Opinión

‘Ben Ammar de Sevilla’, obra de Claudio Sánchez-Albornoz

“Hace muchos, muchos años, junto a uno de los bellísimos lagos argentinos del Sur, durante un estío particularmente lluvioso, acorté y distraje las forzosas jornadas inactivas escribiendo este relato”, escribe en Mea Culpa, introducción a su obra Ben Ammar de Sevilla. (Una tragedia en la España de los Taifas), publicada en ‘Espasa-Calpe, S.A.’, colección ‘Austral’, Madrid, 1972.

‘Ben Ammar de Sevilla’, obra de Claudio Sánchez-Albornoz

“Hace muchos, muchos años, junto a uno de los bellísimos lagos argentinos del Sur, durante un estío particularmente lluvioso, acorté y distraje las forzosas jornadas inactivas escribiendo este relato”, escribe en Mea Culpa, introducción a su obra Ben Ammar de Sevilla. (Una tragedia en la España de los Taifas), publicada en ‘Espasa-Calpe, S.A.’, colección ‘Austral’, Madrid, 1972. “Al prologar mis Estampas de la vida en León hace mil años –prosigue– declaré que no deseaba hacer novela sino historia. No me atrevo ahora a decir otro tanto. Los personajes principales de esta narración son todos históricos; la mayoría de los sucesos en ella referidos acaecieron en verdad y los otros debieron o pudieron también ocurrir, incluso el alanceamiento de toros en Tablada; es sabido que los sultanes almohades se dejaron ganar por los encantos de Sevilla y uno murió corneado por una vaca brava”.
Don Claudio Sánchez-Albornoz, el sobresaliente historiador español y residente durante tantos años en la Argentina, continúa confesándonos que, cuando intentó adentrarse en el alma de los actores de este drama, puso en sus labios parlamentos que no consta que pronunciasen, pero que indudablemente pudieron pronunciar: “Auténticas la mayor parte de las poesías que reproduje”. Otras tienen su origen en el filón de la renombrada “poesía popular andaluza vinculada con la arábiga vulgar”. Esta historia se concentra en tres personajes muy célebres entre los historiadores: el rey de Sevilla Al-Mútamid; su amada Rumaykiya y su amigo y visir Ben Ammar.
“Para explicar algunos de sus pensamientos y de sus palabras –continúa escribiendo Sánchez-Albornoz acerca de la bella Rumaykiya– la supuse nieta de una de las prisioneras cristianas con que los ejércitos cordobeses, al filo del año mil, alimentaban los mercados de esclavos andaluces; y pudo serlo en verdad y en verdad haber sido criada por una abuela castellana”. Al-Mútamid es el intelectual refinado y de exquisita sensibilidad: tímido, débil y vacilante. La figura de Ben Ammar se nos revela ensombrecida, aumentando sus flaquezas “más de lo que su biografía nos permite adivinar”. Se refleja la antipatía hacia los intelectuales y políticos sin escrúpulos, arribistas y codiciosos de poder y de riquezas: “Desleales y envidiosos, a la par supersticiosos y crueles, capaces de pasar de la adulación al espionaje y la mentira, orgullosos y violentos con las masas”. La figura del Halcón Gris es la encarnación del clásico bandolero andaluz: “El tronante alfaquí que presenté amenazando a Ben Ammar evoca a Abú Ishaq de Elvira”. Sánchez-Albornoz ‘anoveló’ a su albedrío los sucesos, intuyendo la “psiquis” de los actores del gran drama, imaginando sus palabras y desgranando por su boca aquellas poesías tardías o frases poéticas, inclusive compuestas por su propia pluma.
El renombrado intelectual Don Claudio Sánchez-Albornoz no nos oculta su incansable devoción por la historia hispano-árabe, “desde hace más de medio siglo”. Rememora –en su retiro estival junto a un lago al pie de los Andes– cómo al cabo de un cuarto de siglo tropezó casualmente entre sus viejos papeles con esta narración: como si se tratase de una “pirueta histórica” entresoñada en el jardín de su casa de Ávila, tierra de Castilla la Vieja.