Opinión

‘Tierra’ o ‘paraje de los fuegos’

‘Tierra’ o ‘paraje de los fuegos’

“Es fácil notar que tres de los nombres vienen precedidos por la especificación de ‘Tierras’, palabra que semánticamente puede significar tanto el planeta en que vivimos como el polvillo del suelo. En el lenguaje de la Cartografía mantiene su polivalencia, por cierto más limitada, y puede representar a un sitio, ‘comarca’ o ‘lugar’, o asumir el carácter de un Continente que podría llamarse ‘Tierra Firme’. Del contexto de los documentos magallánicos inferimos que en la ocasión representa únicamente lugar o paraje”, señala el historiador Juan E. Belza en su excelente y documentada obra cuyo título es Romancero del topónimo fueguino. Discusión histórica de su origen y fortuna, Publicación del Instituto de Investigaciones Históricas, Tierra del Fuego, Argentina, 1978.

Digna de tener presente es la estimación de que transcurrirá un siglo antes de que el concepto de “Tierra” o “paraje de los fuegos” alcance el simétrico de “Tierra Firme”. Acaso ello explica por qué razón posteriores navegantes –hispanos incluso– ensayaran renovadas denominaciones para designar las tierras del sur del Estrecho de Magallanes. No estaría de más recordar que el concepto de “Tierra” evolucionó paralelamente al progresivo descubrimiento de la “insularidad fueguina”, la cual, intuida desde el inicio, permaneció latente hasta las postrimerías del siglo XVI.

Ahora bien, ¿a quién corresponde la primigenia descripción del panorama “de las tierras más hermosas del mundo”, según palabras de Pigafetta? Al cronista Maximiliano de Transilvano, quien en octubre de 1522 describió –en su ‘IX Relación’­ el paso de Magallanes por el Estrecho. “No sabemos –escribe el historiador Juan E. Belza– si la traducción de Pigafetta debida a De Brosses fue interpretativa o literal”. El hecho es que esa versión francesa dice categóricamente: “Nos hicimos a la vela teniendo… a la izquierda la otra margen que llamamos ‘Tierra del Fuego’ por la cantidad de ellos que se veían en las costas”.

Así, pues, la idea matriz del topónimo estaba sembrada, si bien aún tardaría años en germinar, al igual que otros tantos en conseguir general consenso. De otro lado, es preciso resaltar –como dice Antonio de Córdoba en su ‘Relación’ del viaje al Estrecho en 1785 y 1786– cómo “los primitivos diarios de los Españoles se ocultaban con sabia política, porque, haciéndose parte de los descubrimientos a competencia con los Portugueses y deseando disfrutar cada uno lo que sólo se había adquirido con tanta gloria como afanes, se recataban en lo posible rumbos y demás circunstancias de navegación”. Tal consideración acostumbra a decirse acerca de las Compañías Holandesas.

Si hemos de ser rigurosos, a raíz del establecimiento de la Casa de Contratación de Indias en 1503 y, tras la sesión de la Junta de Navegantes de marzo de 1508, se organizó una entidad cosmográfica: presidida por el piloto mayor, con el encargo de comprobar los instrumentos de navegación y reunir cartas, mapas y esquemas de todos los puntos reconocidos por conquistadores españoles.

Todo este acervo informativo fue el que hizo posible construir el ‘Patrón Real’, esto es, el auténtico registro de la Cartografía.