mayor porcentaje de jóvenes desempleados y triplica la media de los países más desarrollados. En Alemania, Islandia o Japón la tasa de desempleo juvenil no supera el 7%, pero en el Estado español es del 38,6 por ciento.

Con la burbuja inmobiliaria miles de jóvenes dejaron los estudios para ganar dinero, había trabajo, con el pinchazo muchos volvieron a las aulas. Las licenciaturas universitarias dejaron de ser un ‘título de nobleza’ por la masificación. Ahora esa ‘nobleza’ la otorga la acumulación de maestrías, algunas disparatadas, carísimas y al alcance de muchos, pero no de todos. 

La clase política, que son parte de esa ciudadanía española, también se volvió adicta a los currículos con mucho saber y poco hacer. Fue la primera (por tiempo y recursos) en engordarlos para lograr un puesto aquí o allá, mientras las universidades hacían caja con su oferta académica.

Me repite siempre un amigo holandés que es mejor saber hacer que saber. En eso fallamos por estas geografías.