Opinión

La Europa de Merkel

Con su victoria electoral ya anticipada, nadie puede dudar que Ángela Merkel hizo historia. Es la primera mujer en ganar tres períodos consecutivos de gobierno en Alemania, imponiendo una hegemonía política que ya supera la década al frente de su partido demócrata cristiano CDU y también del propio gobierno alemán, desde su llegada al poder en 2005, en el cual estará por lo menos hasta 2017.
Esta hegemonía de Merkel corre diametralmente a su favor en el contexto europeo. Divergencias aparte, ningún líder europeo, esté o no en el poder, puede obviar el peso de Merkel y de Alemania en la Unión Europea. La UE es cada vez más un coto de poder de Berlín que supera incluso cualquier equilibrio de fuerzas, quizás hasta ficticio, que puede provenir de otros países como Francia, cuyo peso geopolítico en la UE es cada vez más histórico y simbólico que real.
Para Alemania, Europa es su socio comercial natural y el depositario de una economía netamente exportadora y de avanzado agregado tecnológico. Por ello, las elecciones alemanas generaban más atención en Europa que en la propia Alemania, porque para los próximos cuatro años la directriz económica y política europea seguirá estando en Berlín, aunque con no menos frentes abiertos.
Como cualquiera que sea el gobierno en Berlín, Merkel sabe que la estabilidad alemana pasa por la estabilidad europea, en particular de la zona Euro. Tras su reelección que rozó la mayoría absoluta, nada garantiza que Merkel altere significativamente sus políticas de austeridad en una Europa sumida en la precariedad hija de la recesión y de la crisis, cuyo peso parece constituir más bien un justificante orientado a mantener un proyecto hegemónico procreado por nuevas elites.
Merkel se ve a sí misma con la legitimidad suficiente para llevar adelante este proyecto, aunque la fortaleza económica alemana no depare en casa políticas de austeridad fiscal como las que Merkel impone al resto de sus socios europeos, que cada vez más dejan de ser socios para convertirse en prácticamente unos lacayos incapaces de contestar o reaccionar.
Todo esto gravitará con fuerza si, como puede suceder en algunos países europeos (Grecia, Italia, Francia) o en las elecciones parlamentarias europeas de mayo 2014, finalmente se conforme una especie de ‘frente anti-Merkel’ que presione por un cambio de modelo. Escenario complejo pero que puede ganar fuerza con los efectos sociales de la crisis, incluso alentando el impulso de partidos populistas y demagogos de cualquier color político.
Con todo, nadie duda del peso de la llamada ‘Canciller de Hierro’. Esta Europa es cada vez más la Europa de Merkel o, en todo caso, la Europa de Alemania, lo cual nada garantiza que sea necesariamente beneficioso.