Opinión

Osvaldo Fresedo y el tango ‘El Once’

Osvaldo Fresedo y el tango ‘El Once’

El tango titulado El Once no se llamaba así por el barrio bonaerense de idéntico nombre. Tampoco por la plaza ni debido a las sendas estaciones del ferrocarril y el subterráneo que también ostentan el mismo título. Ni por un supuesto ‘once’ futbolístico. Y ni mucho menos por agradecimiento a la fortuna que ese ‘numerito’ haya obtenido alguna vez en el mandil de un ‘pingo’ del hipódromo o en la pizarra de premios de la lotería. “El Once rememora el undécimo baile del Internado. Y aquí cabe otra aclaración. Del término ‘internado’ hicimos los argentinos un sustantivo propio, con nuestro llano y directo lenguaje. Y como ‘argentinismo’ está antecedida la pertinente acepción en la enciclopedia: ‘Sistema de organización que se practica en algunos establecimientos de enseñanza y hospitales, según el cual se admiten en ellos alumnos internos”. Párrafo escrito por el gran poeta tanguero Francisco García Jiménez en su libro Así nacieron los tangos, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1980.

“Sin anuncio, sin espera,/ se presenta la hechicera/ señorita Primavera…”. He aquí el compás de este tango cronológicamente primaveral. Es necesario recordar que el internado hospitalario de Buenos Aires significó una época seductora y polícroma. Aquel sistema –hace muchas décadas desaparecido– tan sólo dejó como huella aproximada el Hospital de Clínicas: la nostálgica despedida a un festivo tiempo lejano. “Remontémonos al 21 de septiembre de 1914 –prosigue Francisco García Jiménez–. En esa fecha, la muchachada que cursaba su aprendizaje de la medicina en los hospitales resolvió celebrar el día de la primavera como ‘el del estudiante’. Aquella legión traviesa de practicantes, para no disentir con la tradicional bullanga de la estudiantina, que entronca con la picaresca clásica en las raíces de la raza, desbordó extremadamente el festejo. Una atrabiliaria ‘farándula’ anduvo las calles céntricas; cada coche o seudocarroza representaba a determinado hospital, y el rodado cargaba también con su cuota de damiselas descocadas. A ello se agregaron algunas representaciones escénicas de aguda escabrosidad en argumento y diálogo, efectuadas por los mismos estudiantes”.

Así que al organizarse aquella primera jocosa celebración, los muchachos determinaron culminarla con un gran baile que la orquesta de Francisco Canaro amenizó en el ‘Palais de Glace’, del “bacán” barrio de La Recoleta. Más tarde, algunos bailes se llevaron a cabo en el ‘Pabellón de las Rosas’ de la avenida Alvear. También, otros en el teatro ‘Victoria’, que se situaba en la esquina de la calle del mismo nombre –hoy, calle Hipólito Yrigoyen– y calle San José. Y como las parrandas estudiantiles colmaron el vaso del desenfreno, las autoridades hubieron de proceder a la manera de los ‘guapos’ de antaño, si bien con espíritu inverso: el de restablecer la cordura.

Osvaldo Fresedo –un músico del tango, nacido en 1897– tocó el “undécimo” baile del Internado que inaugurara su compañero Canaro durante toda una década. He ahí “el pibe de La Paternal”, aquel pichoncito de bandoneonista. Los trechos de su “noviciado” fueron un cafetín junto al arroyo Maldonado, al igual que otro de ‘Rivera y Canning’, bajo la fama de Aróstegui, el de El Apache argentino. Asimismo, con actuaciones en lo de ‘Venturita’, en la calle Triunvirato. ¿Quién olvidará el trío Delfino-Tito-Fresedo? Osvaldo Fresedo vivía su auge artístico y veraniego en Mar del Plata. A El Once su hermano Emilio le adicionó una alegre letra.