Opinión

Cocina Gallega

Aunque muchos siguen pensando “a mi no me va a pasar”, lo cierto es que, como afirma Ana María Shua en ‘El libro de los recuerdos’, “ninguno de nosotros puede estar seguro de que no tendrá que embarcarse otra vez, alguna vez, en el navío de los inmigrantes”. Nadie puede estar seguro de no llegar a estar, alguna vez, en el lugar del otro; sentir que alguien nos mira, y no ve la imagen que nosotros vemos reflejada en el espejo, sino la de un extraño, diferente, extranjero. El olvido, la falta de memoria, la soberbia, nos hacen repetir errores, no prevenir nuevas crisis, y estar nuevamente allí, en el mismo lugar que tanto costo abandonar en pos de un futuro mejor. En los 90 se comenzó a hablar de globalización con entusiasmo, de la aldea global como hábitat ideal de una humanidad feliz y tan despreocupada como la de la ‘Belle Epoque’, o la ‘Republica de Weimar’. Los mas sensatos entendieron que refugiarse en la calidez de la cultura propia, no solamente fortalecía una identidad amenazada, sino que ayudaba a entender y combatir las tentaciones de una posmodernidad que no tenía en cuenta al hombre en tanto ser pensante, disidente, capaz de crear poesía y dar la espalda al consumismo feroz, de oponerse a la uniformidad generada por un ‘gran hermano’ omnipresente desde los medios masivos de comunicación y las redes sociales. Hace muchos años, ‘lonxe do Río da Prata’, al oír el sonido monocorde del tren, el silbato potente de la locomotora a vapor, pensaba que esa maravilla mecánica que se alejaba rumbo a Monforte de Lemos, era un prodigio del ingenio humano, y también la posibilidad de alejarse de la monotonía del Val de Quiroga. Corría para ver el humo disipándose en las colinas verdes. En el caserío algunos eran ferroviarios, orgullosos de su oficio, felices enfundados en sus uniformes de trabajo. ¿Qué pensarían aquellos maquinistas si vieran el video de un motorman del Ferrocarril Sarmiento durmiendo mientras el convoy estaba en marcha, o hablando por celular, o leyendo el periódico? Seguramente no perdonarían al colega por su irresponsabilidad. Lo mismo harían con el paisano que descarriló la formación cerca de Santiago de Compostela, o el que comandaba la formación que también provoco un centenar de muertos en la estación de Once. Leí en alguna revista de la década del 50 un relato donde el protagonista, gallego, quitándole tiempo al sueño, había concurrido a la escuela de motorman de la flamante Empresa de Tranvías. Al llegar el día del examen final, familia y vecinos lo esperaban con la mesa servida. El escritor relataba la emoción del paisano al ingresar con su flamante uniforme. Lo había logrado, recorrería las calles empedradas de la enorme Buenos Aires con su gorra bien puesta, y el ojo atento a las curvas y contra curvas. Pero la mentada globalización parece que iguala hacia abajo, haciendo que los peores defectos del ser humano se extiendan por el planeta. Ya pocos piensan que el trabajo dignifica, que no se deben aceptar dadivas a cambio de apoyo político. ¿Cuántos jóvenes españoles vivieron por años del ‘paro’? ¿Cuántos argentinos reciben subsidios por no trabajar? Tarde o temprano, la vaca deja de dar leche, y hay que arremangarse. No tiene futuro una sociedad donde la desidia, promiscuidad,  y falta de compromiso son valoradas, mientras el trabajo responsable se reserva para los ‘giles’. Premonitorio, como todo poeta, Discepolo escribió en 1934: “Que el mundo fue y será una porquería / ya lo se/ (¡En el quinientos seis y en el dos mil tambien!). /Que siempre ha habido chorros, / /maquiavelos y estafaos, contentos y amargaos, / valores y dublé...Pero que el siglo veinte es un despliegue de malda insolente, / ya no hay quien lo niegue. / Vivimos revolcaos en un merengue / y en un mismo lodo / todos manoseaos…/ ¡Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor! (…) ¡Siglo veinte, cambalache / problemático y febril! / ¡El que no llora no mama / y el que no afana es un gil!”Aquí y allí, las  tragedias hermanan. En ‘La Voz de Galicia’, el familiar de una de las victimas del accidente ferroviario en Santiago escribió: “Me llamo Eliseo Sastre, y soy hermano de una de las victimas fallecidas en Angrois. No han transcurrido 80 horas del trágico accidente cuando a través de diferentes medios leo artículos, declaraciones y opiniones de personas y organizaciones que me dejan desconcertado e indignado al mismo tiempo. Se alzan voces por medio de las cuales uno, sin identificarse como técnico, establece que, según un amigo, la desgracia tiene dos culpables: Manolo (o cualquier nombre) y la chapuza nacional, y otros que, en defensa del compañero, denuncian fallos en la seguridad de esos trenes Alvia…”. En otro medio, Suso de Toro acota: “A traxedia nunca e colectiva, e persoal e particular. Dentro deste drama houbo moitas traxedias pero a representación final foi unha farsa por moita solemnidade e impostación que lle puxeron. Os sobreviventes quedan condenados a lembrar, sen que iso sirva para que os mortos estean vivos”. No hay día en que la vida no nos ubique en una encrucijada de caminos.


 

Pan de nuez

Ingredientes: 500 grs. de nueces, 3 huevos, 100 grs. de azúcar, 1 taza de leche, 100 grs. de pasas, 300 grs de harina, 2 cucharadas de polvo de hornear.

Preparación: Picar las nueces a punto de harina gruesa. Batir los huevos con el azúcar y añadir las pasas, las nueces, la leche y el polvo de hornear mezclado con la harina. Amasar, y formar un rollo. Dejar reposar media hora hasta que leve. Disponer en una placa, y llevar a horno 160° una hora.