Opinión

Cuestión de golpes

Llama la atención la profusión de análisis e interpretaciones, algunas hasta ‘bizantinas’, sobre la naturaleza del golpe militar en Egipto del pasado 3 de julio, el cual depuso a la primera presidencia elegida democráticamente en ese país árabe. Toda vez este golpe ha contado, irónicamente, con un notable e indiscutible apoyo popular en ese país, razón que ha sido interpretada como un factor de legitimidad del mismo.
Tradicionalmente, son los militares los que dan los golpes. Y un golpe constituye inevitablemente una ruptura con la legitimidad existente, sea ésta popularmente aceptada o no. Y más pernicioso supone el hecho de que la naturaleza de esa legitimidad proviene de una elección democrática, como es el caso egipcio, aunque la división y la polarización existente finalmente erosionen la estabilidad social. Precisamente, los militares siempre se ha abrogado, muchas veces con escasa legitimidad, una especie de rol histórico como presuntos “garantes de la estabilidad” y de “salvadores de la patria”.
Los análisis post-Golpe en Egipto traducen una literatura muchas veces contradictoria. Se ha hablado de “golpes buenos” (como históricamente se ha identificado a la Revolución de los Claveles en el Portugal de 1974, con el apoyo militar a la caída de la dictadura derechista y ‘fascistoide’ de António Salazar) y hasta de “golpes blandos” (como el de Honduras en 2009 y Paraguay en 2012, barnizados con un carácter institucional) Incluso el influyente The Wall Street Journal llegó a “legitimar” el Golpe de Pinochet en el Chile de 1973 aduciendo que el “camino” a seguir por el Egipto post-Morsi debe ser el mismo ejemplo “pinochetista”. Entiéndase bien, en clave de reforma económica neoliberal.
Esta categorización de golpes “buenos” y “blandos” confirma la naturaleza estrictamente perniciosa de los golpes de Estado, los que provocan una ruptura para dar curso al revanchismo, la represión y la violación de derechos humanos, como está sucediendo hoy día en Egipto. Así esos ‘golpes’ tengan presuntamente ese apoyo popular que eventualmente se le atribuyen, y cuyas consecuencias pueden terminar siendo aún más perniciosas aún, dando paso a las guerras civiles.