Opinión

Cocina Gallega

En estos días, no está demás reflexionar sobre el futuro de la colectividad española en general, y gallega en particular, aquí, en este Finisterre austral. Los colosales e históricos edificios del Centro Gallego de Buenos Aires, el Club Español, la Patriótica, la Federación de Asociaciones Gallegas, la moderna sede del Centro Galicia, y otros muchos diseminados a lo ancho y a lo largo de Argentina, no garantizan con su sola presencia la preservación del patrimonio cultural, ni la difusión de nuestra cultura. Mucho menos la presencia activa en la sociedad de acogida, patria de hijos, nietos y bisnietos de aquellos inmigrantes pioneros. Es necesario abrir las puertas, airear, quitar de las paredes el moho propio de mausoleos. Dar la bienvenida a aquellos paisanos y sus descendientes que no se resignan a perder la identidad, pero no son parroquianos de asistencia perfecta a las partidas de mus o dominó, a los frecuentes banquetes y eventos, ni reciben medallas ni plaquetas, que no se sienten parte de tópicos ni imagen de fotografías antiguas, sino ciudadanos de la aldea global, orgullosos de su terruño, sus tradiciones, su cultura; hombres y mujeres que pueden transitar cualquier país sin perder su esencia, vivir entre dos mundos sin traumatizarse. Claro que, a mediados del siglo pasado, llegaron a estas tierras artistas e intelectuales como Castelao, Luis Seoane, Rafael Dieste, Lorenzo Varela, Antonio Baltar, Blanco Amor, Luis Tobío, Vilanova, Arturo Cuadrado, Laxeiro, Neira Vilas, Núñez Búa, Suarez Picallo. Isaac Díaz Pardo, en un reportaje, decía: Dentro de los emigrantes hay gentes excepcionales, pero, en general, va a la emigración lo peor de cada casa, y que no se ofenda nadie, pero, en general, es así. Sin embargo, los intelectuales exiliados eran otra cosa, reconoce, no estaban en Argentina para hacerse ricos; estas gentes sacrificaban su vida para demostrar que no querían vivir en el país de Franco. Por eso, exiliados y emigrantes gallegos no se entremezclaban, más bien, llevaban vidas paralelas. Y así, mientras los primeros establecían relación entre ellos y también con intelectuales llegados de otras partes; los segundos se agrupaban en torno a las sociedades gallegas que se crearon en Argentina. Y era en esas sociedades donde conservaban su añoranza de sus cosas, se vestían de gallegos y hacían sus fiestas típicas. Cuando yo llego a Buenos Aires había 450 sociedades gallegas en el país integradas por personas sin cultura ninguna, pero con una gran conciencia de la realidad, porque se daban cuenta de que el no haber estudiado les impedía a ellos acceder a grandes cosas. Y esa es la razón, apunta Díaz Pardo, por la cual la emigración gallega en América se preocupó de que hubiera escuelas rurales en Galicia y de que sus hijos y las gentes del pueblo pudieran tener otra educación. Ahí hay un mérito, dice, por eso, está a favor de que ahora se corresponda con ellos, porque, además, las remesas que enviaban aquí en su momento eran muy importantes, hasta el punto que un ministro de Franco reconoció que eran esas remesas lo que estaba sosteniendo el país”. El viaje que Díaz Pardo realizó a Argentina en 1955 tenía un objetivo concreto. Aquí vino para ponerse en contacto con los exiliados intelectuales y, al mismo tiempo, montar una fábrica de cerámicas que finalmente se instaló en Magdalena, y permitió luego la revitalización de Sargadelos y más tarde, en 1963, la creación de Edicións do Castro. Es llamativo que la diferenciación, tal vez exagerada, que hace Díaz Pardo entre emigrados y exiliados, iletrados e intelectuales, unos dentro y otros fuera de las instituciones, pueda estar vigente en el siglo XXI. Claro que, hilando fino, podemos detectar que al frente de las instituciones, salvo honrosas excepciones, solo han figurado personas exitosas en sus empresas o negocios personales, con dinero suficiente para merecer el cargo, y puertas afuera miles de artistas e intelectuales, pequeños emprendedores, empleados y obreros, ya hijos y nietos de aquellos inmigrantes sin escolaridad que menciona Díaz Pardo,  tratando de no perder la identidad heredada, pero inmersos en la cultura de su patria de nacimiento. Hasta ciertas leyes, como la de Galeguidade, excluía de beneficios y reconocimientos a los individuos, y daba a las instituciones reconocidas la representatividad absoluta del colectivo. Si algo está cambiando, es la participación de las mujeres, otrora recluidas en “comisiones de fiesta”. El pasado lunes 27, en ocasión de ser declarado ‘Personalidad destacada en el ámbito de la cultura’ por la Legislatura porteña, Maite Michelón, Dora Pegito y las jóvenes cantareiras de Vedra fueron las únicas representantes de las Instituciones que me acariciaron el alma con su presencia. Ausentes, la mayoría de las audiciones de radio de la colectividad, y otros dirigentes. Por suerte, los medios nacionales y de España se hicieron eco de la distinción a un “cocinero y periodista gallego”, por el interés que despertó nuestro trabajo de años difundiendo la cultura propia, y su inserción en la argentina. Mientras tanto, el Centro Gallego en peligro de desaparecer, ¿el principio del fin? Mientras hay vida, hay esperanza, decía la abuela.

Carne asada

Ingredientes: 1 colita de cuadril, 2 cebollas, 750 grs. de papas, 2 dientes de ajo, perejil, laurel, tomillo, sal, pimienta, aceite, vino blanco.

Preparación: Adobar la carne, con el ajo, el perejil, tomillo, sal, pimienta, y aceite. Cortar las cebollas en juliana, y rehogar, añadir un poco de vino para que se tiernicen sin quemarse. Reservar. En el mismo aceite sellar la carne. Incorporar la cebolla, el vino, y cocer hasta que la carne esté al punto deseado. Retirar la carne, y procesar la salsa. Las papas, cortadas en cuadrados, habrán tenido un hervor de 10 minutos y luego doradas en aceite. Cortar la carne en lonchas de 5 centímetros y unirla con la salsa de cebolla, y las papas doradas. Cocinar unos minutos y servir.